lunes, 31 de marzo de 2014

OPORTUNIDADES Y COMPATIBILIDAD

Hay un hecho que parece que nos cuesta aceptar. No todas las personas somos compatibles. No le caemos bien a todo el mundo y no todos tienen que parecernos encantadores y maravillosos, incluso si a un gran número de personas le parece una persona estupenda. El borreguismo social no sólo  se hace patente en corriente políticas, ideológicas o televisivas, a veces en pequeños círculos notas la pleitesía a determinadas personas, y los que pasan a no rendir el tributo al becerro de oro, -perdonen la similitud-, saben que su lugar es el lado oscuro. Ni que decir tiene que el reverso tenebroso es mucho más divertido.
No es que yo abogue por los malos modos, la irascibilidad o el desencuentro palpable. No me agradan, ni mucho menos, las situaciones tensas y el ambiente espeso. Hay un límite, que es el de la buena educación, el que requiere un mínimo de cordialidad -o de hipocresía-, no cuesta nada saludar o despedirse, pedir las cosas por favor e incluso sonreír, pero no es necesario estirar en el tiempo una relación, del tipo que sea, que se prevé desastrosa. Es más, creo que no es necesario si quiera, alargar una conversación. Tampoco hay que plegar las razones propias siempre.
No es que piense que hay que ir por el mundo de manera justiciera, eligiendo y rechazando a personas a la primera de cambio. Todo lo contrario. Pienso que todas las personas se merecen una oportunidad de ser conocidas y todos tenemos derecho a que se nos conozca. Entre las cosas que más me desagradan están los divinismos.
Si algo me parece deleznable, es el grupo de personas que, en un gesto de suprema cobardía, no se atreven a saber de alguien por lo que le han dicho otros, por su aspecto físico o por su condición: sexual, religiosa o física. Y no me refiero a grandes rasgos -que también- me refiero a quien no le da la oportunidad a alguien por tener sobrepeso, no llevar ropa de calidad, o por ser centro de cotilleos y maledicencia por haber tenido muchas relaciones, o por no esconder que va a Misa los domingos. Y no, no estoy exagerando. Son ejemplos al azar, pero de situaciones que he vivido o compartido con otros. Basta con ser observadora en la sombra (sí, la del lado oscuro) para saber que se da con más frecuencia de la que parece. Por supuesto es difícil que entonces yo me pueda llevar bien con ese tipo de persona.
Lo que algunos le llaman química o feeling no es más que una conjunción de características por las que una persona te agrada. Puntos en común en los que coincidir y otros tantos en los que discrepar para poder debatir, que si no es muy aburrido. Personas con las que coincides y al poco tiempo sabes que puede que sea "el principio de una gran amistad", quizás sea un atractivo contrincante en la conversación, y hasta, en ocasiones, puede dar paso a una relación amorosa.
Pero te das cuenta, sabes que puede ser alguien a quien saludes y rehúyas, que sea un buen amigo o un conocido divertido con quien formar grupo a la hora de salir, quizás le ves el perfil de un amor eterno. Lo único  importante, sobre todo por no sufrir, es que en todos esos casos, la otra persona piense igual que tú.

domingo, 30 de marzo de 2014

LOS NOMBRADOS

Entre mis muchas rarezas, que no sé si tengo demasiadas, bautizo a casi todo ser, vivo o no. Si es algo cotidiano, está a mi alrededor, o utilizo asiduamente, no hay duda, acabo poniéndole algún nombre. En mi descargo diré que es algo heredado. También hay que tener en cuenta que no todo es susceptible de ser bautizado. Nace la magia y lo notas, sabes que tiene que formar parte del elegido grupo de "Los nombrados".
El primer ordenador que tuvimos como bien ganancial se llamó Joe -léase you, así, en extranjero-...en esa época, la de nuestra primera casa, los treinta y ocho metros cuadrados daban para poco, pero creo que ese pc de sobremesa era el que más espacio tenía. Tampoco andaban mal de espacio los tres canarios que nos regalaron, estaban en una jaula doble que ocupaba todo el balcón. Así de grande era el balcón...y la jaula...Creo que en proporción, los canarios tenían un apartamento más grande que nosotros. Luego tuvieron descendencia, que yo criaba con santa paciencia, y se les puso el chalet más apretado. Los tres primeros se llamaban "Bolita de Alcanfor", "Ranita Tomatera" y "Pequeña Pocha". Ésta última se me murió pronto, creo que erramos al elegir el nombre y la predestinamos.
Tuve otro canario, se llamaba "Curro". Y el único perro que he tenido de casada se llamaba "Pibe", otro homenaje a Mafalda como el título de este blog. Canes anteriores en mi vida fueron "Bambula" y "Duna". Pero ponerle nombre a los animales es más normal, es más, lo extraño es no ponérselo. Acaban formando parte de la familia, se les coge cariño, y es lo más lógico. Además los pobres por algún nombre deben de responder, si es que tienes especial interés porque te hagan caso. Aunque los peluches no tienen que oírme, ni venir corriendo, y también han tenido siempre nombre. Todos, por pequeños que fueran. "Topi" era -y es- mi oso especial...
Uno de mis muebles se llama "El caro" porque aunque no fue excesivo el desembolso, fue lo más caro que habíamos pagado hasta entonces por un mueble. A plazos, por supuesto. Y ahí sigue, salió bueno. Los primeros sofás que compramos, azules, uno más grande que el otro, se llamaban "El vomitao" y "El otro", podrían haber sido el grande y el chico, pero no, todo fue porque  mi hija tenía cierta habilidad, para que después de tres toses, viniera el torrente, y siempre le pillaba en el mismo sofá y no en el otro. Me hice experta en el limpiado de tapicerías. No tiene secretos para mí.
Cuando tuvimos el primer lavavajillas hubo que darle un nombre apropiado, y se llamó Braulio porque tenía la prestancia justa para ser elegante sin dejar de ser eficaz. Puedo asegurar que lo quise con locura. Y el hueco que deja el tendedero de la ropa fue bautizado por las niñas como "La cueva de los monos" y por supuesto, toda la familia le llamaba así.
El segundo sobremesa, (un ordenador potentísimo, elegido pieza a pieza), por un acto de paridad absoluta, decidimos que tuviera nombre de mujer, por eso y porque esta casa piensa en femenino...y como agradecimiento y recuerdo al primero, se llama "Mary Jo" -mariyou, en extranjero- y hasta la fecha sigue con nosotros. Está algo mayor, pero sigue siendo jovial y útil. Es cierto que la flota de ordenadores ha crecido, tanto como las niñas (que por supuesto también tienen nombre...) y mi malogrado Netbook se llama "Chiquinino", el de mi hija Rocío se llama "Teclas" y el que le dio la Junta de Andalucía (esa insensatez populista, de color verde) se llama "Musgo". El siguiente que llegó a la familia fue el de mi hija Julia que se llama "Gandalf" y este desde el que os escribo, que todavía no ha cumplido los cuatro meses, en contraprestación con el anterior, lo bauticé como "Máximus".
El primer geranio que tuvimos se llamó "Gundemaro" y tuve un "Sisebuto", un cactus que sequé...sí, soy una negada para las plantas pero les pongo mucho interés, como a "Olguidría", una orquídea que me duró dos meses, pero le hice muchas fotos. Ahora tengo a "Felipe" y a "Sarah" "Jessica" "Parker" que eran tres iguales aunque ya Parker no esté entre nosotros.
Supongo que se puede vivir sin que las cosas tengan nombre...pero a mí me gusta, ni siquiera es premeditado. También suelo llamar a la gente por un nombre diferente al que lo hacen los demás...pero eso ya es otra historia...

viernes, 28 de marzo de 2014

OJERAS

Tenía tipificadas las ojeras.
Algunas tenían números, igual que los impuestos, y siempre se debían a ellos. Según el mal día que le dieran, se trasladaban a su sueño y a sus ojos. Nunca tuvo unas ojeras peores que cuando le tocó liquidar el 303 por primera vez, sola en su oficina las horas corrían en su contra y no pudo ni ir a casa a dormir. Esas ojeras fueron antológicas. Ojeras 303.
Tampoco estuvieron tan mal las ojeras de la maternidad. Esos primeros ocho meses sin dormir, en los que su ex marido seguía a pierna suelta, ocupando más de media cama y diciendo, ante sus quejas, que su trabajo era más duro y tenía que descansar. Gastaba corrector de ojeras al mismo ritmo que botes de leche en polvo para el bebé. Su bebé. Se había ganado por derecho la propiedad en exclusiva. No quería ni la pensión compensatoria, nada de dinero si él no quería ver al niño.
El divorcio no le provocó ojeras, al contrario, empezó a dormir mejor. En cuanto supo que no había que pelear por tener a su hijo, sólo encontró ventajas. Bueno, tenía que ser sincera, el primer fin de semana que lo tuvo a su hijo en casa -pese a que le hubiera correspondido a él-, se sentó a su lado y le llegó el amanecer ensimismada en su belleza y en los dulces pensamientos que le procuraba. Tuvo ojeras de ser feliz.
Y luego llegó la primera noche de pasión, de sexo loco y desenfrenado, de después del divorcio. Esa primera noche que no durmió absolutamente nada e hizo todo el ejercicio que tenía atrasado. Eso sí que fueron ojeras a la mañana siguiente...no hizo por taparlas, eran elocuentes y sin embargo le quedaban  bien a su sonrisa. Porque es así, pese a que todavía piensen que las mujeres se enfrentan al sexo como una obligación, es incierto. Sonreía desde el cansancio y las ojeras iban acompañadas de ojos brillando.
Las ojeras de salir alguna noche, pocas, eran un ritual como la resaca y el dolor de gemelos después de unos zapatos de tacón casi imposibles. Se aceptaban desde el momento en el que elegías que ibas a llevar. Si era noche de fiesta, al día siguiente estarían ahí las ojeras, impertinentes y osadas. Lo mejor era no tener que hacer nada ese día y recuperarse sin prisas, pero si había algo que hacer, ni el estómago revuelto ni las ojeras pensaban irse. Era inútil luchar contra eso. No había remedio. Sólo había que dejarlo pasar.
Había tenido ojeras de pasar la noche consolando a una amiga, de eternas vigilias de hospital, de desilusión tras un fracaso sentimental -entendido como una ilusión, no un amor verdadero, para eso, por ahora, estaba inmunizada-. Ojeras por algún fin de mes que se hacía más difícil de lo complicados que solían ser, por una discusión tonta con la familia...pero esas no eran bonitas, no tenían regusto a felicidad.
Hoy tenía ojeras, ahora mismo las estaba maquillando, tenía que salir a una reunión de trabajo y debía estar presentable. Y mientras las maquillaba lo tuvo claro: estas ojeras tenían tu nombre.

