jueves, 1 de mayo de 2014

DESORDEN

Hay días en los que toca ordenar el armario, nadie sabe qué mano despreciable lo alborota, y pese a que normalmente las cosas se guardan con cuidado y se cogen con el mismo mimo -quizás alguna mañana de prisas, con menos, pero a penas se nota-, un día miras el ropero y es un campo de batalla que Waterloo se queda en una tarde jugando con los click de Famobil. No sabes como ha ocurrido, pero no puedes evitar volver a colocar todo en su sitio, cuando eres consciente del desastre, ya no se puede disimular. Empiezas la tarea con paciencia y destreza; la labor no es nueva y se puede convertir en algo de trabajo de autómata con cierto don. Esto deja la mente libre. Incluso hay gente que disfruta con ello. Gente rara.
Lo mismo ocurre el día que a traición entra una corriente de aire en el alma que despeja la niebla, arremolina en una esquina la hojarasca y hace ver el desorden que hay. Es el momento que no acepta espera, como frente al desorden del armario, hay que remangarse y ordenar sentimientos. La tarea es ardua, dura y difícil. El sentimiento no es siempre romántico aunque hagamos esa asociación de ideas, hay frustraciones, anhelos truncados, esperanzas rotas, alegrías desbordadas, miedos, incertidumbres...El problema es que mientras se va colocando cada uno en su sitio se suele sufrir, los sentimientos son material delicadísimo, inflamable, a veces tóxico y en ocasiones el simple roce hace que la tormenta se desate. 
Cuando la angustia es demasiado grande, no se puede ni llorar. De la misma manera que se tienen palabras en la punta de la lengua, se notan las lágrimas ahí, en el lagrimal, incapaces de salir porque el conducto está atorado por la ansiedad de un dolor. Es un torrente que quiere y no puede salir. La tormenta que se ha desatado, es seca.
Un daño físico, mental, sentimental, racional, etéreo. La frustración ante el llanto en primera persona. Es difícil reaccionar cuando alguien se pone a llorar, el consuelo es instintivo pero no siempre se tiene claro como ayudar, qué decir, a veces simplemente se abraza al doliente, aunque a veces no se está en distancias tan cortas. Pero qué hacer cuando es un auto consuelo lo que se necesita, cómo ser lágrima y paño de ídem. Imposible. Es entonces cuando queda la lágrima en suspenso. La losa en pecho.
Ante esto, como si de un cólico se tratara, sólo se puede salir expulsando lo que hace daño, es decir, derramando las lágrimas con el riesgo de que no haya nadie para consolarte o para entenderte, y te ahogues en la marea incontenida, o quizás la solución se encuentre en dejar pasar el tiempo y que a base de esperar y aguantar el tirón, la angustia desaparezca, es un proceso largo y hay que ser valiente para aguantar tanto tiempo de tensión emocional.
Como creo que no hay manera de que las cosas no se desordenen porque tienen vida propia, vivo con miedo cada vez que abro mi armario (o mis cajones) e intento tener bien sellada el alma para que no se haga patente el caos que suele reinar. No es que sea ordenada, es que para enfrentarme a ciertas cosas, soy cobarde.



2 comentarios:

  1. ... De los mejores, digno de premio de o que sea (hay tantos), pero digno de premio

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  2. Coincido con el comentario anterior. Hay verdaderas chispas literarias que relucen con brillo propio.

    Notable muy alto.

    N. J:

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