miércoles, 30 de abril de 2014

PASIÓN

El fútbol es pasión, y como tal debe ser entendido. Es cierto que también es un negocio, no puedo quitarle la razón a quien me diga que es cuestión de dinero. Pero todo eso no está fundamentado en unos señores en pantalón corto, sean o no atletas, no se basa en sociedades anónimas deportivas o en acciones de bolsa. El fútbol se basa en un escudo, en una bandera, "Va el Madrid con su bandera" dice el himno del Madrid, como bien recuerda hoy Orfeo Suárez. Una bandera sin patria, porque el fútbol es global. Detrás del escudo de un club hay personas apasionadas y de esa pasión a unos colores nace un negocio. Bueno, no es el primer negocio que se basa en una pasión...
Las pasiones se pueden vivir de muchas maneras. Hay quien prefiere la soledad del paladeador de emociones sin interrupciones ajenas. Es muy normal disfrutar de la pasión en familia, con los amigos de toda la vida. Pasión en casa o en los bares. Pero la vida avanza, el mundo gira, los tiempos se hacen runners y se crea una nueva manera de sentir una pasión, cualquier exaltación, todo tipo de sentimiento apasionado se vive ahora on line.
Reconozco que vía Twitter, permítanme usar el tuiteo, es un placer vivir el fútbol. Al menos mi equipo, el que me entusiasma, el Real Madrid, que tiene tuiteros excelentes, apasionados más allá de cualquier límite presuntamente cuerdo son una compañía bárbara en estas lides. Es vivir una locura colectiva a 140 caracteres por segundo, gritar por escrito un gol, abrazarte sin rozarte, cantar sin voz, aplaudir sin manos. Lo vives con personas que conoces (o no), en la vida virtual o en la criminal, pero esa pasión compartida es inolvidable.
Ayer el Real Madrid pasaba, para gloria del madridismo, a la final de la Copa de Europa. Poco menos de un mes para saber si por fin la ansiada Décima (con mayúsculas porque tiene muchos nombres propios detrás) llega a engordar el currículum del club. Yo no dudo que así será. Llegar es un logro, ganarla, la gloria. Estoy ilusionada, con la ilusión que hablaba ayer. Con la misma que llegué al empezar el partido, sin plantearme en ningún momento que fuéramos a perder. Porque es una pasión y uno no se enfrenta a una relación pensando en el gatillazo.
Al terminar el partido anterior, el de ida, hace una semana, tuve una conversación con dos mocitas madridistas que acabó reflejada -mi primer cameo- en un blog que recomiendo vivamente. Fueron risas basadas en una tensión competitiva que fomentamos y buscamos para vivir con energía el pre partido. Aquí podéis ver hasta que punto la pasión afecta, une, divierte. En esto se basa una pasión, en personas que viven las cosas con intensidad, sin miedo, a puerta gayola. Es madridismo sin red.
Y hoy por la mañana queda la sonrisa. Un neófito, pero brillante, bloguero ayer definía con arte y precisión la resaca, lo que vivimos ahora tras la pasión de ayer, es una resaca sin efectos secundarios. Desde primera hora de la mañana nos buscamos todos, los mismos que celebrábamos hace pocas horas el pase a la final, lo hacemos eufóricos y sin acidez de estómago (bueno, esto todos lo no han conseguido) nos vamos leyendo, comentando, creyéndonos el sueño húmedo...de cerveza y sudor que compartimos anoche. Es una resaca mucho más parecida a la mañana siguiente, la que va después de una noche de amor y sexo con ese chico o chica que tanto admirabas en la distancia. Es de café caliente, risa franca y besos.
Permítanme para terminar, dedicar esta primera (y supongo que última) crónica deportiva, a esos madridistas que anoche fueron compañía de mi pasión en familia. Y a todos los que sin serlo pasaron a darme la enhorabuena. ¡Hala Madrid!


 

martes, 29 de abril de 2014

LA ILUSIÓN

Quiero ir a un sitio.
Lo tengo claro. Es firme el deseo y traslúcida la convicción. Lo llevo pensando varios días, disfruto dándole vueltas a la idea, invento, imagino hasta sentir mi piel erizada. Estoy segura de que lo voy a conseguir, porque soy tozuda y tengo algo de caprichosa higness.
Las cosas para que sucedan, sean las que sean, y lo hagan con plenitud y absoluto disfrute deben conocerse desde antes de que se den. Sí, la espontaneidad está muy bien, pero está sobrevalorada. Hay un inequívoco placer en preparar las cosas, los preliminares de un viaje, de una cita, de unas compras...
Encuentro placer incluso en el momento en el que venciendo a la pereza, la que en ocasiones anida en mí,  comienzo a prepararme un café. El café para mí es manjar de dioses, no sé que sería mi vida sin él. Me enfrento a la cafetera como un alquimista, como un destilador de alcohol ilegal. Repito mecánicamente los pasos pero siendo consciente de mis movimientos. Voy paladeando el sabor mientras huelo los granos molidos al caer,  siento en mi boca un sabor que aún no está, anticipándome. Vuelco el agua, esperando impaciente que se convierta en placer de ébano. Y al poco tiempo, su aroma extendido por toda la casa me va preparando para el fin último. Elijo la taza con cuidado, cada estado de ánimo se merece un recipiente distinto, y por fin sirvo el café. Lo cierto es que pienso todo eso la mayoría de las veces y el resultado, una vez estoy sentada con mi taza en la mano, es el doble de placer. Cada sorbo ha sido previamente disfrutado en la espera. Es un café con preaviso.
Existe la ilusión. Entre todas las cosas que se fomentan, poco se habla de la ilusión. El estado de enajenación mental que ensancha el alma y la llena de suspiros de placer. Las ganas de bailar en soledad incluso derramando alguna lágrima. El cosquilleo clavado en la boca del estómago. La sonrisa indiscreta, que se deja ver hasta en los momentos menos adecuados. Los ojos brillando y la luz en el rostro. Las irresistibles ganas. Querer que avance el tiempo y a la vez disfrutar de todo lo que conllevan esas vísperas. La ilusión como bandera. La ilusión como forma de vivir.
No tiene que ser por algo nuevo, puede ser por un reencuentro, por un  pequeño capricho o por algo inmenso. La cuestión está en disfrutarlo y llenarse de ilusión consciente y cuando llegue el momento, no haya nada que interrumpa el instante de bebérselo a tragos grandes porque esa es la única manera de que, pasado el tiempo, el recuerdo sea casi una evocación literal, una realidad etérea, un volver a sentir...ilusión.

lunes, 28 de abril de 2014

EL LIBRO GORDO

El otro día tenía una conversación sesuda, bueno, más que sesuda una conversación con una persona inteligente, que eso es mucho más de lo que se puede llegar a esperar en según que momentos. Empiezo a valorarlo cada vez más.
Reconozco haber sufrido verdaderos ataques de pánico cuando veía que era imposible que ciertas personas no sólo fueran poco dotadas de actividad lógica neuronal, que eso puede ser en parte herencia genética, si no que además presumían de ello. Vanagloriarse de ser inculto es un mal endémico en nuestra sociedad. Como ejemplo una anécdota en la que no estoy orgullosa de mi comportamiento y pese a que han pasado ya quince años, aún tengo el regusto de haber sido poco elegante y comprensiva.
Por las rarezas que tiene la vida, las casualidades, quién sabe qué, yo estaba en una cocina que no era la mía sacando viandas de bolsas verdes, todas ellas compradas en un mercado angustioso y sudado. Soñaba con irme a la ducha y volver a tener una sensación de higiene que había dejado de sentir desde que entré en esa plaza de abastos. Antes de hacerlo, para que no quedara vestigio alguno de tan angustiosa batalla en mi cuerpo serrano, me puse a colocar la compra, iba buscándole acomodo a frutas, carnes y verduras - el pescado al fregadero, que había que limpiarlo- y mientras acometía con celeridad mis tareas, con la mente puesta en agua hirviendo como medio de desinfección, charlaba con un mujer. Quizás mujer le quedaba grande, era una muchacha. Yo tenía por aquel entonces veintidós años y ella creo que dieciocho. Yo acababa de terminar la carrera y ella iba teñida de un rubio oxigenado que daba mucho miedo. Me preguntaba cómo era eso de estudiar, para qué servía, por qué lo había hecho, y yo echaba balones fuera incapaz de contestar sobre el sentido de mi vida y los pasos dados. Fue entonces cuando me dijo una de las frases más rotundas que he oído en mi vida: "Yo es que no leo libros porque no entiendo las palabras". Sería la edad, el calor, el sentir pegajoso aún en mi ser, o mi falta de tacto, pero le contesté: "Existe un libro que es más gordo que los demás que se llama diccionario y ahí vienen el significado de las palabras". Ella siguió sonriendo, no había entendido nada.
Pues el otro día, mientras tenía esa conversación, recordé ese instante de mi vida y cuando, años más tarde, todo era aún peor, y lo que me llegaba del exterior eran programas de adolescentes iracundos, de talk shows mediocres, de disección de la prensa rosa, de realitys que se auto fagocitaban en programas de "debate" soeces, a gritos, mal guionizados, impostados y vulgares, una hecatombe. Pero entonces me topé con vía de escape on line. Fue entonces cuando descubrí que puede que sean pocos, pero son valientes, aguerridos y cultos. Que todavía hay grupos de personas de las que aprender y disfrutar de su conversación, y que aún queda un sector que entiende las palabras y que si no entiende alguna, no sufre nada por mirar en el libro gordo.