jueves, 27 de marzo de 2014

REVOLUCIÓN ESTUDIANTIL

Yo una vez fui cabecilla de una revuelta estudiantil.
Así, una revolucionaria. Usé el derecho a la huelga que en realidad no tienen los estudiantes. Seamos sinceros, se llama huelga pero no lo es. No son trabajadores por cuenta ajena. No cotizan a la seguridad social como empleados. No son autónomos ni profesionales asimilados. Son usuarios de un servicio, público o privado, por el que pagan una determinada cantidad de dinero.
Supongo entonces, igual me equivoco, que se debería llamar "Protesta estudiantil", "Reivindicación estudiantil" o "Cabreo" pero huelga jurídicamente entendido, pues no.
Por supuesto mi revolución no era agresiva, ni siquiera fuimos mal educados, fueron reivindicaciones de usted. Que lo cortés  nunca estuvo reñido con lo valiente. No tiramos ni media piedra, no existió el vandalismo y por supuesto no hubo barricadas ni quema de neumáticos, con el mal olor que deja eso. También es cierto que no había ningún sindicato estudiantil apoyando mi causa y supongo que no fue por desidia ante mi convocatoria (que fue un éxito) sino porque no se enteraron a tiempo.
Pero hice una Asamblea. La huelga en sí no hizo falta. Creo que quitando alguna exposición en clase o los exámenes orales, era la primera vez que hablaba en público. Sola, ante mis compañeros de las dos diplomaturas que se impartían en mi escuela. No estaban todos porque no cabíamos en el aula y eso que estábamos en la más grande y había gente de pie, tampoco es que hubiera un exceso de compromiso desorbitado. Pero éramos un mogollón.
La causa de mi huelga fue que habían vaciado la biblioteca, no sólo de libros, si no también de mesas y sillas. En la biblioteca no había más de seis mesas extragrandes y libros pocos. Estábamos de traslado pero hasta el curso siguiente no se podía utilizar el otro edificio. Nuestra Escuela era muy pequeña, coqueta si intento venderla bien, cutre si soy sincera, pero llegaban los exámenes y había gente que no tenía más remedio que usar la biblioteca porque o no podían estudiar en casa o no les compensaba estar para arriba y para abajo todo el día porque vivían lejos. Por supuesto yo no estaba en ninguna de las dos opciones, y tampoco usaba la biblioteca, pero mis compañeros sí y allí estaba yo. La defensora del universo.
Así yo, sin pañuelo palestino, por supuesto, anoté nuestras reivindicaciones: Queríamos biblioteca y queríamos horario continuado. Me aplaudieron y todo. Fue un gran momento.
Ante el revuelo apareció el director, asustado, al borde la apoplejía, pobre hombre. Creo que pensó que le íbamos a armar la de los Astilleros de Cádiz pero sin puente Carranza que cortar. Mis compañeros me eligieron interlocutora válida -también era la única que se atrevía- y accedí a reunirme con el director.
Me pidió que fuera a su despacho, tardé en sentarme para que tuviera que mirarme desde abajo, que los diecinueve es una edad muy pedante, así que muy seria, expuse: "Necesitamos las mesas y las sillas, hay gente que no tiene acceso de otra manera a poder estudiar, estamos de exámenes y necesitamos que la Biblioteca esté hábil y tenga más horas de acceso". Ni siquiera hice referencia al dineral que costaban los créditos, ni a las pocas becas que teníamos, en ningún momento hablé de los dos o tres profesores perrilleros que teníamos. Tampoco me hizo falta amenazar con huelgas y medios de comunicación. Fui concisa y directa. Al director le cambió la cara, supongo que esa contracción facial era alivio y musitó: "De acuerdo, en treinta minutos tenéis aquí las mesas, los libros igual llegan mañana.El horario de biblioteca será ininterrumpido de ocho de la mañana a diez de la noche". Asentí victoriosa.
Volví al aula y se lo dije a mis compañeros, me aplaudieron y todo. No hubo que ir a la huelga, no tuvimos que llamar a los periódicos, no salió nadie herido, y ni siquiera perdimos una hora de clase. Conseguimos lo que queríamos en poco tiempo y de buenas maneras. Por desgracia supongo que no siempre es tan fácil, pero lo que es seguro es que tampoco hace falta acabar delinquiendo.
La verdad es que me lo pasé bien. No se me dio mal, sin embargo ahí terminó mi carrera como revolucionaria.

miércoles, 26 de marzo de 2014

REFLEXIÓN TUITERA

Tras una inocente, o no tan inocente, conversación en Twitter, ayer me tuve que parar a reflexionar. Además fui consciente de que era el momento de analizar aquello que me decían dándole toda la prioridad. Quizás a cualquier otra persona no le parecería necesario o lo compatibilizaría con otra actividad, que el razonamiento no precisa de huelga de brazos caídos, sin embargo yo reconozco que con las manos en el teclado me quedé inmóvil y le di vueltas al breve intercambio de opiniones que había tenido. Creo que no fueron más de tres tuits por cada interlocutor, nada comparable a las reñidas discusiones que se pueden llegar a tener, ésas que se alargan tanto en el tiempo que los hilos de conversación varían seis o siete veces. También es cierto que no fue una discusión.
Después de un tiempo, no demasiado, pude sacar algunas conclusiones que no por ser mías tienen que ser ciertas, pero al menos me son útiles y me satisfacen. Puede que esté equivocada o todo lo contrario, que los relativismos en la subjetividad de los razonamientos humanos son, por contra, imposibles de refutar. Lo que el pueblo soberano suele denominar "mi verdad", que es la manera lógica de admitir que es cierto pero a la vez subjetivo. No sé lo que dirá la RAE al respecto, que como la donna è mobile, pero en el fondo la expresión no deja de ser clarificadora. Más o menos vulgar, pero elocuente.
La primera conclusión que saqué, respecto de mí misma, es que no me gusta lo que en el tuitero mundo se llama, con gran exactitud, una "pseudomención"; es decir, hablas de algo que hace alguien o de alguien en si mismo, pero sin decir quién es o sin usar el nombre de la cuenta. Lo que era antes, hablar por la espalda o tirar la piedra y esconder la mano. Estoy segura, no apuesto mi mano derecha pero tengo grandes certezas, de que si a estas personas se les dijera que incurren en este comportamiento, lo negarían con grandes aspavientos. Son personas que suelen alardear de "ir de frente", sin embargo, la "pseudomención" no es más que evitar un enfrentamiento directo, pero dejando una acusación o juicio en el aire.
Me reitero en que no me gusta. Si no quiero discutir, callo. Si tengo algo que decir, lo digo a la persona en cuestión, en público o en privado. Pero no lanzando indirectas al aire.
La segunda conclusión fue que debo ser muy mala amiga y sin embargo muy buena persona. No deja de ser en sí mismo una gran paradoja, pero reivindico que no tengo doble personalidad, ni estoy loca.
Cuando tengo confianza con alguien, o soy seguidora fiel (el Real Madrid, un escritor, mis columnistas de referencia, mi amiga de la infancia, mi santa madre, por poner unos ejemplos) creo que tengo la oportunidad y la capacidad de ser crítica con lo que hacen y no por eso los quiero menos. Supongamos, si uno de mis autores favoritos escribe un mal libro lo digo (y razono), y si puedo -milagros de la tecnología- se lo hago saber. Si uno de los columnistas que leo a diario me desilusiona, no me gusta lo que dice o cómo lo dice, teniendo en cuenta que los gustos son personalísimos, pues lo digo. Si tengo opción, a la persona en cuestión, si tengo confianza, se lo digo en privado, y si no la tengo, pues en público, razonando y mencionando al autor. La pasión no me nubla el entendimiento. Puede que alguna vez me haya sucedido, nobody is perfect, pero es algo contra lo que lucho. También la edad es un grado, a más años menos extremismos.
Por eso me defino como mala amiga o mala seguidora fiel, porque cuanto más quiero a alguien o más conozco su obra, que no deja de ser la mejor manera de conocer a su autor, más libertad de crítica tengo, menos "agradaora" soy, eso sí, siempre con razonamientos y educación. Y a veces, esa educación es un dulce silencio.
Sin embargo, me reconozco buena persona porque cuando alguien me enseña un trabajo amateur, de pintura, escritura, un dibujo, veo tal cantidad de cariño, de esfuerzo y de pasión por lo que hacen (hacemos), literalmente por amor al arte, que no me queda más remedio que aplaudir muy fuerte. Puede que no sea de mi gusto, quizás tenga muchos fallos, pero soy incapaz de juzgar la emoción de alguien. Si me preguntan directamente si encuentro fallos, si me piden que supervise, quizás, de la manera más dulce que sepa, diré lo que yo cambiaría, pero siempre asumiendo que es todo pura subjetividad, y que cada uno tenemos nuestros gustos, formas y maneras.
En este razonamiento no hay moralejas ajenas, me las quedo yo todas, quizás, la única que puedo compartir ,es que estamos dejando de ser respetuosos con los sentimientos ajenos. Detrás de un nombre, de un avatar, de un pseudónimo, hay una persona que tiene un corazoncito y que aunque a veces las redes sociales se presten a la crítica feroz, no debemos olvidarlo. También es cierto que de una simple conversación, he podido descubrir parte de mí. ¡Y luego dicen que Twitter no vale para nada!





martes, 25 de marzo de 2014

TIENE UNA ENTREVISTA

Hay personas que te cruzas en la vida y te sorprenden. Apetece mucho saber de ellas, escuchar sus anécdotas y hacerte observador invisible de sus recuerdos, sus palabras y su vida. No tienen que ser grandes personalidades, ni tampoco deben tener como requisito indispensable, el acarreo de un montón de tacos de calendario. Hay jóvenes llenos de experiencias y adultos de vidas asépticas. Es cierto que todo el mundo tiene algo que contar, pero para que a mí me llamen la atención, nada más -y nada menos- tienen que haber vivido.
No tienen que tener mis ideas, ni pertenecer a mi alrededor, no es necesario que recen mis oraciones, ni amen al mismo compás que lo hago yo. Casi al contrario, cuanto más diferente, más me gusta saber de ellas. Conforme más distinta sea su vida a la mía, mejor.
Como he dicho hasta el infinito, mi titulación universitaria no es la de ciencias de la información, sin embargo, sí que me nace una intriga frente a esas personas, las conozco y quiero preguntar poco y escuchar mucho. Esa necesidad de saber no sé si titularla como curiosidad, deseos de aprender, cotilleo o ganas de hacerle una entrevista. Igual no sé titular mi necesidad, porque no soy periodista.
Los escritores y periodistas, que es lo mismo, pero no es igual, siempre tienen mucho que contar, y como es su oficio, (cuando es por vocación), les gusta tener un público entregado que le escuche sus historias y vivencias. Y en ese público, sea por escrito o de viva voz, disfruto mucho estando yo. Es información de segunda mano, manoseada por los recuerdos del autor, pero sigue siendo interesante.
Reconozco mi predilección por las mujeres mayores que han vivido más vidas que hijos tuvieron, mujeres que en la sombra de la fachada de su casa, hicieron por su familia más que muchas nóminas, pagas y sueldos. Y lo siguen haciendo. Esas ya, muy mayores, que aún no dominaban la lavadora y que sólo tenían la ropa de los domingos para ir a la consulta del médico, si iban.
También me gustan las primeras mujeres universitarias, las que se dedicaban a tareas poco femeninas rompiendo moldes, no grandes avances, nada de feminismos ni algarabía, sutilmente ellas se adentraron en las parcelas de la masculinidad.
Me gustan los hombres del mar, pero me cohíben, me da cierto reparo y a ellos se los doy yo, así que en esos casos -mea culpa, soy una maleducada- los escucho hablar en la Plaza de Abastos, y me quedo embobada con las palabras tan bonitas que utilizan. Los hombres del campo, los taxista de la gran ciudad, los policías con trienios...los barman y los camareros que son psicólogos y confesores, sin votos, ni códigos por los que callar.
Me gusta saber de las mujeres de mi generación, las que tienen el corazón hecho trizas y remendado, que sonríen de perfil con algo de desconfianza, con un rictus precavido que le dura a penas tres canciones, porque enseguida se entregan a tumba abierta, renegando de haber caído en la tentación y disfrutando cada segundo sin pensar en el qué dirán o en el final de esa historia.
La gente valiente que pasa por la vida absorbiendo momentos, disfrutando de cada instante, llorando y riendo a partes iguales. Sin vivir en el drama, ni en la eterna alegría. La que tiene tiempo para mirar hacia fuera sin dejar de sentir hacia dentro.
Y puede que no lo haga nunca, o quizás sí, pero me cruzo con esas personas y no puedo evitar decirme "tiene una entrevista".  

