jueves, 8 de mayo de 2014

EL INSTANTE (II)

Cuando terminó de escribir la despedida empezó a arrepentirse. No es que dudara de su sentimiento, no se había planteado cambiar de opinión, pero no tenía claro si era el canal adecuado el que había elegido. Lo que ganaba la comodidad lo perdía la epístola.
La escritura era un acto de la subjetividad que se basa en la particularidad del lector. Alguien puede escribir una bella frase que sin el contexto adecuado o sin la predisposición a la bondad ajena, puede leerse casi como un insulto. Los matices del habla se pierden y hay que emplear muchas palabras para concretar un sentimiento.
Al releer el correo electrónico la sensación que le quedó fue la de que era demasiado impersonal y al no tener su entonación, su mirada y la caricia de su voz en su piel, igual lo podía mal interpretar. Era difícil transmitir lo que necesitaba decirle sin quedar brusca. Se le enredaban las ideas y las letras en el teclado al intentar confesarse. Nunca había hecho algo igual por escrito.
Volvió a releerse, por quinta o sexta vez, y le pareció farragoso, enredado, y en cierto momento hasta se odió a sí misma. Plasmada en la pantalla había una mujer cobarde, prepotente y desquiciada. Ella no era así y no sentía nada parecido a lo que su mensaje transmitía.
Lo más seguro es que tuviera que volver a empezar. Debería elegir mejor las palabras, plasmar con más exactitud los sentimientos, valorar no sólo lo que quería decir, si no cómo lo quería decir y de que forma para que quedara medianamente clara su intención sin que resultara ruda y descortés. Empezaba a angustiarse.
En realidad no era una relación tan larga como para tener reproches que lanzarse a la cara, no había lugar para las vulgaridades que florecen desde el rencor, a duras penas hubo disputas y las que hubo, terminaron en bellos y excitantes momentos de pasión. La decisión era clara, seguir hacia algo rutinario, lleno de confort y eternizado en el tiempo, con el riesgo de que empezaran a surgir recuerdos de malos momentos, o huir y guardar en la memoria todo lo bueno que surgió y que tuvieron. Optó por lo segundo y no tenía manera de llevarlo a cabo sin un mal trance.
Quizás él también deseaba que esto acabara. Esta idea la reconfortó. Puede que fuera un escape incluso. No lo parecía, más bien todo lo contrario, pero seguro que él tampoco había notado que ella quería acabar con esa dulce relación. No eran tan descabellado pensar que él también prefería parar ahora que todo era perfecto antes de que degenerara en un funeral sentimental.
Descartó el borrador y comenzó de nuevo. Esperanzada y con las ideas mucho más claras para entregarse a la tarea ingrata de vaciarse en el teclado. Esta vez lo conseguiría. Se recostó ordenando las frases en el aire cuando la distrajo el teléfono.
Era él.

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