sábado, 26 de abril de 2014

"SUMMERTIME" (+18)

Sonaba "Summertime" en la voz de Aretha y Louis. Lo hacía tras invocar el constante girar de un ondulado disco sometido al yugo de la aguja. Laceración superficial, arañazo en forma de caricia cuasi auto inducida que le hacía hablar. Sonido envolvente de tocadiscos antiguo que en algún momento fue la última moda, hoy sobre una inestable mesa desvencijada, era el mejor complemento para la habitación pequeña, blanca, descalichada. Paralela a un lejano techo, una cama de sábanas húmedas y deshechas. Cabecero de hierro oxidado ya. Persianas subidas. Ventanas abiertas. Calor de tarde de julio. Siesta de sueños concretos, de realidad etérea. 
Sonaba "Summertime" al compás de sus caderas. Ella, felina, lenta, carnal, entraba en un estado de trance musical en el que la sensualidad era un efecto secundario. Cualidad innata. No contaba -ahora- su acompañante, no importaba nadie más, era algo entre la música y su alma, entre la trompeta y su cuerpo. Ojos cerrados, boca entre abierta y la piel predispuesta a sentir el cosquilleo de la emoción que acaba con la epidermis erizándose. Movimientos suaves, sin ningún tipo de violencia o fuerza. Su melena recorriendo la espalda, ni siquiera ésta estaba inerte, aunque no se movía, también sus cabellos tenían vida y desprendían el arrebatador y hormonal placer sexual. Su desnudez hacía brillar el sudor en su piel y los latidos de su corazón se veían palpitar en su cuello, justo donde hacía unos minutos la cubrían de besos y mordiscos de vampirismo erótico.
Las cadenciosas aspas de un ventilador de techo palmeaban el aire buscando ser ayuda en la lid, tarea ímproba e inútil, el verano estaba demostrando esa tarde, todo su poder. El calor espeso complicaba el jadeo y se asemejaba más a las últimas boqueadas de un pez fondeado en tierra firme, aun así los amantes no cesaron, hasta ahora, que sonaba "Summertime.
Él, al sonar la canción, asumió ser un espectador, y el sólo hecho de ser parte de la escena, viéndola desde fuera arrebolada y voluptuosa, era suficiente erotismo. La contemplaba extasiado, excitado y la sentía más mujer. Desde su posición, el vouyerismo participativo le producía un inmenso placer, más que los embistes resultadistas que pudiera imaginar. Si pensaba en que estaba siendo utilizado por esa elegante leona, pudiera ser que la sensación no dejara de mejorar.
La canción iba llegando a su fin, al sonar los últimos compases ella fue abriendo los ojos, volviendo a tener consciencia de la realidad que le rodeaba, clavó su mirada en él y cerró la enreabierta boca en una sonrisa displicente. Agradecida y al mismo tiempo advirtiéndole que le había dejado pertenecer a ese íntimo momento, y que debía aceptarlo como un regalo. No viviría nada igual hasta que volviera a sonar "Summertime"


ERUDICIÓN EN EL LIMBO

Parto de la base de que asumir la imperfección inherente al ser humano no es una pátina de falsa humildad.  Tampoco soy la mujer con la autoestima más férrea del planeta, ni del país, ni siquiera de mi edificio. Asumo con total tranquilidad, mi incapacidad en varios temas, bien porque soy una ignorante en la acotada materia o porque mi memoria, frágil y descortés, se dedica a emborronar mi conocimiento. Cierto es que mi tozudez es mi peor enemiga y que las prisas, a veces, me han jugado más malas pasadas que mi incultura. Admito que la incultura es una gradación intelectual y que va desde el analfabetismo hasta el desasosiego de quien quiere comprender todas los enigmas que se va encontrando a lo largo de la vida. "Sólo sé que no sé nada", no es nada original lo que digo.
La memoria, esa gran desconocida para mí, es la base de la erudición. Es una teoría personal, lo sé, pero tengo argumentos y experiencia para rebatirla, florete en mano - En Garde!-. Por mucho que haya leído, conocido y absorbido de fuentes diversas, por mucho tiempo que desde la infancia haya dedicado a aprender, sin la suficiente retentiva, los conceptos quedan en un limbo intelectual imposible de rescatar. Si de cada lectura, con el paso del tiempo, sólo he absorbido el diez por ciento de lo estudiado, lo que queda como poso de sapiencia, es un porcentaje irrisorio. Si no fuera por el placer que me produce mientras se da el proceso de aprendizaje, lo mejor sería bajar los brazos y darme por vencida.
Me estoy leyendo un libro ahora que me han recomendado. Doscientas páginas que  me van demostrando línea a línea mi incultura y que me abren los ojos sobre lo imperfecta que puedo llegar a ser. Y menos mal que no es un libro de auto ayuda, estaría acabada. Sin embargo, en contra de sentirme desahuciada del mundo del conocimiento, me siento espoleada cual yegua en la soledad de la orilla, al borde del mar, en un ocaso de invierno. (Licencia literaria)
Me dijeron que era un libro imprescindible, y lo suscribo. Me dijeron que lo desmenuzara e interiorizara, que lo hiciera mío sin aportar casi nada de mí. Es decir, que dejara de lado mi tozudez, mis excusas, mis vitales páginas escritas y cual pen drive en blanco, me dedicara a aprender. En contra de mi sentir usual, no me revolví como una anguila, acepté el consejo (orden) y en ello estoy.
Estoy leyendo con una fe animal en quien me lo recomendó, obedeciendo como si me estuvieran lanzando la pelota o me mandaran a sentarme  tras un "¡sit!" enérgico. También lo hago con disciplina cuasi militar, la aprendida en el colegio (Deo gratia), la que me hacía tener apuntes perfectos, y durante una época, llenos de colores. La constancia también presente, la que fuerza la voluntad dispersa y procrastinadora, la misma que puedo llegar a utilizar para someterme a un régimen alimenticio o a una rutina gimnástica.
Lo que me está costando más es subrayar y hacer pequeñas anotaciones. Me suponía -supone- un acto contra mi voluntad. Me he visto en una lucha titánica entre mis valores frente a los libros y obedecer a quien me ha recomendado que lo hiciera. Mi sentimiento de estar violando la invulnerabilidad del escritor (escritores) del texto, de mancillar las elegantes páginas impresas, y aceptar el consejo recibido de alguien en quien tengo confianza suficiente como para darle la razón. Finalmente, para tranquilizar a mi conciencia y no considerarme una delincuente, he aceptado que este libro es un libro de texto y así puedo subrayar sin sentirme culpable. En lápiz, por supuesto.
Las anotaciones son otro tema, casi no me acuerdo de como se escribía, de como eran esas pequeñas flechitas que dirigían a hormiguitas que incansables y trabajadoras, ayudan a comprender o ampliar el texto. Reconozco, sin exageración alguna, que me temblaron las manos al anotar por primera vez, se removían recuerdos, tardes de estudio, se fueron años de mi vida, me sentí niña.
El libro no lo he terminado, voy lenta y paro a paladear lo aprendido, en un intento (¿estéril?) de que se fije más de un diez por ciento en mi desgraciada memoria. Poco más de la cuarta parte ha sido suficiente para esta reflexión. Quizás cuando lo termine vuelva a contaros dónde me han llevado los autores... si soy capaz.