lunes, 24 de marzo de 2014

UNA MAÑANA EN EL BUS

Empezar el día odiando el despertador no era ni mucho menos lo peor que podía suceder antes de llegar al trabajo. Discutir con la cafetera o pelear con la tostadora. Sufrir por las prisas el desconsuelo que da el primer chorro de agua fría en la espalda, y pensar, un día más, que el agua debería salir directamente caliente. No saber que ponerse tras mirar una y otra vez el armario, dejarlo todo para poner la lavadora. Volver iluminada con el modelo a llevar, y comprobar que o estaba algo sucio, o sin planchar o no tenía medias adecuadas para completar el look. Llegar al ascensor y que tarde tres eternidades en llegar y tener la sensación, todos los días, de que se va a parar y se va a quedar encerrada.
Pero lo peor, sin discusión alguna, era el momento de abrir la puerta de casa y ver la marquesina a lo lejos, a su derecha, a al izquierda el luminoso con el número de su autobús. A penas cien metros que se hacían kilómetros.
Salir corriendo desde antes de oír el portazo de la pesada puerta. Las personas que caminaban quejumbrosas por el hachazo del madrugón se volvían obstáculos en su carrera. La meta, la parada del autobús. Cada vez se levantaba antes y sin embargo, no conseguía librarse del agónico momento de sentir la espada de Damocles sobre su cabeza. Llegaría a tiempo, perdería el bus, todos los días igual.
Al final lo conseguía, por supuesto. Es más, sólo en un par de ocasiones perdió el autobús. Pero el estrés del transporte público n desaparecía. Lo de sentarse era un poco utópico, pero como su ruta llegaba a los cuarenta y cinco minutos, hacia la mitad solía conseguir un asiento. Esos treinta minutos, aproximadamente, los aprovechaba para pensar, para ordenar su mente doméstica o laboral. Pocas veces era momento de sentimentalidades. Salvo que tuviera algún mensaje de primera mañana. También era cierto que si se acostaba con la angustia de una discusión o de una falta de certeza, entonces en su viaje no había otro pensamiento. La duda, la eterna duda, era lo que más le podía quitar el sueño, por encima de una tragedia, de un dolor...y le ocupaba todo su tiempo.
Pero si hacía un promedio, de un mes de viajes, de ida y vuelta, de casa al trabajo, casi nunca podía pensar. Siempre se sentaba con alguien, como era lógico en hora punta, pero lo que no era normal, es que siempre le contaran su vida, sus anécdotas o sus dramas personales. Quisiera o no. Durante un momento dado llevó hasta auriculares, para intentar aislarse, pero nada, al final le hablaban y tenía que dejar colgando las palabras o la música en el aire, y le llegaba desde lejos pero sin poder disfrutarla. Acabó evitando el trance de tener en el bolso los cables enmarañados para nada.
Hoy tenía a su lado a una chica joven, normalmente no hablaban, buena señal. Se enfrascaban en el móvil y sólo -y como mucho- se dirigían a ella para salir. Tenía tiempo para mirar las noticias en el móvil, leer alguna columna y pensar cómo iba a organizar la mañana. Se congratulaba de su suerte, fue consciente hasta de que sonreía.
Buscó uno de sus columnistas favoritos y cuando llevaba a penas siete reglones, su vecina de asiento comenzó a llorar.
"Mala suerte", pensó, "otro día que le tocaba no dedicarse a lo suyo. ¿quién dejaba llorar a una criatura sin consolarla?"


viernes, 21 de marzo de 2014

FLOJERA DE PRIMAVERA

Ahora que ya hemos celebrado todos que es primavera, que cuando cesan los coches, en vez de las gotas en el cristal, oigo miles de pájaros cantando. Pájaros que por supuesto sólo se que son ovíparos y vuelan, porque a duras penas distingo los gorriones...Cuando por fin las flores empiezan a desperezarse al sol y las amapolas se bambolean entre estillizadas y altas margaritas, en este instante, noto la energía disminuir y el ánimo subir.
Me paso el invierno suspirando por los días de sol, el calorcito y el buen tiempo. Es conocido que la lluvia me altera hasta volverme triste o irascible, según el día, y si más pequeña disfrutaba de las tormentas de verano, ya ni las quiero sentir, que el agua me gusta en vaso, mar o piscina. Y en la ducha, claro, que una es muy aseada.
Ahora que por fin llega el buen tiempo, noto que a ratos -menos mal que es solo a ratos- me fallan las pilas. Me quedo sin energía. Es eso que llaman la astenia primaveral, que yo creo que es un nombre raro para lo que siempre hemos definido como "flojera". Por lo menos en mi sur. (v.g. "tengo una flojera que no puedo moverme" "con esta flojera el tiempo no me cunde") No es un estado de desgana, ni de falta de interés por el trabajo. Es algo parecido a que te baje la tensión arterial pero tengas muchas ganas de hacer cosas. El sol motiva y apetece salir a la calle, retomar actividades que la lluvia no permitía, soñar con el verano...los días son más largos, pero sin embargo el cuerpo no acompaña, por lo menos al principio.
Dicen las predicciones que no me acostumbre, me sugieren que no me ilusione, que vuelven las lluvias y que llegará el frío, no puede ser, no quiero más tardes grises ni despertar con la sensación de que no va a amanecer en colores. Se empeñan en decir que las vacaciones de Semana Santa, como siempre, cumpliendo la tradición, vendrán con nubes negras que dejarán las playas vacías en segundos y lágrimas en cofrades. Dicen que no debo guardar los jerséis aunque muera de ganas de sacar los bikinis.
Pero yo no puedo remediar verme ya gozando de la primavera, sintiendo el calor tibio en mi piel, añadiendo cada mañana más pecas a mi rostro (no me gustan, pero no lucho contra ellas), cambiando bufandas por blusas, abrigos por chaquetas livianas, y tardes de chocolate caliente por mañanas de terracitas.
Ojalá se equivoquen los que me auguran chaparrones y frío, porque yo pese a la "flojera", también florezco en primavera.

jueves, 20 de marzo de 2014

GRAND PLIÉ

De su época como estudiante de danza clásica le quedaba una espalda muy derecha, un cuello siempre erguido y una dulce manera de moverse. En ocasiones, observando desde lejos, parecía que en vez de ordenar percheros de ropa, navegaba etérea por las tablas de un teatro de la vieja Unión Soviética.
A primera vista, en cualquier reunión, sobresalía entre los demás, su porte era distinguido, pero algo duro. Parecía que no quería a mirar a la gente de frente, su postura derecha y de mentón elevado, tan distinta a la de todos, podría interpretarse como altivez. Sin embargo, en cuanto sonreía e interactuaba con otras personas se desvanecía la presunta frialdad y se volvía una delicada figura de Lladró. Esa en la que la bailarina se inclina a atarse su zapatilla de punta de ballet.
A veces, tras el mostrador, se la podía ver con los pies en primera o tercera posición, los brazos apoyados sobre el cristal, con tal delicadeza que parecía que era la barra frente el espejo y que comenzaría a practicar, "plié, demí-pli, grand plié", para entrar en calor y así poder atravesar danzando entre giros y grand jeté.
Pero aquello quedó atrás. La sutileza de la danza, la armonía de los movimientos, la dulzura en el escenario, tenía detrás sangre, infinitas horas de trabajo, y un sacrificio inenarrable. Después llega la edad y lo finaliza todo. Eso si se ha conseguido llegar a formar parte de algún ballet importante o a ser primera bailarina, que sucede muy poco. También se acaba cuando hay una lesión, como le ocurrió a ella, y entonces el sueño se trunca para siempre.
Cuando todo ocurrió, luchó por recuperarse, intentó volver a ser la que fue, pero no pudo. Había dolor, había lesión y no podía llegar a los niveles de exigencia que necesitaba. Fue duro. Necesitó tratamiento psicológico, incluso. No estaba preparada para que acabara tan pronto, sabía que un día todo terminaría, pero no así.
Le ofrecieron dar clases, pero no se veía capaz. Sufriría estando pegada a una barra sin ser la bailarina al cien por cien que había sido. Para ella, dejar la danza fue una ruptura, como el abandono repentino de un gran amor. Mucha gente no la entendió porque le estaban ofreciendo un puesto de trabajo. Pero le había dedicado muchas horas a su amante, la danza, con una fidelidad extrema, por encima de todos y de todo, y ahora que le había dicho adiós, no podía volver a sentir las sensaciones que sentía estando a su lado sin ser plenamente suya.
Entonces puso una tienda, allí podían encontrar todo para las distintas danzas: clásica, contemporánea, rítmica... Con ella tenía esa especie de cordón umbilical abierto, un resquicio de comunicación con lo que fue su vida. A veces bromeaba y decía que la tienda era esa amiga que conoce a tu ex pareja y de vez en cuando te dice cómo le va.
Cuando venían las niñas (y los niños) llenos de ilusión por sus primeras clases, se entusiasmaba con ellos. Y los emocionaba aún más. Cuando venían a comprar materiales de ir avanzando en la disciplina, les daba la enhorabuena como se merecían, que ella bien sabía lo que costaba. Su momento favorito, quizás fuera cuando le pedían las primeras zapatillas de punta, ahí se veía el orgullo de quien las pedía, era un paso importante , había llegado lejos, superado una fase, ya tenía al otro lado del mostrador a una bailarina (o bailarín, aunque niños había menos). Generalmente conocía a la compradora, eran clientes fijas, así que cuando traían buenas noticias, se sentía como una madre orgullosa, incluso sufría los días de examen y no dejaban de pasar a darle los resultados de las pruebas.
Ese había sido el final, la recompensa, vivir en los ojos de otros, la ilusión por su amor.


