viernes, 28 de febrero de 2014

ANDALUCÍA, MI TIERRA.

Me van a perdonar un poquito pero hoy me toca ser yo misma, con mi habla y mi sentir, puede que haya cosas que no se entiendan bien...resuelvo la duda que sea.



Por mucho que algunos quieran mi tierra no es de banderas. No es verde, blanca y verde, no se siente un trozo de tela. La respeto, me gusta y si estoy lejos, me emociona. Tampoco reivindicamos idioma, que lo nuestro son ocho acentos distintos, al baño María. Lo que no sé es si es María la Morena o María la Yerbabuena...
Nosotros, sin estridencias ni pamplineo, sabemos que estamos hechos de historia, de leyendas, sin quedarnos atrás, miramos con descaro al futuro que venga, que  lo haga, que aquí estamos. Este trozo grande de Iberia es de gente que son como conjuntos de personas, pero en andaluz. Gente que lía el taco, se mete en una bulla o se arrima al querer dentro de un gentío...calor humano.
Es de ojos que hablan cuando miran, de manos que acarician hasta en un compás de palmas, de lágrimas por tarantos, de sonrisas por alegrías o de serias tardes de toros o de física cuántica. Avanzar con tradiciones no es perder, es sumar sabiduría. Tradiciones tantas como pueblos, como fiestas, como dulces, como fechas.
Andalucía se llena de gente de fuera al calor de un acento que acaricia y de un pueblo que acoge, porque cuántos más seamos mejor, porque siempre cabe uno más, donde comen tres...comen cuatro y échate pa'lla niña que al fondo hay sitio...Y si hay que enseñar lo que es una piriñaca, un espeto, un majao, un remojón granaino, un plato de menudo o de chícharos, pues se enseña... que a cambio seguro que acabamos haciendo guacamole, chuparquía o marmitako. Sumando en paladares, sabores, sobremesas y en brindis. En terraza al sol o en codo apoyado en barra. Que une tanto la sonrisa de un bar como la pena en un entierro.
Sin que importen las fronteras, que no son más que rayas en un papel. Andalucía linda al norte con montañas grandes y verdes, serpenteadas de olivos plata, retorcidos como en un baile flamenco, bajitos, ancianos sabios, ricos en humildes aceitunas que se convierten en oro. Los olivos siempre me parecieron gitanitas pequeñas, niñas brazos en alto, que al dar vueltas con volantes transforman sus pies descalzos en lujo flamenco. Olivos por varear y por visitar. Al olivo hay que ir escuchar, porque hablan, y hasta sirven de asiento para llenarte de besos si hace falta.
Al sur mi tierra termina en las olas, las que provocan el mar y el océano cuando se dan la mano, coquetas y ennoviás, van y vienen, como si se disgustaran y se reconciliaran al ratito. Y es justo al final de Andalucía donde se linda con una colonia inglesa que es como decir, un forastero de aquí, un guiri adaptado, uno más entre nosotros, porque es tan bonito esto, que hasta ésos, que dicen que son ingleses, han tenido que quedarse para beber de nuestro sol y absorber nuestra esencia.
Este y oeste para murcianicos buenos y portugueses un poquito choqueros, fronteras difuminadas. No hay muro que pueda con un abrazo o con unas manos que se estrechan sin complejos ni superioridad, que dan sin pensar en recibir, pero que reciben. Que es de buen nacío ser agradecío y si tú me das yo no lo olvido...y si tú vienes, yo voy.
Y hay volantes, flores en el pelo, brazos que bailan y pies al compás. Chumberas, romero, alcornoques, poleo, amapolas y naranjos. Cerveza. Hay tronos de Semana Santa, cargadores, pasos, costaleros, penitentes, nazarenos, y saetas. Tapitas. Hay playa, arena rubia y fina u oscurita, vientos, calitas y bahía, delfines y atunes, marismas. Arte. Casas encalás, tiestos con macetas, agua árabe en fuente cristiana, adoquines tracioneros, callecitas estrechas, abanicos al pecho, risas y penas.
Y hoy es tu día, un día cualquiera, que porque dijeran unos, hoy no eres más tierra. Eres la raza, cuando tú quieras, y aquí estaremos para entenderla, para vivirla, para quererla, para enseñarla y abrir tus puertas, que el andaluz nunca entendió, ni de guerras ni fronteras. Orgullo mucho, tú me camelas...lo sabes tanto que coqueteas, morena dulce, genio y canela, hoy es tu día...porque ellos quieran...