viernes, 25 de abril de 2014

EL CALOR Y LAS MEDIAS

Cuando era pequeña, a los cuatro o cinco años, había muchas cosas que no entendía, y otras que me parecían incomprensibles. Sin más. Pasaba cierto tiempo esforzándome en saber las razones, investigaba y en ocasiones preguntaba, pero si después de tan ímprobo esfuerzo, no tenía una satisfactoria respuesta, abandonaba la duda y la archivaba en el capítulo de lo incomprensible, ese que está justo al lado del ya lo entenderé. Es cierto que sucumbía a ignorancia, no lo vestiría de desidia, a duras penas mediría un metro -supongo- y esa es una palabra muy grande, era la aceptación de las limitaciones por edad. Estaba el mundo de los mayores, y estaba mi mundo.
Era una niña curiosa, con necesidad de saber, pero a la vez con una timidez parcial que podía confundirse con orgullo. No es que me negara a consultar a los demás las cosas que no comprendía, es que me daba vergüenza que supieran que a mi edad aún no sabía de lo que me estaban hablando. Esto me sucedía incluso con la familia. Es el precio a pagar por estar entre abultados coeficientes intelectuales.
Había muchas cosas difíciles para mí, incluso había cosas que siguen siendo un misterio para mí, a los treinta y ocho años, pero sobre todo, había algo mágico en las medias. Formaba parte de mi capítulo especial de rarezas. Quizás era de lo más normal para otras niñas, pero a mí me resultaban fascinantes. No estaba la diferenciación entre medias y panty. Entre ligas, ligueros y "enterizas", que se decía en mi pueblo. A mí lo que me sorprendía más que nada era que no se rompieran.
Las medias, usaré el genérico aunque eran panty las que usaba mi madre, eran tan finas, tan sutiles, tan suavitas que me parecía imposible que no estuvieran llena de agujeros, de carreras. Como no pensarlo si a mí se me hacían hasta en los leotardos. Y cuando se lavaban, no se rompían tampoco y quedaban tendidas en el cordel, entonces era como media persona al viento. Se veían esos pies planeando entre el levante y era como un espectro de sensualidad y glamour.
A mí me gustaba cuando mi madre decía que se ponía las medias porque ya hacía frío. Yo le miraba las piernas, miraba mis pantalones de pana o mis leotardos, y no podía comprender que esa prenda que era como una tela de araña, le quitara el frío. Era imposible que aquello abrigara. Tampoco comprendía cuando llegaba el día en el que se las quitaba porque ya picaban y daban mucho calor. Si no debían ni sentirse en la piel, pensaba.
Hace unos años, no demasiados, me descubrí diciendo que ya hacía calor para llevar medias. Me quedé sentada en el filo de mi cama, mirando mis pies posados en el suelo. Aceptando mi edad, con las medias que acababa de quitarme en las manos, recordando todas mis dudas infantiles. Entonces sonreí, por fin lo había entendido.
  

jueves, 24 de abril de 2014

EL DÍA QUE NO FUI FELIZ

Hoy, que es ayer, o algún día bailando en el taco del calendario, tocaba ser feliz. Era uno de esos días, un día en los que vence el sol, de una manera metafórica y real. Viento de cara para ser o tener, una jornada pletórica. Es el día que comienza con la mañana que viene después uno intenso, si por intensidad se sobrentienden altibajos emocionales.
Aclaro. Tener altibajos emocionales no implica ser una persona desequilibrada, en principio. No es imperioso buscar entre lágrimas unos besos en el fondo de un vaso de bourbon o entre las burbujas -o los cien condimentos- de un gintonic de moda. Tampoco es necesario que se den escenas vergonzosas como de premio de la lotería nacional a dos días de la Navidad: jolgorio y cava en vaso de plástico. Por supuesto no es obligatorio que se den las dos emociones a la vez. Es simple. La montaña rusa la van marcando los sucesos. Hay días planos en los que se navega por una balsa de aceite, incluso puede que en algún momento surja el suspiro por algo más intenso. En otros, se suceden los acontecimientos sin descanso, buenas y malas noticias, grandes alegrías tras encajar un golpe bajo con una sonrisa, y viceversa. Tensión emocional y emotiva.
El día después de un día agitado, se merece un balsámico pasar de horas entre sonrisas. Era preciso -y precioso, no por el juego de palabras, sino por el resumen que existe en ese leve gesto en los labios- y sobre todo, muy necesario que el amanecer trajera serenidad al pulso y a la presión arterial. Y lo trajo. Además lo unió a buenas noticias, pues de forma indirecta bailaba la felicidad a mi alrededor porque la gente que me rodeaba estaba llena de risas y de alegrías esperadas.
Todo era una danza proclive a la felicidad, sin embargo se me llenaban los ojos de lágrimas, de desesperación y de miedo. O quizás eran otras emociones que no sabía descifrar. A ratos reconozco que sentí algo parecido a la dicha pero cuando se intenta disfrutar con un poso de presión torácica, es misión imposible.
Siguiendo un símil imposible, tenía un día de Bitter: enérgico, rosa, vistoso y con cierto toque de sofisticación vintage y sin embargo, en el mismo recipiente cabía la amargura y el ácido. Amargura sin autocomplacencia por el sentimiento, angustia arraigada en la sequedad de Mojave. La cuestión es que no sabía por qué estaba bebiendo un Bitter si yo siempre fui de cocacola, ni por qué paseaba por desiertos si el día era bucólico, cuasi pastoril, o lo que es lo mismo, no encontraba una razón de peso para sentirme así.
Han pasado más días de calendario o quizás no, que el tiempo en mi alma es relativo, y sigo sin comprender el motivo por el que aquel día no fui feliz. 

miércoles, 23 de abril de 2014

INQUIETANTE

Podía haber pasado o quizás no. Sucedió, pero hubiera sido más bonito imaginarlo. El sueño prevaleciendo sobre la realidad mágica, sobre lo extraño e inesperado. Preferir dudar de si era cierto, jugando con las opciones, o anhelarlo con necesidad de que sucediera. Pero la certeza de lo real fue el mazazo a la ilusión no buscada.
Cuenta la leyenda que en las grandes ciudades las personas no se miran y nunca se hablan salvo que sea para pedir paso en el metro o insultar en los atascos. Dicen, porque siempre son otros los que dicen, que a veces viven grandes reptiles y que la niña de la curva tuvo que irse al bosque porque tenía seria competencia en el sector de los ectoplasmas.
Pero yo salía de un aburrido y céntrico edificio de oficinas porque la nicotina tenía que empezar a hacer efecto en mi desconsolada tarde y mientras lamentaba haber cogido la chaqueta porque en ese instante el sol me hacía brillar mi nuevo color de pelo y el calor apretaba, prendí mi cigarro. La crueldad a la que nos someten a los fumadores no me importaba en este instante, necesitaba respirar aire con humo y notar el viento contaminado de ciudad, para sentirme libre. Paradojas de la civilización.
La presión estaba acabando con mis nervios. Me negaba a torcer el gesto, a que me notaran derrotada, pero en este instante de soledad acompañada por el mundo urbanita, el que no habla ni hace caso, las piernas me empezaban a temblar.
Respiré hondo mientras le daba una eterna calada al cigarro e hice lo que hacemos todos, jugar con el móvil. Esa manera de sentir un abrazo, una conversación o una risa sin moverte del sitio. Ese instante en el que distraes la mente con sesudas sentencias o alegres trivialidades, no importa en realidad, pero al menos queda la etérea compañía y el dique no se derrumba ante la avalancha de lágrimas.
Miraba hacia abajo para que el sol me dejara ver la pantalla. Y entonces vi unos zapatos de hombre, grandes, limpios y negros. Seguí la vista hacia arriba porque me estaba hablando. Un hombre de mi edad, con una impoluta camisa blanca, de firma, perfectamente planchada, con un par de dobleces en las mangas. Reloj bonito. Una tez dorada por el sol. El pelo ligeramente largo. Sonreía. Va a preguntarme por alguna oficina, pensé.
- Perdona
Sonreí.
- Te perdono.
Sonrió
- Me siento mucho mejor
Más sonrisas
- Quería decirte que tienes una piernas preciosas, pero he cambiado de opinión.
Me estaba desconcertando mucho.
- Ahora que has levantado la cara, y perdona la osadía, he de decirte que tus piernas son preciosas, pero ni punto de comparación con lo guapa que eres.
Sonrisa y desconcierto
- Muchas gracias.
- ¿Estás esperando a alguien? ¿Puedo invitarte a un café? ¿Te acerco a algún sitio?
- Vuelvo al trabajo, gracias. Eres muy amable.
- El próximo día que te vea, y haré por verte, espero tener más suerte...
Sonreí y me di la vuelta camino de la puerta del edificio. La autoestima reforzada, pero no lo suficiente para no demostrar un cierto temblor por saberme observada.
No dejaba de ser inquietante, pero el humor me había cambiado. Radicalmente. Quería dejarlo en un sueño para darle más finales, tendría que esperar. 