miércoles, 19 de marzo de 2014

CARTULINA CON MACARRONES

Como una flor, se marchitaba. De pie, sola y confundida, parecía que su alrededor no era más que un caro jarrón en el que ella, flor de invernadero, comenzaba a dejar de presumir. Ella no era una flor silvestre, salvaje y rotunda, porque era de asfalto. Conocía las flores de las rotondas y de alguna excursión al campo. Esas excursiones eran con el colegio, por supuesto.
Llevaba tanto rato esperando que decidió que la mejor de las opciones era sentarse. Pequeña y redondita se encaramó al sofá, arrastró el culete hasta el final del sillón y muy derechita, con la espalda pegada al respaldo, siguió esperando con la mirada perdida en los pies al aire.
Encima de sus rodillas, apretadas para que no hubiera un hueco por el que resbalase, sobre un pijama rosa de princesas, una cartulina verde con un dibujo de la huella de su mano, en rojo. Fue divertido pintarse y apretar fuerte, pensó, con la mano de la señorita presionando. La "seño" tenía unas manos grandes y calentitas, y llevaba dos anillos muy bonitos. Su madre decía que era muy joven, pero ella la miraba y veía a una persona mayor. Las manos de mamá también eran bonitas, siempre se estaba echando cremas y se pintaba las uñas con mucha delicadeza. Ella disfrutaba de verla con tantos botecitos y tarritos diferentes. Una vez, hace tiempo, le pidió que se las pintara, pero le dijo que aun era pequeña. Iba a replicar que otras niñas en el cole las llevaban pintadas, pero desistió antes de argumentar. Conocía la respuesta.
Alrededor de la huella de su mano, haciendo algo parecido a un marco de fotos, habían pegado macarrones secos. Eso fue realmente pegajoso, el pegamento blanco que se llama cola se nos pegó en los dedos, recordó con regocijo, y se puso gris, pero cuando descubrimos que era divertido tirar de esos pellejitos que salían y parecía que nos estábamos arrancando la piel, fue aún mejor. La "seño" nos vio hacerlo, yo creo que disimuló y hasta me pareció verla sonreír, concluyó.
Cuando se secó, había pasado una semana. Algunos tuvieron que poner macarrones de última hora porque se les habían caído. Ella no lo necesitó y se enorgulleció por dentro. Las niñas no presumían, decían. Fue entonces cuando llegó lo más difícil, pintar con témpera amarilla dorada. No podían salirse de los macarrones, dijo la "seño", pero la mayoría se salieron. No podían apretar porque la pasta podía despegarse, y a casi todos se les despegó alguno. Pero cuando estuvieron todos juntos secándose otra vez, quedaban realmente elegantes. "Es como una galería de arte" dijo la profesora.
Y ahora ella esperaba poder dárselo a papá. Llevaba mucho rato esperando. Mamá estaba de viaje, la tata estaba en la cocina y ella esperaba a que viniera. Papá ya no dormía en casa. Mamá le dijo que se había mudado a otra ciudad, pero que la quería mucho, que vendría los fines de semana, a verla. A veces oía que le decía a otras personas mayores que se "había separado" y ella, porque se lo preguntó a la "seño", sabía que es que papá y mamá ya no se querían, pero que sí que la adoraban a ella, como había sido siempre.
Le estaba entrando el sueño, pero tenía que quedarse despierta, papá vendría por su regalo, se lo había prometido. No era fin de semana, pero vendría, le dijo. Seguro que había un atasco desde esa ciudad nueva donde vivía. Había trabajado duro durante muchos días para que fuera un regalo muy bonito. La tata le dijo que vendría.
Una hora más tarde, cuando su padre estaba frente a ella, vio a su hija profundamente dormida, con sus mofletes coloraditos, la respiración acompasada y la cabeza sobre el brazo del sofá. En sus rodillas, cogido muy fuerte con sus manitas, para que no se le cayera, una cartulina llena de macarrones.

martes, 18 de marzo de 2014

TRES FINALES

Sentada en su cama imaginaba historias, soñaba despierta. Partía de situaciones cotidianas y buscaba recorridos narrativos. Inventaba. Según el día las vicisitudes podían terminar en finales felices o en verdaderas tragedias que le hacían hasta llorar.
Su mente iba rápida, tanto, que a veces, en su imaginación, convivían tres historias a la vez, tres argumentos distintos que habían nacido de una misma realidad, e incluso a veces los superponía.
En otras ocasiones era un argumento tan complejo, una historia tan enrevesada y detallada que se hacía el ocaso a su alrededor y no se daba ni cuenta. Habían pasado las horas y alguien podría pensar que no había hecho nada, y era cierto que su cuerpo no se había movido, pero estaba agotada, incluso físicamente, de tanto pensar.
A veces, y de manera consciente, dejaba los finales abiertos para darse el gusto de volver a recuperar la historia o porque le gustaba tanto que no quería darle ningún tipo de final, prefería dejar en suspenso cualquier meta.
Los días que estaba más participativa, más dinámica, escribía esas historias, aunque le molestaba profundamente lo lenta que iba su mano, más de una vez se planteó comprarse una pequeña grabadora para contar lo que iba imaginando, pero ponerle voz a sus pensamientos le parecía una vulgaridad y una manera de coartar sus ideas. Tampoco le servía la grabadora, encorsetar a la imaginación en palabras habladas no era la solución.
Así que la mayoría de las veces, esas rutilantes historias se perdían en el limbo de los sucesos que nunca han pasado, pero pueden llegar a pasar. Con suerte, morían en un papel, perdidas en una libreta a medias, en un folio perdido. Historias huérfanas de seguimiento, sin orden ni concierto, y en ocasiones sin terminar de escribir, aburrida de tener que limitar su velocidad a la destreza manual.
Con lo que sí disfrutaba era con su diario, que no era tal, era una libreta, porque en su manera de pensar, los diarios se convertían en cuadernos y los cuadernos en cobijo para su día a día. No tenía ninguna razón de peso para que así fuera, pero era.
En el Diario, conseguía vaciar todo lo que no había podido decir durante el día. No sólo plasmaba lo que había sucedido, sino también lo que le había hecho sufrir, lo que había considerado injusto, las percepciones que había silenciado y las ideas que se le habían ocurrido. Los argumentos que pudo haber usado y no lo hizo por respeto a la persona que tenía delante -un  mayor- o por falta de tiempo. Nadie entendía mejor lo que le sucedía que ella misma, ninguna persona iba a comprender como le enervaban ciertos comportamientos o como se había aburrido en clase.
También contaba cosas de Andrés, de cuando lo veía y se cruzaban por la calle, de como ni le miraba o la suerte que tuvieron el día que compraron el pan juntos. Él nunca se iba a fijar en una chica como ella, pero era tan guapo y sonreía de una manera... que no había más remedio que quedarse embobada con él. Por poco inteligente que fuera estar por un chico tan popular como él, lo  estaba, y también era cierto es que le parecía el niño más guapo del mundo. A nadie le podía contar las historias que imaginaba con Andrés, esas en las que hablaban y paseaban por la playa. O cuando la esperaba a que llegara del instituto.
Eso, como otras historias, sólo quedaban en su mente, en su Diario y como mucho, en historias ficticias de tres finales diferentes.

(A las adolescentes "listillas", desde la comprensión)

lunes, 17 de marzo de 2014

EL FUTURO NO ESPERA

Pocas veces en su vida se daban días tranquilos. De reposo mental y sonrisa distraída. Nunca o casi nunca, conseguía evitar cualquier pensamiento que le trajera un mal recuerdo o un remordimiento. No necesitaba que fueran grandes tragedias las que le estrecharan el alma, sólo con saber que tenía ropa por planchar, se volvía ausente la total serenidad.
Pero estaba tranquila, con la conciencia tan limpia que casi podría decirse que su fulgor no la dejaba dormir. Sin embargo, esa misma luz de la conciencia impoluta, era una nana visual que invitaba al sueño. Un manera de dormir tan plácida, que al despertar tenía más la sensación de volver a nacer, que de recordar historias alternativas paseando por el subconsciente.
Presa del descanso limpio y reconfortador -no confundir con aquel que sólo produce boca pastosa y dolor de cabeza-, y frente a un inmenso café acompañado de bizcocho de canela, divagó entre los recovecos más felices de su cerebro, posándose levemente, como las grandes mariposas, por entre las flores. Una visión aérea, lenta, coqueta y completa de ella misma. Una visión general que sólo matizaba en cosas concretas que le hacían casi sentir escalofríos de ilusión, dulce añoranza o placer.
Cualquier observador anónimo la vería sonreír en soledad. Podrían decirle aquello de "un penique por tus pensamientos" y ella no habría sabido contestar con exactitud. Era un todo dentro de su mismo hilo mental. Pensaba en olores, y sentía imágenes. Vivía en el recuerdo y a la vez, traía a la memoria historias que no habían pasado, pero que podrían pasar.
Fue centrando sus pensamientos hasta convertirlos en razonamientos, comenzó a hilvanar proyectos, anhelando resultados certeros y próximos, la sonrisa se convirtió en mirada de grandes propósitos, y suspiró con el alivio que producen las ideas claras.
Miró a su alrededor y se encontró sola. Tranquila y feliz, quiso compartir en un primero momento sus próximos objetivos, pero calló, no buscó a nadie, fue prudente y egoísta. Si todo salía bien, si las cosas se encaminaban hacia una meta, entonces hablaría. Mientras tanto disfrutaría en silencio de la ilusión de las cosas nuevas, como esas niñas que miran en su armario un vestido nuevo, y deseosas de estrenarlo, se imaginan una y otra vez con él puesto.
Atraparía cada instante de preparación, grabaría en su memoria los primeros pasos, absorbería la fascinación de emprender esta nueva etapa. Era un pico emocional ribeteado de adrenalina, una sensación para no olvidar.
El café se había acabado, el plato estaba lleno de migas dispersas, las ideas estaban definidas, los proyectos en marcha, la ilusión renovada, la sonrisa discreta. Empezaría inmediatamente, el futuro no espera.