(Foto: @__Fransilva__)

jueves, 27 de febrero de 2014

FRACASO INTERIOR

- Si no te equivocas no aprendes, si no aprendes, no sabes elegir, si no sabes elegir, no serás feliz. Queda cursi, pero es así.
Soltó la copa encima de la mesa justo en el centro del posavasos cuadrado. Era de un papel resistente de color violeta y con unas letras doradas, no quedaba mal, pero podían haberse evitado las grafías o elegir otras más elegantes. No era un mal local, pero lo de los posavasos había sido poco acertado.
Ese momento, tras el sorbo largo y profundo de alcohol desgarrando la garganta, es en el que más se echa de menos poder fumar. Podrían haber estado en la terraza, pero ni el ruido, ni la gente alrededor eran lo mejor para la confesiones. La búsqueda de intimidad y la manera de llover tan torrencial habían acabado forzando entrar al bar y buscar una mesa retirada y a media luz. Aún quedaban sitios donde poder resguardarse de los demás dentro de un pub. Tendría que soportar con dignidad la falta de nicotina y del ritual de tabaco. Pero lo necesitaba.
- Pues dime por qué tengo entonces esta sensación de fracaso, de no haber hecho lo correcto, de no haber estado a la altura, de haberle fallado a todos.
Su copa seguía intacta sudando gotas de frío. Los ojos hinchados de llorar, el corazón en un puño y la voz en un hilo, daba pavor ver hasta que punto una persona puede quedar hecha un guiñapo. Si seguía a duras penas en pie, era porque el corazón se empeñaba en seguir latiendo.
- Buscas un perfeccionismo propio pensando siempre en los demás, así no llegarás a nada, ni a nadie. Necesitas conclusiones en tu vida, pasar página, no mirar atrás. Pero por ti. Sólo por ti. Lo tienes que rehuir de los recuerdos, pero no pueden ser tu punto de partida diario.
- No me hables de recuerdos, por favor, hoy no, soy incapaz de traerlos a mí, no sabes cuánto me duelen.
- Pero si no haces otra cosa, ¿no te das cuenta?. Te machacas constantemente con el pasado.
Mas suspiros, más drama, más aire aprisionado en la caja torácica convertida en caja de los truenos. Y sin tabaco.
- No me entiendes. Son peligrosos. Cuando son buenos, echo tanto de menos los momentos felices. Y cuando son malos recuerdos, parece que no se han ido nunca. Sé que piensas que lo hago queriendo, no es así. Es mi fracaso el que los trae.
- Intento comprenderte. Pero no has fracasado, es el primer concepto que tienes que cambiar. Son pasos que se dan en la vida, unos más derechos que otros, unos dejan huella y a otros se los lleva el viento. A todos nos pasa, pero deberías de dejar de mirar atrás. No es abarcable la nostalgia. Pero, ¿realmente quieres vivir siempre mirando por el retrovisor con dolor? ¿Deseas que el pasado, por duro que sea, predisponga tu futuro? No, no me pongas mala cara, sé que no es fácil y que me vas a decir que no estoy en tu lugar. Es cierto, pero no te rindas, y comprende lo que quiero decirte.
- No voy a poder...y no quiero abusar más de ti.
Ahora venían las lamentaciones, necesitaba más alcohol, más nicotina y más de todo. Siempre se veía en las mismas. Quería ayudar, sabía que la gente necesitaba que la escucharan pero cuando llegaban a ese punto quería huir o abofetear. No podía hacer nada de eso, sólo tener más paciencia.
- Venga. Ni una tontería más. Vamos, bebe. El futuro te empieza hoy. Deja todo atrás. Cuéntame planes. Y si no tienes, los buscamos. Mírame. No llores más. Se acabó. Dejar atrás los recuerdos no es traicionar a nadie, ni a nada. No es un fracaso, es avanzar. Y por amor de Dios...¡vamos a salir a fumar!
Surgieron las risas, suaves, era un primer paso. Pequeño, casi imperceptible, pero era la manera, la única forma de intentar sacar a alguien del pozo de los remordimientos y el dolor. Habían avanzado. Ahora sólo había que fumar.