martes, 22 de abril de 2014

NIEBLA

Hubo un día en el que la niebla se paseó por la copa de los árboles y la sonrisa de las niñas se llenó de gotitas de condensación acuífera.
Ese día en el que las madres aprovechaban para derramar alguna lágrima, que era lo que tenían guardado en el alma. Porque las madres no lloran, sólo tienen la humedad de la niebla en la cara.
También era el momento en el que los dragones se paseaban ufanos, dejando atrás su cueva. Los niños, entonces, se acercaban a ver brillar sus escamas, sabiendo como sabían que con tanta agua suspendida en el ambiente nada debían temer.
Los charcos y la ciénaga jugaban al escondite y reían en silencio (ambos son muy tímidos) cuando algún despistado transeúnte acababa con los pies mojados o sumergidos en barro. Eran, en el fondo, unos traviesos.
Los mayores auguraban una tarde de paseo al sol. No siempre sucedía, pero les quedaba el consuelo de soñar con calentar sus huesos bajo el astro rey.
Pero ahora la niebla quería convertirse en lluvia incesante y el dragón resopló humo en vaho, y las niñas dejaron de sonreír y corrieron junto a los niños con los pelos mojados pegados a nos mofletes, y los ancianos suspiraron por haber perdido el sol, y los charcos y la ciénaga se hicieron más grandes, más adultos y las madres a las que la pena les cortaba el aliento, salieron a la calle a llorar sin disimulo con la ácida sensación del dolor oculto.

lunes, 21 de abril de 2014

HOME SWEET HOME

Volver a casa es abrir las ventanas y evitar encender las luces. Es sentir la mullida sensación de que todo está como debe, y ni las maletas por medio pueden romper el orden íntimo que dan las cosas cotidianas. No es que yo sea de esas personas que dicen que como en casa en ningún sitio, no, porque disfruto mucho de salir de la rutina, cambiar el aire que se respira es siempre para mejor. Pero volver hace que el cosmos se alineé y pese a las lavadoras por poner, en el fondo sonrío.
Llegar a la rutina puede dar un escalofrío de placer o de pavor, según el tiempo de descanso, yo reconozco que he sentido pavor al sonar el despertador, incrédula y taquicárdica a duras penas me he ubicado y he conseguido unir un pensamiento, las neuronas perezosas han logrado de mí la acción de poner los pies en el suelo. Estaba frío. Los párpados se me han desplegado con tal fuerza que creo que se han dado la vuelta un par de veces.
No hay duda de que he contado los diez días que quedan para el siguiente festivo y le he explicado a las niñas que en dos meses justos tendremos por fin las vacaciones de verano, y la playa que estos días se tiñó de gris cuando podíamos ir, y de sol cuando los compromisos nos lo impedían, serán un lujo diario. Y ante la espera pronto llegarán los días de la piscina. Llegarán si las nubes se van. Cerré la puerta de mi casa en un día de primavera que coqueteaba con el verano y al volver es otoño profundo. Un otoño de rayos, truenos y centellas, como en los tebeos.
Pero aunque la lluvia haga por ponerme de malas con el universo, queda la sensación de felicidad en el paladar, de haber pasado unos días intensos y especiales. Días de familia, celebración y amigos. De reír mucho y olvidar la dieta -hasta esta mañana-. Momentos irrepetibles. Así empezar de nuevo es más fácil, se tienen más ganas y un cansancio físico que estimula el mental.
Así que ya estoy de vuelta, con las maletas deshechas y las ganas de seguir. Si algún día faltan las gotas, no me lo tengáis en cuenta. Que aunque no las escriba, las estoy pensando.


miércoles, 16 de abril de 2014

PARÓN

Llegan cuatro días festivos y me he pensado mucho que hacer. Tomar unas vacaciones o seguir escribiendo a diario, como he estado haciendo este último tiempo. Escribir dos días y descansar otros dos. Por una lado no quería perder la continuidad del blog porque sé que cada vez que hago un parón luego cuesta volver a recordar que estoy aquí. Hay infinidad de blogs, muchos post, cientos artículos de periódicos y poco tiempo. Entiendo que es un acto de buena voluntad pasar a diario por aquí.
Pero como ya he contado en otras ocasiones, lo cierto es que escribo porque lo necesito. Contar o imaginar sucesos, dar mi opinión o inventar un cuento, forma parte de los mínimos que necesito para estar bien y ser moderadamente feliz. Así que aunque lo que más me gusta es la retroalimentación que hacéis de lo que escribo, ya sea por los comentarios aquí o por el twitter, comprendo que en el fondo yo seguiría escribiendo igual. La diferencia está en que no sería igual de divertido o de estimulante. Muchas veces sois vosotros mismos los que me proporcionáis los temas o la continuidad de una saga. Y me encanta.
He decidido parar asumiendo las consecuencias. Aún así estos cuatro días lo voy a pasar descansando, y vosotros de mí. Voy a llenarme de ideas, de mimos familiares, de "aventuras" y de sensaciones, para tener muchas mas cosas que contar. Abriré los ojos grandes al mundo y espero que el mundo entre en mí hasta por la epidermis. La famosa libreta me acompañará.
Espero que disfrutéis mucho de estos días, no sé si contáis como yo los días que quedan para el verano, pero esto es un adelanto bastante suculento. Que cada uno donde esté, en la medida de sus posibilidades, lo pase bien o descanse, incluso las dos cosas a la vez.
El lunes de pascua volveré aquí, como siempre.
Felices vacaciones.

martes, 15 de abril de 2014

FÚTBOL ES FÚTBOL

Que soy del Real Madrid es conocido, que vivo los partidos con pasión también, que me gusta el fútbol no lo niego.
Reconozco que me tienta más que nada, sobre todo a partir de ahora, no puedo negarlo. Llegan los dos meses de finales. Llegan los días de nervios y me entran unas ganas locas de coger esta virtual hoja en blanco y dedicarme a arengar a mi equipo de fútbol. Sin embargo, pocas cosas me asustarían más que escribir del deporte rey, del amado balompié.
Esta es otra de mis contradicciones, de mi ecléctica personalidad. Mi lucha entre el querer y el deber, el anhelar y el miedo.
No hablo de la igualar a los periódicos deportivos desde aquí, eso no me daría miedo. La prensa estrictamente deportiva, esa que llena sus páginas de faltas de ortografía y de rigor. Esa que inventa hipérboles imposibles, adjetivos agigantados, y que se desmarca con portadas de dudoso gusto o veracidad. No, no me refiero a esos que escriben artículos como redacciones de EGB para explicar lo inexplicable o para darle perfil de razón absoluta a sus ensoñaciones. No cuento con la que llena hojas de fichajes falsos y rumores infundados que nacen de ellos mismos.
Me centro en los que escriben de fútbol fuera de esos periódicos específicos. Más que nada me quedo con los tres jinetes del apocalipsis (Huhges, Gistau y Jabois)  porque si hubiera un cuarto jinete, seguramente se quedó tomándose una cerveza más.
Darle categoría de "Los tres cerditos" a estos señores, me parece una ofensa y un exceso compararlos con la Santísima Trinidad.
Porque los tres mosqueteros serían poco relevantes, para lo buenos que son, y con D´Artagnan, que es el innegable protagonista, vuelven a ser cuatro. Aun así puede que Gistau fuera Porthos, sin duda Athos sería Huhges pero no veo a Jabois como Aramis, o quizás sí, que para eso es gallego y todo depende. El caso es que, si lo pienso, podría darle a Arbeloa con sus tuits el papel de D´Artagnan, y entonces, como cualquier tuitero podría decir: "lo veo y me cuadra". Dejemos libre a Milady de Winter (aunque me tienta otorgarme el sobrenombre, siempre quise ser como ella, tatuaje incluido) y dejemos a Villar, o al Barça, incluso a Platini, el papel del Cardenal Richelieu. 
¡Cómo osar comparar mis escritos con los de ellos!
La segunda razón es la más temida, todos tenemos un entrenador dentro y una alineación perfecta. Todos sabemos cómo enfrentaríamos los partidos y por supuesto tenemos nuestros favoritos, aunque la pasión vaya con el equipo entero. Escribir del Real Madrid sería echarme encima a madridistas y a todos los contrarios. Pedir la épica, enarbolar el espíritu del siempre eterno Juanito, invocar a la bolea de Zidane, al genio de Hierro, al taconazo de Redondo, al gol de la Séptima, sí, eso es lo fácil, lo que  me pide el cuerpo, pero voy a ser cobarde, y no voy a hablar de fútbol.

