sábado, 10 de mayo de 2014

EL INSTANTE (IV)

Cuando llegó a la cafetería ya estaba él esperando. Ajeno a sus ideas, sin saber lo que ella quería decirle, recién llegado de un vuelo de horas eternas. Era la imagen viva del jet lag, casi viva. Se le veía cansado y aceptando que la cafeína era el único recurso a mano a falta de almohada. Así visto, a través de la cristalera, provocaba cierta ternura. La ropa arrugada y la incipiente barba sombreándole el rostro, le daba un aspecto taciturno, de hombre derrotado.
Esa ternura empezaba a hacer estragos en su corazón, el mismo que quería abandonar todo y no sin cierta cobardía, huir de un compromiso. Era consciente de que su afán por abandonar la relación era miedo al futuro, pánico a sufrir, no querer arriesgar por miedo a que saliera mal. Nadie te garantiza que una relación vaya a salir mal o bien, tienen sus momentos, a veces terminan, otras no, y en ocasiones es un desastre de proporciones épicas. Tampoco se sabe nunca nada con total certeza, eso era cierto, sin embargo para otras cosas con menos ingredientes sentimentales era mucho más atrevida.
Él la vio y le saludó desde la mesa y ella devolvió afectuosa el saludo y entró en la cafetería. El beso de saludo era de los que no se olvidan. Hay besos de compromiso, de rutina, de pasión encendida, pero este beso era de te he echado de menos. El intercambio de corazones por la boca. Porque ella se dejó llevar y devolvió el beso con la misma intensidad. Se dio cuenta de que sí que lo había echado de menos y que sus besos eran un buen sitio para estar.
Se sintió flaquear. Por escrito era todo más fácil. Despedirse de alguien que te está mirando a los ojos era complicado y mucho más si esos ojos que te miran tienen el cerco violáceo del agotamiento y algo parecido al amor.
Intentaba mantener la conversación mientras se analizaba. Hasta hace una hora estaba todo tremendamente claro. Llevaba días de reflexión. La decisión estaba tomada, era la frase que más se había repetido. No entendía que le estaba sucediendo ahora.
Él le seguía hablando de su trabajo, de las anécdotas del vuelo y de lo pesados que son los controles en los aeropuertos estadounidenses. Ella no se estaba enterando de nada pero asentía y sonreía. Demasiados pensamientos cruzados, algarabía de sentimientos, los ojos puestos en él y el pulso acelerado de desconcierto.
Cuando le trajeron el café el aprovechó para buscar algo en el bolsillo de su chaqueta. "Te traje un regalo". Le alargó una cajita envuelta en rojo. Era larga, estrecha, muy parecida a las de los bolígrafos o estilográficas. "Gracias, yo no tengo nada para ti". Él soltó una carcajada, estaba guapo cuando reía. En realidad todos somos más guapos si reímos. "No es Navidad, el que me he ido de viaje he sido yo". Con una sola frase había destrozado todo el esfuerzo por disimular su doble actuación, la de estar de cuerpo presente con la mente en todas aquellas cosas que pensó en frío y las que ahora sentía. Con lo bien que le estaba saliendo. Para salir del apuro empezó a desenvolver el regalo.
Abrió la caja conteniendo al respiración y había un llavero. Una bonita representación de la parte alta del edificio Chrysler, plata y cristales de Swarovski. Algo demasiado bonito para utilizar, pero lo haría. Era precioso. Le besó con verdadera agradecimiento. Era agradable recibir regalos porque significa que alguien ha pensado en ti.
Él seguía hablando, "este regalo se complementa con esto". Le deslizó un par de llaves por encima de la mesa. El corazón le iba a reventar. No sabía que hacer ni que decir. "Son las de mi casa, no quiero que te sientas presionada, ni obligada, pero quiero que las tengas, necesito que las tengas"...

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