viernes, 14 de marzo de 2014

LLEGAR AL INSTITUTO

Mi hija mayor va a lo que la Junta de Andalucía denomina, Instituto Bilingüe. Para empezar, eso es falso. No hay bilingüismo, hay asignaturas que el 25% se imparten en inglés. Tienen una hora de conversación con una profesora nativa y poco más. Con esa aportación poco inglés pueden aprender, pero aún menos considerarlo bilingüismo. Además se da el caso de que, con el plan Bolonia, para la titulación universitaria, se necesita un determinado nivel de inglés que no corresponde con lo que la administración pública ofrece. En otras palabras, mi hija va a una academia de inglés. Lo habla y escribe correctamente, y según dicen los que saben de verdad, con un nivel muy alto y una pronunciación excelente, pero eso no es gracias a la Junta.
En 1º de ESO hay tres primeros (A,B y C, como toda la vida, debe ser lo único que no ha cambiado). Dos son bilingües y el tercero no lo es, porque no se puede obligar a una criatura que ya de por sí le cueste estudiar, que además lo haga en inglés. Por poco que sea. El criterio para ir al NO bilingüe lo deciden los padres y en segunda instancia los profesores con el expediente del alumno, se comprueba si llegarán o no al nivel.
Al hacer esa diferenciación hay una selección natural. Presuntamente es horrible y deleznable, pero lo cierto es que no todos saltamos igual y si no se puede saltar más que un escalón son ganas de abocar al fracaso a una criatura, obligándole a ejecutar el salto de cinco. Tienen asignaturas iguales y otras optativas diferentes, entre las que se incluyen las de refuerzo de las comunes.
Los padres y madres -qué correcta soy- que son muy pesados, o somos, protestaron porque de las dos clases bilingües una tenía más nivel que la otra, daba más temario y sabían más...por protestar que no quede. Algunos docentes tienen ganado el cielo, pero no por aguantar a adolescentes con hormonas disparatadas, que también, sino por el suplicio de lidiar con ciertos padres.
Cualquiera que conozca a alguien en la docencia, sabe que por no sé qué regla no escrita, hay cursos buenos de niños trabajadores y cursos donde los hados se conjuntan para que haya más "cafres" de la cuenta. Aunque sólo haya un grupo por curso. Pasa y ya está.
La queja era inútil, y la dirección casi se ve obligada a demostrar, expedientes en mano, que la división no había sido tal. División, que me perdonen por malvada, no me parecería cruel. Si algunos pueden con más materia no deben verse relentizados por compañeros que no son capaces de asumir más, ni esforzándose al máximo. De igual manera, no se debe frustar a criaturas que no pueden llegar a ciertos niveles...cosa que se acepta bien para elegir entre bilingüismo o no bilingüismo, pero no en este caso. Tampoco los profesores pueden estar impartiendo distintos niveles dentro de una misma clase de veinticinco criaturas.
Los padres, vemos a nuestros niños estupendos, y así debe ser, pero no podemos negar la evidencia. Si una niña es miope, lo es, si le cuestan los idiomas, le cuestan, y si es una vaga para estudiar, pues o ponen de su parte en casa, o la niña no hará ni la o con su rabito. No todo es cuestión de los profesores. Los padres y los alumnos tienen que poner de su parte. Aunque algunos no lo crean, los conceptos no entran en las cabezas por imposición de manos durante el horario lectivo.
Esta mañana, mi hija saludó a una niña, iba maquillada como para una boda. No era cuestión de un brillito de labios. Me pregunté a que hora se habría levantado, pero después supuse que tendía ya cierto entrenamiento y que no le llevaría mucho tiempo. Mi sorpresa fue cuando me dijo que era de su curso. La niña tiene doce años. Doce. Me sorprendió. No soy una mujer anticuada y no me escandalizo fácilmente, pero hablamos de una niña de doce años que aparentaba diecinueve. Perpleja le dije que mi hija que si en su clase iban también así, y su respuesta fue demoledora: "En mi clase no, pero en la que no es bilingüe, sí, todas".
No sé si tengo que sacar alguna conclusión, tampoco tengo claro si sólo ha sucedido en la promoción de mi hija, y por supuesto es una barbaridad generalizar, pero me pregunto que tipo de sociedad es la que tiene a niñas de doce años que van al cole (antes era edad de cole) maquilladas como mujeres de veinte cuando van a una cena, con ropa poco funcional (por decirlo de alguna manera) para ir a estudiar, y que además ni siquiera es a escondidas, -que hacer las cosas así también tenía su gracia- sino con el beneplácito de sus tutores. Y por tutores me refiero a los padres o quienes ejercen de tales.
La forma de vestir, el look de alguien, nunca ha sido para mí motivo para tratar a una persona de una manera u otra. Es difícil que me sorprenda, pero hoy lo han conseguido. No sé si es grave o no, pero cuanto menos, sí que es llamativo.

(A mi madre, la mejor docente, a mis profesoras que me enseñaron que exigir pasito a pasito no es condenable, y a todos los que sufren el sistema educativo actual sean padres, alumnos o profesores)

jueves, 13 de marzo de 2014

EXPLOSIÓN EN HARLEM

Ayer, en la 116th de Harlem, Manhattan, New York City, hubo una explosión de gas. Dos edificios se vieron afectados y hubo unas decenas de heridos y tres fallecidos. Hay desaparecidos, es probable que la cifra final de muertos aumente. Realmente dramático.
Yo lo pienso muchas veces. Me pongo en la situación. Estás en casa, con los tuyos o solo. Es tu parcela privada, tu intimidad más absoluta. Tu casa, tus cosas, -que no tienen que ser las más caras, pero sí las que más te importan-, tus recuerdos, tus fotos antiguas, tu mantita o ese dibujo que te hicieron un día, y de repente, puedes perderlo todo, hasta la vida.
A mí lo que me llamó la atención de este suceso fue la cobertura informativa. No en USA, que lo podría entender, incluso me parece correcto que se den las noticias en un Breaking News lo más rápido posible y si es en directo mejor, drones incluidos. Lo que no puedo entender es que en España se le hiciera la cobertura que se le hizo.
Sucede la noticia, hoy en día es cuestión de minutos, el mundo es muy pequeño ya, hay una explosión y es normal darla, si se tiene opción de pinchar un directo, más todavía, pero nada apuntaba a atentado terrorista, nada hacía suponer que había sido siquiera intencionado, y sin embargo en España, con un océano de por medio, estábamos siguiendo en directo una explosión de gas. La televisión pública cerraba el informativo con esas imágenes y continuaba en el 24 horas. Una explosión de gas, en Harlem, en directo en el canal de noticias nacional...porque como todo el mundo sabe, quién no tiene un familiar en Harlem, medio Albacete vive allí. (Ironía)
No quiero recordar lo que tardaron los informativos en llegar al accidente de Santiago de Compostela este verano, porque me revuelve las tripas, sólo Intereconomía con los pocos medios que tenía estuvo allí. No hay que ser carroñeros, pero tampoco insensibles.
Explosiones de esas, por desgracia, existen varias en el mundo a diario, con más o menos fallecidos. No tengo datos, pero en nuestro país han sucedido varios en los que va de invierno. Es trágico, desolador y seguramente a esas personas no les soluciona la vida que vaya un cámara de televisión mientras está cayendo su casa, ni siquiera unas horas más tarde. Pero es noticia. Es normal que se den los accidentes nacionales, las explosiones que son espectaculares porque han acabado con un gran número de víctimas, con patrimonio de la humanidad o porque sea posterior a un secuestro, por poner unos ejemplos, pero no veo tan lógico que sea porque es Nueva York ...y además en directo.
Pero es llamativo que ese mismo día, horas antes, en Malabon, Manila, Filipinas, un incendio acabara con la vida de siete personas, con cien casas quemadas y doscientos afectados que se han quedado sin nada. Un barrio residencial absolutamente asolado por el fuego. Allí no hubo cámaras, ni pincharon un directo, pero tampoco se dio la noticia en el informativo, por supuesto no fue trending topic. Pero encontré esta reseña en The Objetive, y me pareció que el mundo, ese que llamamos primer mundo, era realmente cruel.

http://theobjective.com/es/#!un-incendio-en-la-zona-residencial-de-malabon-deja-6-muertos-y-200-afectados-735dd

miércoles, 12 de marzo de 2014

EL DEPENDIENTE

Era el mismo dependiente. Iba a horas distintas, pero siempre le coincidía con su turno. O era el más trabajador o las casualidades eran odiosas.
La verdad es que le azoraba, notaba como le clavaba la vista sin ningún tipo de pudor o de vergüenza. Durante un tiempo, por pura angustia, cambió el lugar habitual de sus compras, pero con lo justo que tenía el tiempo, acabó claudicando y se arriesgó a sus miradas.
No se sentía acosada, no, no era eso. Lo que ocurría, es que le resultaba chocante que ese hombre fuera tan descarado y sin embargo nunca le dijera nada. Igual era con todas así, pero a ella le descolocaba. No era una mujer tímida, al contrario. Solía desenvolverse bien entre el mundo masculino. No era una mujer fatal porque empatizaba bien con ellos, le faltaba una vuelta más, en la rosca de la maldad, para ser una matadora. En realidad sí que era tímida, pero había aprendido a disimularlo a base de valor y poca vergüenza. Una osadía que llevaba tacones.
De vez en cuando, para contrarrestar, le aguantaba la mirada y entonces él le guiñaba un ojo. Era un gesto que ya casi estaba en desuso y que se utilizaba más entre amigos, en una conversación distendida, que como primer paso a una conversación o "método para ligar". Lo veía tan anticuado...como gracioso. Era un gesto obsoleto, como que te besen la mano, pero si él lo hacía, sería por algo. Era su único gesto más allá de la mirada, solo acompañado de una leve sonrisa de lado, algo canalla.
Aunque iba a comprar y necesitaba que alguno de los que trabajaban allí le ayudara, él jamás la atendía. No conocía su voz dirigiéndose a ella, con lo importante que eso era. Por guapo que fuera un hombre, por atractivo o seductor que fuese, si la voz no le acompañaba, no había nada que hacer. Para su gusto. Lo escuchó una vez, a lo lejos, respondiendo a un compañero, no parecía que fuera una voz fea, sin embargo necesitaba más datos para comparar.
Cuando la miraba parecía que él tenía como tarea pendiente desabrocharle los botones de la camisa, y  notaba que era algo de primera necesidad para él, pero sin embargo jamás se acercaba. Le resultaba tremendamente extraño y no es que fuera su pensamiento constante, pero si que le quedaba la intriga.
Tampoco se lo había comentado a su pareja, guardaba en silencio a su admirador secreto, si podía llamarle así. Pudiera ser que estuviera equivocada y no quisiera desnudarle con la mirada, para después cerciorarse de su visión quitándole la ropa. Solía ser buena observadora, y aunque a veces era en dos tiempos: primero miraba sin ver y después procesaba lo que había visto, lo cierto es que él cumplía todos los requisitos para considerarlo el amante en la sombra.
Allí estaba, un día más. El mismo dependiente. Iba a mantenerle la mirada, le apetecía ver la sonrisa guiñada, había discutido con su pareja y se merecía un capricho en la autoestima, pero la vibración del móvil en el bolsillo trasero de su pantalón le privó de la pequeña coquetería. Deslizó rápido el dedo por la pantalla para que no comenzara a sonar y al otro lado una voz le dio una fatal noticia...las lágrimas empezaron a correrle por las mejillas y no supo ni donde estaba.
Sin reacción seguía en mitad de la tienda llorando hasta que una voz -preciosa- le sacó de su dolor, le secó las lágrimas y le preguntó al oído: ¿Sabes cuántas lágrimas caben en un beso?