lunes, 14 de abril de 2014

LA VOZ DE CORLEONE

Hay momentos en los que cuesta escribir. Se atraganta el teclado y las letras van bajando una a una por la tráquea, dejan un mínimo hueco para respirar y mantenerse con vida, angustiosa pero vida.
Esos ratos en los que te encuentras suspirando, rogando a las musas y a los dioses que te pasen cosas, aunque sea un estética bofetada como la que Gilda recibió de Farrell. Lo que sea. Luego lo piensas, y eres consciente de la barbaridad a la que se dedica tu subconsciente y casi te ves como la jovencita de un libro de Enid Blyton, agitando la cabeza para que se vayan los malos pensamientos. Porque las jovencitas de esos libros siempre lo hacían así y les servía. Un ahorro para el gasto en psiquiatra.
Es entonces cuando giras hacia la imaginación, con la esperanza que pintan los fados, prácticamente ninguna. Porque según la temporada, la imaginación tiene pinta de pasa más que de lustrosa uva en el frutero de Portugal; y las pasas, como cuenta la leyenda, sólo sirven para aumentar una talla de sujetador y apartarlas del plum cake.
"Nadie te obliga", suelen decirme, y me lo repito en el hueco neuronal que sufro en ese momento. "Me obligo yo", contesta el eco. Esta voz que se empeña en hablarme, que susurra como Marlon Brandon en El Padrino, lo que sería en otro momento un placer, pero con la manía que le estoy cogiendo, empieza a sonarme como Gracita Morales con delantal y cofia (Señoritooo).
Y piensas en temas a escribir, miras la consabida libreta: amor, sistema educativo, atardeceres a caballo, sexo, amistad, la crisis que nos encorseta aferrados al poste de la cama -nosotros somos Vivien Leigh por supuesto, Montoro es Mama-, y parece que ves la luz al final del túnel y echas a andar presurosa y ni siquiera buscas una música con la que escribir, aterrada por perder ese mínimo fleco.
Y suena el teléfono y la educación te impide no cogerlo, y la maternidad te obliga a descolgar, y es el tele operador de Jazztel y estás a tres segundos de acordarte de todos sus ancestros fallecidos pero sólo cuelgas y lanzas lejos el teléfono inalámbrico (primera base). Protestas en voz alta, defecando en el marketing.
Has perdido la inspiración, mínima, quizás insuficiente. Bajas los brazos sobre el teclado, vencida por la telefonía, cuando en realidad, si oyera a Don Vito Corleone, sólo estás usando el hispánico recurso de echarle la culpa a otro. Y eso aún no es figura literaria.
Y ya da tiempo a buscar música, empiezas de cero, incierto, empiezas de menos diez. Te tienta que sea la banda sonora de El Padrino la que te amenice pero mueves el ratón y pulsas Batman. Los superhéroes nunca fallan.

viernes, 11 de abril de 2014

HOMBRE IDEAL

- ¿Qué le pides a un hombre para que sea digno de ti?, me preguntó entre la curiosidad y el pie de conversación.
Creo que quería hacerme hablar para poder desconectar o quizás fuera una intriga sincera, sin embargo fui rápida, lo tenía claro, era fácil mi respuesta. Podría matizar lo de la dignidad, pero sabía que era innecesario, que era coloquial. Lo entendí sin apegarme a la literalidad.
- Que hasta sus silencios sean inteligentes.
Puede que no se esperara la respuesta o quizás capté su atención con ella, pero no le estaba mintiendo, era algo que tenía muy claro.
- Por favor explícamelo, me rogó.
Sonreí porque no sabía hasta que punto debía hablar, me movía en un terreno pantanoso. Si me ponía a explicar, a enumerar, lo más seguro es que en su mente empezara a tachar las que consideraba que él tenía. Aún así me arriesgué.
- Es fácil, a mí me producen cierta desidia esas parejas de tan bajo nivel cultural (que no económico) que cuando conversan suena el eco. Yo necesito que ese hombre sepa hablar, escuchar y hasta que me enseñe lo que él sabe y yo no. Luego están las pequeñas cosas, que su voz sea bonita, por ejemplo. Que sepa mirar y ver, que son dos cosas diferentes.
- No me has dicho nada del físico...
- El físico va por dentro. Es verdad que hay personas que no atraen y es imposible encontrarles algo que sea atractivo para nosotros. También está la opción contraria, personas que son poco agraciadas físicamente pero que su personalidad es tan interesante, tan apasionante, tan bella, que no queda más remedio que caer rendido a sus pies.
- Curioso
- No lo digo de broma. Es cierto que un hombre muy guapo hace que se le mire, incluso es posible desearlo, pero para que sea alguien con un mínimo de constancia en mi vida, tiene que ser primero bello por dentro.
- Eso es un gran tópico, me consta que lo sabes.
- Sí, pero es cierto. Por eso necesito que sean inteligentes, esas personas son además irónicas y con un sentido del humor poco chabacano y hasta si tuviera algo de vulgaridad lo disimulan con cierto estilo.
- Tú príncipe azul tiene demasiados requisitos, comentó entre jocoso y retador.
No supe identificar si quería jugar o me estaba insultando veladamente, así que callé y le miré. El silencio, lejos de ser incómodo era elocuente. Finalmente lo rompió él con una sonrisa
- No has dicho una palabra pero tus ojos me lo han dicho todo.
Sonreí con algo de picardía y mis incisivos mordieron mi labio inferior en un gesto repetitivo de nervios y sensualidad.
- Aprende que siempre, en cualquier circunstancia, para callarme más que la boca... tendrás que taparme los ojos.

jueves, 10 de abril de 2014

NUESTRA CANCIÓN

Hay historias que no pueden salir bien si no tienen su música de fondo. Es necesaria esa música y recordarla. Imprescindible para que el día de mañana puedan mirarse a los ojos los dos sujetos de la historia y digan: "es nuestra canción". No importa que sea en el gimnasio o el hilo musical de un ascensor, la tonada es lo de menos, y si no hay música, la siguiente vez que exista esa melodía será indiscutiblemente definida como "nuestra canción".
Es lo que está establecido, lo políticamente correcto, las parejas tienen una fecha que recordar y una canción en la que suspirar.
Parece que sin esos detalles literarios no tienes nada importante en lo que fundamentar tu relación. Si unos sujetos, dos, se conocen un jueves y disfrutan de su compañía durante un mes, con alguna que otra caricia, quizás algún beso, algunos días sin saber uno del otro, pensándose sin asumirlo del todo, pero que no se sienten uno - he estado elegante, reconocédmelo- hasta equis tiempo después, y además no deciden que son pareja formal hasta que han pasado casi seis meses desde aquel jueves, y en realidad ni siquiera lo decidieron si no que surgió, entonces, su vida de pareja está abocada al fracaso, salvo que se sienten y establezcan un día D. Francamente, me parece una tontería.
Yo, que a veces soy pragmática y a ratos soñadora, creo que en realidad todo es mentira. No hay día D, puede que sí que exista el día de cuando se conocieron. No es la canción de cuando nos miramos arrebolados y llenos de pasión en la mirada, salvo en contadas excepciones, es más la que oímos más veces juntos, la que cantamos locamente en un karaoke (yo no, que no me gustan nada), la que bailamos un día a la luz de la luna o del frigorífico abierto, la que le oyes cantar cuando está nervioso o la que os enseñó vuestra hija cuando estaba en la guardería. O todas juntas. Me cuesta creer toda una relación en base a una sola canción. Yo no podría. Igual sin esforzarme mucho me salen doce o trece.
A lo mejor es bueno mirarse un día a ras de una taza de café y pensar cuál es el día en el que es mejor reconocer como kilómetro cero de su relación, o la fecha a recordar y celebrar como aniversario. Puede que no esté mal pensar un día cuál es "nuestra canción". Yo, personalmente tengo claro que a  mi me sale una lista de Spotify.