(A todos los que, fumando o no, han decidido que es el momento de avanzar)

miércoles, 26 de febrero de 2014

HILO DE PENSAMIENTO

Había momentos en los que se quedaba abstraído, reflexivo y profundo, mi abuelo era elocuente en silencio. Era entonces cuando le preguntábamos que en qué estaba pensando y siempre respondía igual "profundamente en nada". Luego, me explicaba que era imposible dejar la mente en blanco porque hasta pensando en blanco se estaba pensando en algo. Era forzar un pensamiento.
Pues debe ser verdad eso que me decía mi abuelo. Yo, desde luego, siempre lo creí, -lo que decía mi abuelo me parecía siempre tan sabio...- pero con el paso del tiempo me voy reafirmando en la teoría.
Si yo dejo la mente libre, sin predisponer a nada, me lleva a muchos sitios distintos. Depende del momento, del humor, de la climatología y hasta de lo que he comido, acabo pensando, por ejemplo, en si tengo que planchar o si el atardecer me traerá algún regalo. Pero cuando el momento es de conjunción interplanetaria, y consigo no tener otra preocupación, tarea pendiente o lágrimas por llorar, entonces vienen a mi mente dos frases. No es que las "vea" escritas, es que llegan como pensamiento recurrente:
La primera es, "Y al final, la nada". Si sigo el pensamiento, lo que visualizo es una especie de ático, de madera, como los que salen en las películas estadounidenses o los "soberaos" de las casas de pueblo. Y allí al fondo, centrado en una pared vacía, un baúl abierto, me asomo y no hay nada, es grande, viejo, está forrado en beige con florecitas minúsculas rojas pero no hay nada más. No sé que explicación puede tener, si es que la tiene, porque no es un sueño, así que no tengo claro si es digno o no de análisis. Si alguien lo sabe, que me lo diga, por favor. Tampoco sé porque "Y al final, la nada"...igual es mi subconsciente dictándome mi epitafio...
La otra frase me lleva a la reflexión constante y suelo llegar a conclusiones semejantes cada vez que buceo en ella, tome el camino que tome para la contestarme, siempre acabo en el mismo punto. La pregunta es: "¿Se puede echar de menos lo que no se conoce?" Por un lado, me digo que de lo desconocido no se puede tener conciencia de su existencia, así que es imposible sentir añoranza, pero también pienso que de una manera u otra todos tenemos implícitos muchas cosas sin conocerlas y eso hace que tengamos la posibilidad de echarlas de menos. Tampoco sé si dentro de mi reflexión cabe echar de menos las risas con alguien que conoces sólo por las virtualidades o el abrazo de un pariente lejano pero desconocido. En el colmo de mi desconsideración conmigo misma, ni siquiera puedo saber cómo de definidas me hago las preguntas.
Lo más seguro es que sea mucho mejor tener otras cosas en las que pensar, pero no me cabe duda de que si dejo la mente libre acabe al final, en la nada y echando de menos todo lo que no conozco....


martes, 25 de febrero de 2014

GANAR (CUENTO INFANTIL)

Había una vez una niña.
No era una princesa y no se sentía como una reina, pero tenía algo que no tenían otras niñas. Lo sabía. Ella era consciente de su suerte, pero no presumía delante de otros, ni siquiera en el recreo, donde todo el mundo se empeña en contar que todo los suyo es lo más. Y eso que Mateo era muy pesado, siempre su casa era mejor, sus juguetes, su merienda...¡desesperaba a todos! Él decía que le tenían envidia, todos, los de nuestra clase y hasta los otros niños de la clase de enfrente, pero no era verdad, lo que pasa es que era un repelente. Lo era, aunque la señorita les regañaba si protestaban por sus tonterías. Paciencia y cariño, decía. ¡Si seguro que de eso también tenía más y mejor él!
Incluso cuando Mateo la desesperaba, se callaba. Sabía que les ganaría, sobre todo a algunos, incluido "don todo lo mío es lo mejor", pero no era necesario. Se guardaba el secreto y así era mucho más importante.
También sabía que había niños que lloraban por no tener lo que ella tenía y que hasta en los países más lejanos podían tenerle envidia. Ella no quería generar sentimientos tan feos. Quisiera que todos tuvieran lo mismo que ella, sería lo justo. Ella no era egoísta, es que su tesoro era difícil de compartir. Aunque ella quisiera, no podría.
Muchas veces, cuando caminaba de vuelta del colegio, saltando y corriendo sin parar, se paraba en seco y se planteaba contar lo que le sucedía, pero al final callaba, bueno, se callaba esto porque no dejaba de hablar: lo que le habían explicado en clase, lo que le dijeron las otras niñas de su ropa, lo que había comido en el comedor...Hablaba y reía, hacía planes y se entusiasmaba con cualquier novedad que tuviera para pasar la tarde. Pero siempre le quedaba esa pequeña duda de si tenía que contar sus preocupaciones.
Un día, jugando y bailando con un atardecer en los pies, pensó si era malo ganar en algo. Se lo preguntó primero con la voz de dentro porque ella no quería ser una niña como Mateo. Lo malo es que no encontraba la solución si le decían que estaba feo, pero le aterraba esa idea, bueno, le aterraban las dos, no sabía que era peor. Le hizo la pregunta a sus abuelos que eran sin duda las personas que más sabían, mucho más que la seño y más que el director del colegio. No se lo contó todo, no podía...pero le dijeron que no estaba mal ganar, lo que estaba mal era presumir.
Entonces se tranquilizó, lo estaba haciendo bien. No presumiría, pero sabía que ganaba: Tenía al mejor papá.