martes, 11 de marzo de 2014

ACUNANDO

Acunaba a su pequeño trozo de vida.
Podría decir que fue ayer cuando nació, pero habían pasado dos meses. Era pequeña de tamaño, casi minúscula. Quedaba la duda de si entraban ahí todos los órganos vitales. Nació siendo poco más que una muñeca, con latido y respiración, y aunque hubo suerte y no necesitó que esa respiración fuera asistida, sí que hubo que buscar ropita especial. Aún así, seguía siendo una belleza de reducidas proporciones.
Al cambiarla de ropa, esa que hubo que ir a comprar a toda velocidad, era aún más consciente de su fragilidad, pero al mismo tiempo sabía que era fuerte y luchadora. Nacer en la contradicción. Seguramente apuntaba maneras, no dejaría de lado ese dato. Estaba claro que había traído al mundo a una mujer "de tronío".
Tan poquita cosa, y sin embargo, cuando la miraba o tenía en los brazos, no había nada más grande con que compararlo. Tenía que pararse a pensar que era suya, que había nacido de su cuerpo y que tras tantos meses hablándole, contándole y sintiendo un sinfín de síntomas y sentimientos, estaba con ella.  En ocasiones, la mañana se le iba mirándole, hablándole, cantándole y pasando el dedo entre los ojos y la puntita de su casi inexistente nariz, una caricia con la que ella parpadeaba y le devolvía la mirada con los ojos despiertos. Podía pasar horas mirándola, despierta o dormida, sólo disfrutando de su belleza.
Había mujeres, amigas suyas incluso, que con cierta superioridad hablaban de la maternidad desde un punto despectivo. Ser madre era para ellas, poco más o menos, que arruinarte la figura, el cutis y la vida -por ese orden, pese a mi perplejidad-. Despreciaban a los bebés, hasta de su propia familia y a cada noticia de embarazo, respondían con un pésame. Ponderaban un odio supremo a los niños y si osabas a decir que eras feliz al lado de tu hija y que hasta echabas de menos sentirla dentro de ti, donde era tuya en exclusiva, te miraban con cara de lástima, como a un desahuciado por lepra.
Es cierto que había alguna noche sin dormir, que nacían preocupaciones nuevas y que la maternidad es un estado transitorio que dura hasta que mueres. En ocasiones olía a crema para el culito o a leche agria. Aún era pronto pero sabía que vendrían las regañinas, los pulsos madre e hija, las noches de fiebre y los llantos de desamor. Todo llegaría, tarde o temprano, e incluso un día se iría de casa y tendría su vida fuera del que fue su hogar, lejos de sus caricias en la nariz y quién sabe, si cantándole a un hija que fuera su nieta.
Pero mientras, hasta entonces, (y después también), sería la madre de la preciosidad que acunaba. No se dejaría amedrentar por las miradas de suficiencia, tampoco devolvería el gesto, ni siquiera perdería el tiempo en defenderse porque no tenía nada de lo que disculparse. Solamente, con la voz de dentro, muy flojito, pensaría que ella tenía muchísima suerte, no era más mujer por ser madre, pero seguro, que no lo era menos.

lunes, 10 de marzo de 2014

FECHAS

Hay fechas que no pasan desapercibidas, no pasarán nunca. Llegarán una y otra vez y seremos conscientes, sin dudar un sólo instante, del día que es. Algunas veces tendrá trazas familiares y en otras ocasiones será una sociedad entera la que sea voz del calendario. En mi caso, por ejemplo, sucede con el catorce de abril, fecha para muchos conmemorativa de la república española, pero que para mí, siempre ha sido recordada por ser el aniversario de boda de mis abuelos.
Cuando me preguntan por el 23F no puedo contar mucho porque yo acaba de cumplir cinco años, estaba en el mundo, pero en mi mundo. Sin embargo, recuerdo que jugando con mis primos, puse una silla a dos patas mientras me sujetaba a dos mecedoras, éstas se balancearon como era su naturaleza, y me hice un "piquete" en la cabeza con el mueble que escondía la máquina de coser. Yo sangraba muchísimo, era algo muy escandaloso o a mí me lo parecía. Me asusté. Recuerdo a mi abuela con una esponja celeste (de las celestes de antes, que eran como grises), quitándome la sangre de la cabeza y cuando volvía a mojarla bajo el grifo, veía mi sangre mezclada con el agua paseando por el blanco lavabo. Me impresionaba y era cuando miraba hacia mi derecha y veía a mis primos asomados al quicio de la puerta, como en las películas, de mayor a menor altura, un montón de cabezas asomadas (estábamos ocho niños allí esa tarde) y oía a mi prima, la mayor, decirle a mi abuela: "Yiya, ¿se va a morir verdad?". Está claro que no me pasó nada y si hubo que darme algún punto de sutura, no era el día. De casa no salimos.
Cuando fue el 11S, estábamos con mi compadre en casa de mi madre. Habíamos comido juntos y nos quedamos petrificados delante de la televisión, pasaron las horas y no habíamos hecho más que mirar atónitos lo que sucedía. Creo que soóo me levanté a hacerle la papilla de fruta a la niña, que tenía entonces casi seis meses. Tengo que reconocer que mi madre, antes que nadie, y casi al instante, comentó que tenía toda la pinta de ser un atentado terrorista de mano de los suicidas islámicos. Y si me aterró ver caer las Torres Gemelas, que el Pentágono fuera atacado me parecía de ciencia ficción, y algo tan grave que supuse que nos iba a salir caro al mundo entero. No me equivoqué mucho. A esa tarde se le añadieron días de desconcierto. Me cambió el perfil de Nueva York y yo sin haberlo visto...
Y ahora llega nuestra fecha fatídica, y mientras los estadounidenses se unieron en el dolor y continuaron unidos, nosotros fuimos -somos- distintos. Respondimos de la manera más solidaria y entregada, sin condiciones, todo un país al servicio de la ayuda, un despliegue ciudadano sin precedentes, que nos duró bien poco y aún hoy es causa de enfrentamiento, diez años después.
Yo de los atentados del 11M me enteré en la calle, por los comentarios de las personas que no dejaban de hablar del tema. No era un runrún, eran conversaciones abiertas, casi a gritos llenos de pánico. Yo había ido muy temprano con mi hija de la manita a buscar un cole que nos gustara para ella, estaba por el barrio de Realejo, casi en un paseo, sus pies eran pequeños, ella iba a cumplir tres años. Pero Granada se volvió clamor y me volví a casa, y entre millones de cajas de mudanza aún sin colocar, encendí la televisión y me aferré al teléfono buscando a todas las personas que podían estar por casualidad en alguno de esos trenes. No había nadie de mis conocidos, pero me volví familia en la distancia de cada uno de los que estaban sufriendo allí. Recuerdo llorar y llorar. Y sentía que era mi obligación sufrir con ellos, no podía hacer nada más, estar ahí y compartir su dolor, aunque nadie lo supiera.
Ese sentimiento de solidaridad, que recuperamos ante otras tragedias, es tan intenso como pendular. Del amor al odio es cierto que sólo hay un paso. Y aunque nos unimos como sociedad ante la tragedia, lo cierto es que los pueblos sólo se unen de verdad cuando superan, olvidan y perdonan juntos (no quiero decir que no haya una justicia para los asesinos). Los días posteriores fueron desconcertantes, en ese mes de Marzo y en los meses siguientes se dijeron demasiadas cosas, en demasiados lugares, por demasiadas personas. Quizás fruto de la rabia, del miedo o del desconcierto. Ha pasado el tiempo y llegando esta fecha, acabo viendo los mismos reproches y nadie se desdice, se perdona, o sigue adelante, sin olvidar a las víctimas reales de aquel atentado, por supuesto.
Reconozco que entonces, cuando veo que no hay forma, siento mucha envidia del pueblo estadounidense.

sábado, 8 de marzo de 2014

CELEBREMOS

Dos años ya.
Dos años y esta es la entrada 272. No es nada especial ni emocionante pero es un número capicúo formado por mis dos números favoritos. Me ha parecido que era una buena señal, me ha dado alegría. Algo así como un buen presagio. De todas formas, como entre las muchas manías que tengo está fijarme en las cifras, y si no me gustan especialmente, sumar los números o restarlos entre ellos, buscando llegar a algo que me convenza, ya habría encontrado la forma de que el número de la entrada me favoreciera. También cuento las letras de los nombres de pila, cosas raras que hago.
Ha sido un viaje maravilloso y espero que siga siéndolo. He multiplicado por cinco las visitas diarias y en ocasiones tengo el mismo número de lectores en España que fuera. Aprovecho para saludar a los muchos que me leen desde el otro lado del Atlántico. Hemos llegado, porque somos todos, a las 25.000 visitas que es algo que no podía ni imaginar el día que puse la primera piedra de mi muchedad hecha gotas.
Empecé la andadura hablando de epitafios, fue por darle un final al principio y no tener que plantearme funerales precipitados. Cualquier día me hago un obituario a mí misma con frases tipo para que, si se da el caso, no tenga que plantearse nadie que decir de mí. Aunque igual vale cualquiera de mis post. También es cierto que en mi lista de temas pendientes está dejar por escrito aquí, que es mi casa, como quiero que sea mi funeral. Muchos me habíais preguntado por qué un comienzo tan raro, pues fue por eso, por empezar por el final, como los periódicos de antaño.
Me encantan vuestros comentarios, ya queden aquí o sean carne de tuit o de comentario de Facebook. Y me encanta escribir lo que me sugerís, darle barniz a historias que contáis o hacerlo para algunos de vosotros. No sé si regalar palabras es un buen regalo, habrá quien prefiera un reloj, pero os aseguro que no hay nada que regale con más cariño, ni lo considere más importante. Algunos estáis aquí retratados con cariño pero no os lo he dicho y a otros sí os lo dije en público o en privado. Quedáis todavía muchos a los que regalaros gotas, que son efímeras, acuosas y se diluyen, pero son mías.
Así que gracias, a todos, a los que pasáis todos los días o sólo lo hicisteis una vez. Seguiré aquí para quien necesite sus gotas de Nervolcalm.