miércoles, 9 de abril de 2014

CELERIDAD

Ahora es cierto que ganamos en celeridad. Lo podemos padecemos (?) en aviones y trenes, siempre que no haya huelga o los retrasos no hagan estragos. También lo vemos en las comunicaciones, quizás es donde más usual es disfrutar de su avance. Entre el "señorita póngame con el 47" y la señorita operadora le ponía, quizás en todos los sentidos, y mientras ella manipulaba las clavijas haciéndolas danzar por el aire, un señor enamorado de su voz, contenía la respiración, y la llamada a móviles que hacen innecesario el estar en casa para hablar con quien se quiera, siempre que se escuche el móvil, se encuentre en el bolso y se acierte a pasar el dedito por la pantalla antes de que se corte...va un mundo.
No puedo negar que las telefonistas me parecen, desde la distancia de no haberlas conocido, algo de un romanticismo innegable. Unas veces las imagino de elevada edad y zapatones, cotillas y curiosas, enfrascadas en la vida ajena, pendientes de quién llama a quien y por qué. Llenas de secretos ajenos dispuestos a ser aireados sin remordimientos, que ellas no tenían limitaciones por juramentos hipocráticos o por secreto de confesión. Otras veces, en mi mente, son unas especie de pin up, jovencitas de voz agradable que tenían un novio con el que ir los domingos a bailar. Hoy en día lo más parecido es, Obama para la primera versión y las tele operadoras de Jazztel o de las líneas eróticas, para las segunda.
También existía la compra "por correspondencia" Es cierto que tardaba mucho, y también es verdad que sigue existiendo, pero recuerdo como si fuera hoy, cuando llegaban los paquetes de Yves-Rocher para mi madre y mis tías. A mí me ilusionaba hasta rascar los presuntos premios que venían siempre en las cartas con el catálogo. La felicidad de que siempre me tocaba algo, cómo iba a suponer yo que todo estaba manipulado...no tardé en enterarme, pero el tiempo que fui feliz nadie me lo quita.
Una de las hermanas de mi abuela era adicta, igual compraba figuritas que luego eran mucho más pequeñas y con porcelana ausente, que juegos de café minúsculos que no se parecían en nada a la foto del catálogo. Si divertido era cuando llegaba el paquete y no era lo  que quería, pero se conformaba, mejor era cuando se peleaba con el de turno devolviendo la mercancía. Muy enojada y siempre de usted, remitía unas cartas incendiarias que eran dignas de haber guardado copia. Lo mejor sin duda cuando pedía las camisetas "Damart" y nunca daba con la talla. No podíamos parar de reír.
Y en esas estoy yo, como entonces, hemos ganado en tiempo, en celeridad, pero yo sigo teniendo que ir a cambiar, los zapatos que pedí on line, con una sonrisa acordándome de esos tiempo, porque es más o menos comprar "por correspondencia"

martes, 8 de abril de 2014

BELLEZA NATURAL

Laura se desperezaba al sol mientras pensaba que el día parecía no tener mal perfil. Había días que antes de poner el pie en el suelo tenía la sensación de que ya todo iba a ir mal, quizás fuera por no haber dormido bien o por tener la cabeza embotada de haber dormido demasiado. Cualquiera entendía lo que podía llegar a pensar su subconsciente...
Se miró de refilón mientras iba a preparar café y no se reconoció. Volvió a atrás y se fijó detalle por detalle si era la misma y no hubo nada que le pareciera distinto. "Cada vez estoy peor", se dijo. Sería, quizás, que el estado de ánimo le estaba haciendo cambiar el tono de la piel. Dicen que la alegría se nota desde los ojos hasta en el brillo de la epidermis. Quizá fuera eso.
Es verdad que se sentía lo más parecido a feliz. Hasta lo que no marchaba bien, que había demasiadas cosas, le parecían solucionables y hasta posibles. Era un momento de su vida en el que no tenía un sueño que su mente no pensara que podía lograr. Su optimismo era tan exuberante que debería plantearse en que punto dejó de ser quien antes era. Igual esa era la razón por la que no se había reconocido en el espejo.
Muchas veces, entre amigas, copas y risas, habían comentado que el amor es el mejor tratamiento de belleza, el más eficaz y el más barato, y que si una relación iba bien en todos los sentidos, se reflejaba en la cara. Dependiendo de las copas eran más o menos explícitas, aunque tampoco necesitaban muchas para hablar sin tapujos.
Ella estaba ilusionada, expectante, no quería lanzar las campanas al vuelo con que era algo casi perfecto, porque sabía que era precipitado, pero su íntimo sentimiento volaba ya lejos. Decía su abuela que había dos cosas que no se podían ocultar, el amor y un embarazo. Siempre le hizo gracia esa frase y seguro que no era suya, pero le gustaba cuando se lo decía porque era la persona que mejor leía sus estados de enamoramiento febril. Seguramente ahora le diría que estaba enamorada y ella lo negaría. Cuánto la echaba de menos.
Pero sí, era algo parecido al amor. Sus trabajos eran estresantes y absorbentes y cuando sacaban tiempo para estar juntos, lo disfrutaban el doble. Sus vidas estaban hechas de forma individual, pero empezaban a encajarlas, despacio y sin forzar. Poco a poco y sin verbalizar lo que estaba ocurriendo. Y eso lo hacía más mágico aún.
Al pasar a la ducha recogiéndose el pelo, con los brazos en alto en la desnudez, se observó, ahora sí se reconocía, se iba acostumbrando a su nueva piel. Era la belleza natural del amor.


 

lunes, 7 de abril de 2014

RESACA

Me he levantado con la cabeza llena de una resaca económica, de las que da el  garrafón del malo, el vino fino, o el anís. He despertado con la garganta raspada a lija como si hubiera decidido hacerme la manicura en la tráquea. Me duele. Además, tengo sueño. Sueño como de inexistente sopor febril, como el de después de la ducha tras un larguísimo día de playa infantil. Fiebre en las sienes.
Lamentablemente no estuve anoche de copas y no fumé ni un sólo cigarrillo, estuve en casa y todo mi exceso fue beber leche caliente para intentar calmar la sensación de dolor. Sin embargo, al despertar, esperaba muchas botellas vacías apiladas en la encimera de mi cocina, un vaso desgastado con mis huellas y agua en la cubitera. Lo lógico hubiera sido que el olor a tabaco me abofeteara las nauseas, y el cenicero estuviera desbordado por el aluvión de colillas. Pero no. Mi aura de mujer fatal no está dando la talla.
Puede que sea gripe, un enfriamiento y hasta alergia primaveral, que no he tenido nunca, pero por lo visto es lo que toca. En realidad el nombre es lo de menos. Lo cierto es que el cuerpo me pide frenar y dejarme mimar y la mente me grita que no es el momento, que está el sol fuera y hay mucho por hacer. Las cosas no se hacen solas y es una lástima desperdiciar la vida por un dolor de garganta y algo de malestar. Pero la cama me llama a voces, me grita hasta el sofá.
Me pregunto cuando dejaré de tener voces en mi interior o por lo menos, cuando conseguiré ponerlas de acuerdo. Me conformo con eso. Y hoy que la cabeza me bulle por dentro, y me hierve el escozor de los ojos, con un calor que me traspasa a las pestañas por los párpados, y cuando los enfrío posando mis manos heladas en ellos, quisiera que las voces, al menos, estuvieran afónicas.
Por lo pronto ha ganado la voz que pedía más café para seguir adelante. Seguirán la batalla todo el día, supongo. Ojalá les encuentre el botón de "Mute" 

domingo, 6 de abril de 2014

CALENDARIO Y HORARIO

Llegan esos días en los que si no estás en la calle piensas que estás perdiendo el tiempo. Días en los que el sol te invita a salir y las alergias llenan de llorosa desesperación a los que la sufren.
Pero las obligaciones no se van, lo que no deja de ser un incordio. Quieres dejar todo atrás y la estúpida voz que tenemos dentro nos recuerda que no debes, que hay que superar las ganas de no hacer nada y travestirlas de ilusión por lo que tienes que hacer. Maldita la gracia.
El calendario está mal. Eso lo sabe cualquiera.
Ya no voy a entrar en el despropósito del horario, que en vez del que nos corresponde nos movemos por el berlinés, y por más que me miro, yo no entiendo porque me hacen vestirme de fräulein, con lo bien que se me da ser mediterránea. Y no, no es publerino lo que digo, que no tengo yo problemas con las fronteras y que mi orgullo no es excluyente. Pero ganas ninguna de vivir con este horario que me da igual que venga de la segunda república o del generalísimo, ambas dos cosas lejanas a Dios gracias, es que yo así no puedo. Me lo cambien, vielen Dank
Pero voy a enredar en el calendario. No hay manera de comprender que con este tiempo, primavera brillante y pintada de azul cielo, nunca mejor dicho, empiecen a obligarnos a los últimos esfuerzos. No es comprensible que con el ardoroso verano que viene, lleguen para los estudiantes los exámenes finales. Enfrentarte exhausto y derrotado, aplastado por la losa del calor infernal, a lo más importante del curso, la verdad, me resulta injusto. Más que injusto, mal planificado.
Que la renta, por poner un ejemplo, empiece en Abril, con el buen tiempo, las terrazas dando el do de pecho, y la playa llamando a gritos a los asesores, me resulta de una crueldad inaudita e innecesaria. Antes, de acuerdo, pero ahora que el Estado se sabe hasta el cambio de mi talla de sujetador, no entiendo que haya que esperar hasta el buen tiempo para saber lo que nos depara el destino fiscal.
Y podría seguir poniendo ejemplos. Pero resultarían demasiados. Y en primavera, descienden también las ganas de leer. 
La primavera y el verano en este lado del mundo están para disfrutarlos, para llenarse de energía y de alegría, para sucumbir a los placeres que nos ofrece la exuberante naturaleza y las disparatadas hormonas, para cambiar el gris por toda la paleta de colores. Este clima no es para penar por las obligaciones y deberes...el calendario está mal hecho, que alguien lo arregle.

sábado, 5 de abril de 2014

PREGUNTAS

Mil millones de preguntas tienden a agolparse en la punta de mis dedos. Durante el día me surgen miles de dudas, no sé a los demás, y espero que a vuelta de correo, como los antiguos, me diga alguien si nunca tiene cuestiones que hacerse, o por el contrario, así a mi estilo, vive en las eternas interrogantes.
A veces me las hago en voz alta. Lo hago cuando estoy sola, para que no piensen que estoy peor de lo que estoy. Y si hay gente, las hago a media voz, contándome un secreto.
La mayoría de las ocasiones son interpelaciones sin sentido, me surgen sin venir a cuento y ni siquiera les busco respuesta. Cuando hablo conmigo, lo importante es darme cuenta de que necesito esa interrogante, que me nace una duda, lo de menos es la conclusión a la que pueda llegar. A éstas, las respuestas, muchas veces las abandono como los malos dueños de perros al llegar el verano, salgo perdiendo en la comparación, lo sé. Pero es lo cierto. No me vuelvo a acordar de ellas. Porque si algo tienen las preguntas, no es el la respuesta, aunque parezca que este es su fin último, es la recurrencia. Y cuando se repiten, como un estribillo de canción de verano, es cuando escarbo en mi memoria por si la última vez que me pregunté, conseguí contestarme, y la mayoría de las veces no encuentro tampoco el recuerdo. Acabaré llamándolas mis pequeñas boomerang. Tampoco importa que me las haya contestado e incluso que recuerde la respuesta, porque me puedo dar el mismo mil millón de respuestas distintas por cada mil millón de preguntas.  
Me gustaría, un día, poder hacerlas todas, o muchas, o bastantes, pero entre las cosas que he aprendido a la hora de escribir, -y las he aprendido porque me las han enseñado-, es que nunca se hacen preguntas más allá de los diálogos, y que las exclamaciones hay que restringirlas porque resultan de redacción de cuarto de primaria. O eso me dijeron. Y como me lo dicen lo más grandes pues no soy nadie para cuestionarlo.
Pero la duda queda, eterna, distinta, porque lo que me queda es el sentimiento de interrogación. La sinuosidad de la grafía, encajada en mi ser. La inquietud es constante. En realidad lo que me sigue pegado a los talones, como una sombra indiscreta, es el sentimiento de querer saber, sin la necesidad de querer conocer. Porque además de todo, como otras de mis rarezas, no me hace falta la respuesta, porque no soy curiosa.

viernes, 4 de abril de 2014

SÁBANAS AL SOL

Sueño con una cama grande con vistas al sol. Que los rayos tibios tamizados por el cristal me calienten la piel y lentamente me hagan abrir los ojos. Sueño con despertarme con pereza y disfrutar de las sábanas arrugadas por la noche de descanso. Mucho se escribe de las noches de pasión, de las de ternura entregada y hasta de las de sexo desenfrenado, de dormir arropado por quien amas, o descansar en el pecho de quien te hizo tan suya como tú a él propio, pero lo cierto, es que una noche de sueño reparador, es mágica.
Mañanas de despertar con tiempo, de buscar sensaciones epidérmicas que cuajen en el corazón, y viceversa, sentir con intensidad los latidos de la piel hasta que la piel se erice en el recuerdo, real o imaginado. Cuánto disfruto de las historias que no han pasado. He llegado a sonreír con los ojos llenos de lágrimas al emocionarme de una ensoñación y ser consciente de ello.
Y despertar en silencio, sin despertador ni timbre telefónico, sin radio ni música ni televisión, sólo el crujir de las sábanas suave y delicado, por el afán del cuerpo deslizándose por ellas, atravesando de un lado al otro la cama, como si fueran caricias saladas en alta mar.
Y mi teoría es, que en las noches que se descansa bien, es porque se hace en sábanas limpias, planchadas e  inmaculadas. Y cuando les da la caricia del astro rey, me acuerdo de esos grandes tendederos de la azotea de mi casa familiar, con las sábanas ocupando más de media cuerda, imponentes fantasmas diurnos de hilo, grandes, azotadas por el viento, hablándome en golpes  de "levantera". Un plop plop plop de código morse con olor a limpio y un deje de salitre. Me gustaba sentirme abrazadas por su balanceo y jugaba entre cordeles. Otras veces me iba a la última de ellas y jugaba a que me pillara. Corría y volvía, y cuando la veía inflarse volvía a correr, y si me despistaba, me rozaba, y me ganaba ella. Me recuerdo muy pequeña preguntando por qué decían blanquear al sol, y sin embargo, ahora no puedo dejar de sonreírle a la niña que fui, porque es una magnífica expresión, tan clara como cierta.
Y después de soñar con despertar al sol, en mi cama grande, muy grande, sin prisas y en silencio, lo mejor es sonreírle a un café recién hecho.
Buenos días.