viernes, 7 de marzo de 2014

RECUERDO MÁS IVA

Cuando era muy pequeña, quería ser "profesora, bailarina, farmatéucica, y mamá. Cuando fuera más mayor abuela". Detrás de eso, concierta preocupación, le preguntaba a mi madre si me daría tiempo a todo. Creo que nací estresada de pensamiento y tranquila de cuerpo. De este tren me bajé pronto porque mi paciencia es limitada, mi disciplina, constancia y sacrificio no era tan extremo, y mi memoria era corta. Madre si que fui, soy, y lo de abuela...pues quién sabe. En fin, no conseguí nada.
Cuando jugaba no lo hacía con las muñecas, jugaba a tener galerías de arte con los libros de la enciclopedia, tenía una agencia de viajes, restaurantes o inmobiliarias. Rarita que era una. Creo que ya lo he contado, pero cuando ahorraba algo (solía ser casi nunca) me compraba talonarios de facturas, de pagarés, alquileres y similares. No quiero recordar cuando apareció el IVA en nuestras vidas, 1986, y yo con diez años recién cumplidos pidiendo que me explicaran como iba eso. Mi tía, una santa, me lo explicó, me enseñó y ya podía yo aplicar en mis facturas el IVA correspondiente. ¡Qué había que estar en todo! Incluso aprendí a hacer facturas proforma.
Algo más mayor, tenía once años, me leí una biografía de Madame Curie y me pareció que la vida se tenía que vivir plenamente a través de la química y no quise ser otra cosa. Me mantuve en esa opción hasta que fui consciente de la precariedad laborar (ya entonces) y decidí que sería ingeniero industrial pero que elegiría la rama de química. Mi madre, otra santa que aguantaba mi adolescente segundo de BUP, tenía yo quince años, me decía que fuera periodista. Ese año tuve una profesora de literatura - Hola Mª del Mar- que me dijo que no distinguiría jamás un texto bien escrito y que yo no sabía de letras. En un acto de falta de inteligencia sin precedente, le hice caso a la profesora basándome en el criterio de que era la que me tenía que puntuar, y me lancé por unas ciencias que aprobaba a base de horas y horas, y responsabilidad. Justo cuando ya me veía pisando la Escuela de Ingeniería Industrial, mi profesora de dibujo me dijo lo que yo sospechaba: Jamás aprobaría dibujo a un nivel superior. Era nula. Bueno, pues tampoco ingeniera. Sigamos.
Ahí entré en pánico y decidí que la opción bróker era la mejor. Había visto "Armas de mujer" y me gustaba. Era una época fantástica la de los finales de los ochenta, todo olía a Wall Street, la meca de los triunfadores. Todos queríamos ser JASP. Ya estaba decidida. Lo que ocurre es que tampoco llegué a ello porque en medio apareció una escuela de pilotos civiles. Entonces tuve claro que era lo mío, además en Top Gun lo vendían como una experiencia insuperable, me gustaba, pero me echaron para atrás por la miopía exagerada que tengo. Vaya, otra cosa que tampoco podía ser.
Se me estaba echando el tiempo encima y había que decidir. Fue cuando mirando las distintas opciones, me gustó ser secretaria internacional y me fui al mejor sitio donde impartían esa especie de formación profesional de alto nivel. Pero ahí tampoco me adapté. San Sebastián en el 93 era demasiado para mí que me había criado en la otra punta del mapa.
Increíblemente yo acabé estudiando por descarte, me daba igual. Reconozco que Relaciones Laborales fue (es) una carrera que aunaba casi todo lo que me gustaba y especializarme en recursos humanos fue un acierto porque me encanta el trato con las personas y suavizar la imagen tan horrible que tenían los de personal. Además aunque no se hacen facturas, también hay impresos por rellenar. Eso si, internet me ha hecho mucho daño al respecto, no hay papelitos, ahora rellenamos Pdf.
Lo mejor de todo es que nunca dejé de leer, de escribir y de imaginar. Esa si ha sido la constante en mi vida. Todo variaba pero yo seguía atesorando libros y bolígrafo en mano, rellenando hojas. Ahora, después de todas las vueltas y vicisitudes, hago lo que me gusta, escribo. Soy madre, puede que hasta me de tiempo a ser abuela, siempre que mis hijas quieran y me dé tiempo. Todo lo demás queda en una sonrisa prendida en el recuerdo con el IVA repercutido, por supuesto. 

jueves, 6 de marzo de 2014

19 AÑOS

Dieciocho años es la mayoría de edad. Aquí, en España, no voy a pasearme por otros  mundos, vivo aquí. Supongo que la mayoría de edad más uno, además de ser una redundancia en lo que a mayorías se refiere, debe ser algo mucho más importante. Los diecinueve ya dan un peso, una calma, una serenidad menos rebelde. Es probable que quede algo de lo que fue, pero se va asumiendo. El paso del tiempo es un anestésico para ciertas cosas.
No es una cifra redonda de esas que celebramos con más contundencia, los veinte, los veinticinco...Tampoco sé quien decidió que la decena fuera la redondez. Intuyo que por la duplicidad de la cifra o el cambio de dígito, pero entiendo que es más por mor de la costumbre que de razonamientos matemáticos. A fin de cuentas, los huevos los compramos por docenas. Aunque asumo estar equivocada.
Supongo, queda un año para entonces, que el vigésimo año tendrá más peso. En realidad son pensamientos libres, no tengo ninguna constancia de que vaya a ser así. Esas rimbombancias, a veces, sólo son cosa de instituciones públicas, que no tienen otra cosa que hacer gastar nuestras aportaciones al erario público en conmemorar. Ya se ha cantado hasta la saciedad "que veinte años son nada..."
Pero ya anoche me acosté sabiendo que hoy serían diecinueve años, sin trípticos o panfletos que me lo recuerden, sin alarmas en el móvil, ni notas en el calendario. Tampoco está apuntado en mi agenda. Desde que despunta marzo lo voy sintiendo y el día seis no me queda más que respirar hondo, como si hubiera llegado por fin a meta. Ha pasado un año más.
En la mañana de hoy, pero de mil novecientos noventa y cinco, desperté de no haber dormido y pude despedirme de ti. Lo hice con todos los demás. Si alguna vez en mi vida me sentí parte de un todo, sin dejar de tener mi individualidad, fue entonces. Dijimos adiós cada uno a su manera. Ni mejores ni peores, sólo íntimos y subjetivos.
No fui consciente entonces nada más que del dolor sordo, de la lágrima silenciosa y de una profunda laceración del alma. Sin aspavientos, sin sonido, sin perder del todo el lado pragmático de las cosas o más bien, sin dejar de ser consciente de los pasos a dar. Serenidad en el ahogo y la presión del corazón. También fui capaz de reconocerme con el perfil británico heredado y aprendido por esa línea sutil y fuerte que es el traspaso de generación en generación.
No imaginé que tanto tiempo después, me parecería que fue ayer. Que mis ojos sigan viendo el momento y mi recuerdo sea una manera de no bucear en el pasado sino en el presente, porque para mí no te fuiste, no del todo. Siempre estás aquí.
Podría gastar las letras varias veces para decir de ti y retratarte en palabras, pero me quedaría corta. La verdad más contundente, no necesita tanto por decir, es sencilla. Te echo de menos de Belo.

(A mi abuelo)

miércoles, 5 de marzo de 2014

SALIENDO DE MÍ

Llega un día en el que todo a tu alrededor se relativiza. Te vuelves un poco paranoica de tu realidad y te planteas una y otra vez qué estas haciendo en la vida, si está bien o mal. Qué quisiste, qué fuiste, qué eres, dónde quieres acabar. Cuál es tu sueño.
Durante mucho tiempo pensé que estas preguntas se hacían sólo en las películas, que era un rollo psicológico de gurús de medio pelo, alguien que te forzaba a bucear dentro de ti mismo. Queriendo o sin querer. Y lo que es peor,  sin saber lo que buscas.
No me imaginaba planteándome preguntas existenciales mirando al atardecer, con una taza de café humeante en las manos, mientras resbalaba un enorme jersey por mi hombro y las calzas se me caían hacia los tobillos. Tampoco me veía frente a un vaso de bourbon con la vista fija en su dorado color, mientras el humo del tabaco me servía de puerta existencial como si fuera un rito de algún chamán. Ni me imaginaba ni lo veía viable, aunque estéticamente fuera digno de una película de Jennifer Aniston. Que si algo tenemos en la retina del recuerdo son las películas, las canciones y los besos.
La realidad es que, al menos en mi caso, no hay un atrezzo así. Vas hilando momentos, conversaciones con amigos o con completos desconocidos, que para eso están las redes sociales. Lees. Observas. Apilas vivencias y de repente, sales de tu vida y te ves desde fuera. Te ves llevando en la espalda los perjuicios ajenos, porque no eres tú, eres otra persona juzgando tu vida. Y entonces te analizas. En mi caso con un punto de crueldad, lo reconozco.
Asumiendo que la infancia y la adolescencia sólo son bandazos desde el desconocimiento, que muchos de los sueños de entonces eran imposibles y que la vida empieza mucho más tarde, lo cierto es que no soy al cien por cien la que soñaba ser. Ni de niña, ni de adolescente, ni siquiera cuando ya las cosas se estaban ordenando y las decisiones importantes de futuro estaban tomadas.
Tampoco es menos cierto que muchas cosas de las que estaban en mi lista de logros imprescindibles no los he conseguido, pero no me doy por vencida. El futuro está ahí, y salvo que me dé por dejar de respirar, todavía puedo empezar a tachar muchas de ellas. También puede ser que no consiga ninguna, y no hace falta traumatizarse por ello.
Quizás me faltan muchas cosas, muchísimas, seguro que no puedo hacer otras tantas porque me lo impiden las circunstancias, puede que haya gente que no lo comprenda e incluso que me tenga cierta lástima o me analice con superioridad (con la misma que lo hice yo, cuando me salí de mí misma) pero después de diseccionar mis sueños, de analizar mi vida -con mis equivocaciones y mis aciertos-, de constatar sin sentimentalidad qué tengo en el debe y en el haber, pude llegar a una conclusión. 
Me doy cuenta de que no he seguido la ruta, me desvié del camino y cogí una polvorienta carretera secundaria, se me ha roto el coche varias veces y he salido adelante sola o con ayuda. En ocasiones necesité parar a respirar o a repostar, y a veces he sido yo la que ha recogido a gente por el camino -unos se quedaron para siempre y otros se marcharon-. Todavía no veo el final del trayecto pero soy consciente de que puede estar en cualquier esquina, sigo teniendo metas y sueños a corto plazo. Vendrán días de lluvia, averías y problemas, también llegará el sol y disfrutaré de lo que venga. No estaba en los planes, pero me gusta este viaje, lo que me aporta,lo que puedo ofrecer y los paisajes que voy viendo.
Después de tanta reflexión, no me parezco tampoco a Julia Roberts, ni he salido de ningún film, pero valoro más lo que tengo y a los que están a mi lado, y además, me ha dado hambre.






martes, 4 de marzo de 2014

MÁS QUE PALABRAS

Reconozco que hay gestos que son elocuentes. Me gusta descubrirlos entre el amalgama de momentos. También, mea culpa, disfruto cuando me reconozco haciendo alguno de ellos. Soy carne mortal. Si es algo preparado y fingido, además de no entusiasmarme, me parece poco analizable. Es decir, no es lo mismo cazar a un hombre embelesado por la mirada perdida de una  mujer, que una mujer mirando al infinito, sin que venga a cuento, sólo para llamar la atención.
Siempre me han hecho recapacitar esas diosas del estilismo y la clase innata, que hay muchas que lo han aprendido, y está bien, pero tiene ese aire de "My Fair Lady" sin la distinción elegante de Audrey. Son, sin lugar a dudas, personas educadas, mujeres que cuidan su aspecto y sus formas, pero no están dentro del Olimpo. Bueno, de mi Olimpo, que supongo que al igual que con los gustos, a la hora de otorgar la pagana divinidad a una fémina, cada cual decide bajo que parámetros.
Mis "diosas" no tienen nada que ver con su capacidad económica, ni con su nivel de estudios, no han tenido que heredar de su familia una distinguida educación suiza, ni tienen que tener su ropa dentro de una cámara acorazada. Son mujeres elegantes por su naturaleza. A veces coincide con alguno de esos rasgos, pero el que menos, el del monedero. Es más, reconozco que me gusta encontrar esas mujeres que desprenden elegancia desde la cuna más humilde. De la misma manera detesto a las que con todos los medios sufren de prepotencia absurda o de ordinariez extremada. Una mujer vestida por la soberbia echa a perder cualquier atisbo de clase.
Hay mujeres que se retocan el carmín de los labios (maravillosa palabra, carmín) y lo hacen con la distinción y sensualidad justa. Para otras, ese gesto, por mucho que cueste el lápiz de labios y lo recatada que sea para hacerlo, queda soez. Siendo yo partidaria, siempre, de que ese retoque se haga en la intimidad. Como subirse las medias, aunque no sean panties, jamás es elegante hacerlo en público. No es sensual, es ordinario.
El movimiento del pelo hacia un lado, el pequeño mordisco distraído al labio inferior, un gesto con la mano para apartar un mechón rebelde, un cruce de piernas silencioso y sigiloso, la espalda recta pero relajada, abrochar sólo los botones necesarios en la camisa -ni uno más, ni uno menos-, la locuacidad de una mirada, el atrevimiento de una sonrisa a un guiño, la distaída manera de disfrutar de un escaparate...gestos naturales, sutiles y a veces sensuales, que acaban vistiendo a una mujer y hablando de ella, más que muchas palabras.