jueves, 3 de abril de 2014

ZAPATILLAS CON LUCES

Cuando despierto, mi horizonte son puntos de luz que uno de manera distraída en mi imaginación, lo hago, buscando dibujar un sueño. Puede que sea porque aún me faltan horas de sueño, o porque la mente inquieta no quiere volverse a quedar suspendida en mis ojos cerrados.
Si las constelaciones son la unión de las estrellas que cuelgan luminosas en el nocturno cielo, las luces de mi alrededor -bajas y brillantes- pueden ser mi urbana guía en el mar de asfalto. O una ruta que seguir.
Amanece a la izquierda de mi taza de café, y mientras lo dejo enfriar al calor helado de mis manos, la intensidad de las luces varía, y hasta los colores, algunas son más blanquecinas y otras de un amarillo animal. Otras parpadean como un faro, no sé a que se debe. La oruga de luz podría ser parte del sky line de Nueva York, faros de automovil en la línea de salida, esperando una populosa carrera ilegal de coches, o pequeñas lámparas de mesa en una inmensa boîte y yo, en el escenario, con un largo vestido azul petróleo, esperando que me den paso para comenzar a cantar. También pudieran ser luminarias señales al otro lado de una bahía o un gigantesco crucero que se acerca a atracar.
Decido que mi alma lleva tacones porque es imposible imaginar algo tan bello y glamuroso calzada con zapatillas de casa. El pijama puede aceptarse, sobre todo dependiendo del modelo, pero las zapatillas, las que sean, jamás podrán ser elegantes. Y eso incluye las de piel y tacón con pompón de plumas. Hasta conjuntadas con una elegante negligee.
Será, aventuro con cierta osadía, que la feminidad es más cuestión de calzado y la imaginación, avispada según el entrenamiento que se le dé, decide el modelo que llevamos puesto en ese momento.
Se acaba el café y las luces se van apagando dejando paso a la claridad, hoy no hay sol. Quizás se atreva más adelante. Necesito que sea capaz de apartar las nubes a manotazos. Es el momento de dejar de imaginar y volver a la rutina de la vida terrenal. O quizás lleguen esas horas en las que mientras el tedio se instala, dejar volar la mente, nos salva. Miro con cierto desagrado a mis zapatillas azules.
Definitivamente hoy, me calzo unos tacones.

miércoles, 2 de abril de 2014

HACIENDA SOMOS TODOS

Sigo en la estela de la actualidad que tampoco me gusta y en el fondo me apasiona. Mi dicotómica realidad me lleva a seguir las noticias con pasión y a la vez me repele y desagrada porque la mayoría de las veces sólo consigo enfadarme, entristecerme o exasperarme. Hay noticias que consiguen las tres cosas a la vez. Es entonces cuando mentalmente mando todo a freír espárragos y me obligo a desconectar un poco.
Estos son los días en los que comienza la campaña de la Renta. Días de contener la respiración hasta el resultado final. Y entonces, una cifra, una casilla, se vuelve indignación y alivio. Es lógico que para mantener un cierto estado de bienestar haya que pagar impuestos, aunque igual la manera de pagar no está bien distribuida, por eso, y aunque sea impopular, yo comprendo que tengamos que pasar por caja. Es cierto que creo que los que más tienen deben de pagar más, con la proporcionalidad adecuada, pero sobre todo, estoy muy a favor de que se persiga a quien defrauda.
Entiendo que un autónomo que adelanta el pago del IVA, que si trabaja para algún estamento oficial y le pagan -si lo hacen- en ciento veinte días, cuando no son más, y debía ser ipso facto, se enfade. Yo me enfadaría. Lo que me enerva es el uso de "Lo Público"
Es fantástico lo que cabe dentro de esas comillas.
Cualquiera que haya trabajado en una empresa privada, en unas condiciones laborales justas, sabe bien que hay unos límites que no se puede uno saltar porque se ve en la calle. Sabe que hay excesos que no debe cometer, ni tiene carta blanca para hacer su santa voluntad. Bien, eso en "Lo Público" no se da.
Voy a generalizar por injusto que sea.
Me indigna llegar a la consulta de un médico, "por lo privado", y encontrarme que el señor doctor lleva una bata del SAS. Servicio Andaluz de Salud. Esa bata, que él está utilizando en su consulta privada la he pagado yo, y usted, y a la hora de pagarle su factura a mi no me hace ni el más mínimo descuento. ¿Chocolate del loro? No...que el loro ya está empachado.
El otro día una señora muy maja que conozco imbuida en el mundo de las manualidades me enseñó unos puntos de lecturas hechos con los depresores -creo que se llaman- de madera con los que el médico ve las gargantas. Maravilloso, qué bonito. Al poco rato llegó su vecina, celadora del Hospital Público Virgen del Rocío, con su caja de depresores, nuevecita, para que su amiga se dedique al mundo de la manualidad. Manualidad que por cierto vende en negro. ¿Por qué tengo yo que pagarle a esa señora los materiales de su afición o negocio ilegal?
A esto se pueden unir las fotocopias, botes de Betadine, las llamadas, los paquetes de folios, los termómetros, bolígrafos, el limpiasuelos, y tantas otras cosas que mis ojitos han visto. ¿Por qué tengo que dar por bueno ese robo, que lo es, de un material que está comprado para el uso en el centro laboral público, en beneficio de los consumidores -contribuyentes pagadores-? No lo comprendo.
Esto sin hablar de cuando las tarjetas de crédito de señores públicos, que lo son, se convierten en coladero de trajes de flamenca, sesiones de peluquería, cenas pantagruélicas o combustible como para dar la vuelta al mundo.
Tampoco veo con lógica el uso del tiempo. El tiempo es oro, vale dinero. Conozco a cierta trabajadora de un juzgado, que su tiempo de desayuno la emplea en hacer la compra. Esto sería perfectamente válido si lo hiciera en los veinte minutos, media hora, que debería ser. Pero me la encuentro paseando hacia la otra punta de la ciudad. Hora y media, dos horas, para desayunar. Su sueldo va en función de unas horas productivas (no de estar allí en de pasmarote, charlando, hablando por teléfono con sus amigas...) ¿Por qué le tengo que pagar su tiempo de esparcimiento? Cualquiera que trabaje en una empresa privada sabe lo que es ir, agotada de trabajar, a hacer la compra casi cerrando el comercio, o sacrificando sus sábados libres.
Sé que son pequeñas cosas, cantidades minúsculas dentro de presupuestos inmensos. Pero amén de que no quiero que se queden como privado lo que entra dentro de "Lo Público" es que me desagrada la miserable mentalidad del mangazo. Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero.
A mi no  me importa que se vaya contra quien defrauda, porque no defrauda al Gobierno, me defrauda a mí que pago los impuestos, y mi dinero no me lo roba nadie.

martes, 1 de abril de 2014

LA PASIÓN SOCIAL

Las pasiones se han desbordado.
No creo que sea una cuestión de la primavera, ni siquiera del amago de primavera que hemos tenido que en estos días se ha vuelto invierno en unas zonas, otoño enfurruñado en otras. No tengo muy claro el motivo, pero quizás tenga que ver con el desgaste de contener el aire frente a las adversidades. Estábamos cianóticos y nos quedaba respirar o morir en el intento. Quizás las cosas no estén mejor, pero se nos ha agotado la capacidad de sufrir. Al menos, el sinvivir lo vamos racionando - ¿o quizás racionalizando?-. Este relax ante la durísima situación no creo que sea por conformismo, tampoco por aburrimiento, creo, y es opinión personalísima, que sin acostumbrarnos a lo malo, hemos decidido avanzar.
En esta huida hacia delante, cargados con la mochila de problemas pero sin dejar de estar estáticos, se ha instalado la pasión. Reconozco que me resulta un estado de ánimo social encantador. Creo que es el mejor de todos de cuantos hemos vivido. La única queja que le pondría es la promiscuidad. Estamos instalados en una rapidez informativa y de acontecimientos que no nos da tiempo ni a disfrutar de los preliminares y, muchísimo menos, del relax posterior al clímax.  Gozamos con ansiedad. Incluso somos infieles: mientras estamos enfrascados en una absorbente pasión, miramos de reojo a la de al lado, a la que viene o incluso, a veces, recordamos la anterior. Corremos el peligro de equivocarnos de nombre, con lo mal que queda eso.
Sodoma y Gomorra. Informativamente hablando.
Pero me gusta, soy culpable de disfrutar de este momento, también soy una apasionada. Sigamos así, que se nos una el fútbol, con la gala de oscars, y hasta con un funeral de estado. Que perdamos el resuello viendo a Nadal y empecemos a disfrutar de que llega Eurovisión, o la final de un concurso televisivo o el último episodio de una serie. Que una noticia con errata sea distensión popular hasta que llegue una rueda de prensa sin preguntas o la portada de un periódico deportivo nos inflame hasta que muramos de amor con un vídeo tierno de una niña bajo la lluvia.
Que no decaiga...la pasión.