lunes, 3 de marzo de 2014

LIBRETAS

Cuando empecé a escribir cara al público me dieron dos consejos que guardo como oro en paño: "Pule lo que escribes" y "Ten siempre una libreta, un papel, algo cerca donde apuntar la idea o la frase que te surja". Lo primero lo hago con más o menos arte, porque releerme a mí misma me resulta como si me embobara en una foto mía, algo que me causa cierto pudor y vergüenza ajena. Pero lo hago. Lo hago entre otras cosas porque no os merecéis que no lo haga. Me rehago y me leo como si no fuera mío.
Lo que no tengo es una libreta, tengo varias: una en la mesita de noche, otra encima de la mesa donde suelo trabajar, y otra en la cocina, que es un sitio donde se me ocurren muchas cosas. Nada me abre más la imaginación que pelar patatas, y lo digo de verdad, no es una de mis exageraciones.
En la libreta que tengo ahora más cerquita, justo al lado del ordenador, pequeñita, rayada y azul, es donde tengo más cosas anotadas y donde vienen a morir las otras dos. Lo que me surge alejada del teclado luego tengo que trasladarlo, es una mudanza de palabras.
En esta libretita, que no sé de donde ha salido, tengo varias cosas apuntadas, desde frases, a números del teléfono pasando por títulos de series sobre las que poder escribir, correos electrónicos o temas que desarrollar aquí, en el blog. Antes lo tenía en papeles desordenados, frases tejidas con letras indescifrables en ocasiones o llena de tachones. Unos papeles sin orden y concierto donde igual estaba un dibujo que me hacía mi hija, que una referencia bancaria. Y por supuesto nada de márgenes ni líneas derechas, como me pillaba, apuntaba. Un desastre. Pero desde aquellas hojas, cuando las pasé "a limpio", como hacía aplicadamente con los apuntes durante toda mi vida, me vienen acompañando temas que no he sido capaz de desarrollar, unas veces por tener otras ideas mejores, porque el momento me pedía otras cosas, o porque me asustaba.
Es curioso, pero real. A veces me tengo miedo a mí misma, porque no sé donde me puede llevar una idea por escrito. Si fuera capaz de escribir algo sin sentirlo, sin convertirme en actriz principal durante ese momento, no me tendría ese recelo que me tengo. Pero soy incapaz, me meto tanto en la historia que al final, en ocasiones, he acabado llorando, y no por un post personal -que también- sino por una historia absolutamente ficticia. Podría ser de otra manera, es cierto, lo que pasa es que me parecería estar escribiendo trípticos de pomadas hemorroidales.
Lo primero que tengo apuntado, llevado de hoja en hoja, de libreta en libreta, y sigue ahí, en tarea pendiente es: "Equivocarte con alguien". Es algo que nos sucede a todos y que no es raro que pase. Siempre pensé afrontar el tema dándole una vuelta de tuerca más, trayéndolo a mi terreno: el otro día elaboré la sesuda teoría de: "El último Tranchette". También su corolario: "Más tonta no se puede ser, pero el principio es reconocerlo". Son grandes teorías del pensamiento actual, nada de galletita de la suerte. Lo que ocurre es que sé que al escribirlo voy a tener que dejar parte de la piel y de las lágrimas en ello, vendrán recuerdos y será difícil.
Así que me perdonen, pero por ahora, va a seguir en la lista de cosas por hacer.



domingo, 2 de marzo de 2014

INMOVILISMO

No me creo a las personas de sentimientos fijos. De ideas inamovibles. De gustos apuntalados. Lo siento. Me resultan personas falsas. Es opinión personal, como todo lo que escribo aquí.
No puedo creer que siempre se esté en un estado de excitación y felicidad constante, es imposible estar siempre de un buen rollo exultante, siempre riendo y bromeando, porque la vida tiene esquinitas donde te encuentras la desolación, el miedo o la angustia. Propia y ajena, que tampoco comprendo a quien su dolor es más dolor que el de los demás, y cuando alguien tiene algún problema, huye despavorido. Ni quien sólo te busca para las penas o por aburrimiento, pero ese es otro tema del que creo que he hablado más veces.
De la misma manera que no acepto que haya alguien que siempre esté con la pena encima. Por mal que estén las cosas, por difíciles, siempre hay algo que nos hace sonreír: un libro, una imagen, un recuerdo, una caricia o un estofado con verduras. Las personas que no disfrutan con las pequeñas cosas, nunca serán felices. Tendrán todo o nada, pero si no son capaces de ver la belleza lo mínimo, estarán en el absurdo más enorme. Y además, me resultará impostado. Si hay sonrisas entre los campos de refugiados, en la miseria más absoluta un niño juega, entonces, es imposible que alguien (y menos en el primer mundo, qué injusto que haya ranking de mundos), esté siempre acarreando dramas.
También me cuesta creer en el inmovilismo emocional, las personas que me transmiten o me venden lo contario, me resultan especialmente hipócritas. No es que le de más importancia de la que tiene, que es poca o ninguna, pero sí es cierto que me las voy encontrando a lo largo de mi vida y no dejo de sorprenderme.
Mi hija mayor, -que come como si ella sola fuera una familia numerosa, pero que gracias a Dios no ocupa el mismo espacio porque está muy delgadita-, dice que las personas que no cenan, no son de fiar. Le cuesta entender que alguien se vaya a la cama sin comer antes algo, y yo que lo hago muchas veces, debo ser de esa categoría para ella. Lo comprendo y acepto con una sonrisa y un vaso de agua para que ya sea "algo" -y entonces ella me dice que eso no es una cena larga-. De la misma manera a mí, me resultan poco fiables las que no aceptan las ideas ajenas, las que además intentan buscar la manera de implantar las suyas, y si encima, me dicen que es por mi bien, o que en realidad son muy tolerantes, ya no solo me parecen poco de fiar, es que además me enfadan un poco, bastante. Tengo mis ideas, mi manera de pensar, mi religión, mis gustos, pero no puedo ir avasallando con ellos porque por encima de todo, creo en la libertad de las personas. Quiero lo mismo para mí.
Tampoco me gustan las personas que dicen que "NO" a todo, a una comida nueva, a una experiencia diferente, a alguna locura imprevista, a enfrentarse a una mala noticia. Que también están los de "yo es que a los hospitales no voy" "es que a mí no me gusta dar el pésame" "yo es que nunca he ido a eso y no quiero cambiar".
Comprendo que hay líneas rojas, ideas propias que no tienen que ser modificadas por nada ni por nadie, ni siempre hay que adaptarse a los demás. Pero ni la intolerancia, el inmovilismo, o la hipocresía no las considero buenas etiquetas de las que presumir, y aún menos de las que gozar.
Por supuesto, y basándome en todo lo anterior, soy capaz de aceptar ideas en contra a lo que expongo, e incluso me puedo convencer de todo lo contrario con argumentos adecuados. Que de eso se trata.

sábado, 1 de marzo de 2014

SIETE PLIEGUES

Era el gesto que más le gustaba de ella y ese mismo momento era el que ella adoraba tener. Durante mucho tiempo ella sospechó que lo provocaba, que era la manera que tenía de que se acercara y se rozaran de manera indirecta. La primera vez fue algo inocente, como un reflejo, las siguientes llevaban implícita la carga del saber.
El primer regalo que le hizo le costó tiempo de investigación y días de ahorro. Fue consciente de lo poco que sabía y de que era un mundo por descubrir, preguntó, leyó, se dejó asesorar y descubrió que tenía que ahorrar más de lo que pensaba. Pero si le iba a hacer un regalo, sería el mejor.
Se conocían sólo de hacía varios meses, una tarde de lluvia, mesas ocupadas, sillas vacías, y un "¿puedo sentarme aquí?". Acabaron sentándose juntos todas las tardes, aún así, no sabían tanto uno del otro, o quizás sí. Conocían cosas muy importantes,  habían conversado de temas muy serios, se habían confesado historias muy íntimas, pero no había habido hueco para las frivolidades. Necesitaba los últimos detalles para hacer un regalo redondo. Las cosas que no pudo deducir por observación o conversación -que es como las mujeres aprenden a diseccionar a uno hombre-, las fue consiguiendo a través de hacer las preguntas correctas, cada día, poco a poco, entremetiendo coqueta los temas que necesitaba saber, sin dejar de lado las charlas intensas y profundas que tanto le gustaban. Fue una tarea lenta pero divertida, un juego, una experiencia de investigación sacando verdades con medias mentiras.
También pensó que no quería hacer el regalo un día especial porque le daría mucha vergüenza que entendiera lo que no era, bueno, en el fondo si era, pero mejor disimular, dejarlo estar. Igual con el tiempo las cosas cambiaban, pero quizás ese tiempo no llegara nunca. Había una amistad que no quería perjudicar.
Pasaron los días y poco a poco iba ahorrando, una moneda diaria en una travestida hucha, que no era más que una lata de refresco abierta con cuidado. A veces metía un billete, y hasta llegó a quitarse de algunas de sus rutinas por ahorrar, pero merecía la pena. Al menos eso pensaba, aunque tenía que reconocer que a veces se llenaba de preguntas y vacilaba. Él no le había hecho ningún regalo, ni  había comentado en ningún momento nada parecido, pero a ella le hacía ilusión.
El sábado que fue a comprar iba nerviosa, parecía una adolescente, fue donde le indicaron que era mejor y aunque al principio pensó que iba a llegar con las ideas claras, pese a que había hecho un excelente trabajo de investigación, se dejó asesorar. Pero había cosas irrenunciables, azul, siete pliegues, para cuello abierto. Lo de los siete pliegues fue aquello que le dijeron que marcaba la calidad, el cuello abierto fue por observación, nunca se había fijado y el azul porque le confesó que era su color favorito.
Llegó el día, aún lo recordaba con la misma emoción, y como siempre traía la corbata mal puesta. Como todas las veces fue a arreglársela, el momento del pequeño roce, de absorber su olor, de mirarle a los ojos, de tenerse tan cerca...a unos centímetros del beso. Sintiendo su respiración en sus dedos. Dejándose acariciar por la suavidad de su piel. Esta vez en vez de arreglársela, se la quitó -con gran sorpresa por su parte- y le dio su regalo. Él se azoró levemente abrió el paquete y sonrió. No hizo ninguna pregunta ni hizo el intento de adivinar ninguna razón, sólo se la volvió a entregar para que se la pusiera ,y ella, controlando el ligero temblor de sus manos hizo un maravilloso nudo Windsor en una estupenda corbata azul, de siete pliegues.