lunes, 24 de febrero de 2014

AULA AL SOL


El aula tenía vistas al sol. Era un invernadero. En verano esos sitios estaban vacíos porque el calor era insoportable y habían dejado de poner el aire acondicionado. Recortes decían, pero estábamos convencidos de que el Rector había distribuido el presupuesto de manera equivocada, por no decir cosas peores. Pero ahora era primavera y disfrutábamos del sol cuando el frío todavía estaba presente, gozábamos de un calor agradable.
Ella aprovechaba esas plazas pegadas a las ventanas en cuanto terminaban los exámenes del primer cuatrimestre. Eran sitios cotizados. Llegaba pronto, se quitaba los guantes, y tocaba el marco de la ventana si ya había empezado a subir el sol. Necesitaba que éste estuviera más alto que la Facultad de Políticas. Solía ser a partir de las once. Entonces llegaban los rayos directos, un lujo.
También elegía ese sitio porque le gustaba su pelo brillando al sol, se veía más bonito, muy llamativo y ella era presumida. No mucho, un poco, quizás la palabra correcta fuera coqueta. Pero ese adjetivo resultaba anticuado, como de soltera inglesa de setenta y cinco años, sonrosada como una figurita de Sèvres. Ella era demasiado racial para tanta delicadeza.
Los días que tenía "Literatura del Siglo de Oro" se esmeraba un poquito más, puede que entonces sí que fuera presumida. Pasaba por el baño antes de entrar al aula. Se peinaba y repasaba el poco maquillaje con el que solía ir a clase, pero en lo que se notaba la diferencia respecto a otros días en los que no estaba esa asignatura en su horario, era en la ropa. Siempre se vestía con lo más favorecedor, lo nuevo, lo que le hacía sentir más guapa.
El profesor de esa asignatura era el más guapo de la Facultad. Todas lo sabían. Seguro que él también lo sabía, que era guapo y que todas esas alumnas no tenían una necesidad irrefrenable de conocer los entresijos de la obra de Quevedo. Pero era muy profesional. Llegaba, y pese que había incluso gritos ahogados de sorpresa y emoción, conseguía que todas siguieran con interés el tema que trataba, y cuando recitaba poesías con esa voz tan de hombre, sin engolar, sin exageraciones ni teatralidad, volvían a enamorarse más y más. Los pocos hombres que acudían a esa clase se desesperaban.
Ella se recostaba en el cristal, lo miraba atraída por la fuerza de su voz, de su personalidad y su sonrisa. Era alto pero parecía que lo era mucho más. Nunca miraba fijamente a ninguna alumna, sería un escándalo. Allí ninguna estudiante era menor de edad, pero no estaría bien visto. Pensarían que hay favores de por medio, aprobados injustos. Él tenía mucho cuidado con eso, ellas se daban cuenta y pese a todo, algunas intentaban llamar su atención descaradamente, pero nunca había sucumbido.
Cuando la clase terminaba ya nada era igual. Todo se volvía gris y aburrido. Pasaban las horas y solo apetecía volver a casa, aunque fuera a estudiar en ese minúsculo estudio en el que se había ido a vivir. Incluso sabiendo que la lavadora, la plancha y la cocina le estaban esperando. Cualquier opción era mejor que seguir en esa Facultad sabiendo que su hora del clase ya había pasado.
Volvía a casa con su imagen, recordando su voz y sus gestos. Preparaba la comida ausente y casi sin comida porque había perdido hasta el apetito. Le costaba estudiar el doble y concentrarse era una odisea. Pero llegando las ocho de la tarde todo cambiaba. Se transformaba y se convertía en otra.
Al atardecer, esos que tanto se inmortalizan con el móvil como si antes no hubieran existido, cuando el sol que buscó se iba apagando, y tenía que estar pensando en la cena o en salir a dar una vuelta, se tranquilizaba y esperaba el mágico sonido del timbre. Ese "dindon" era música de jazz en sus oídos. Caminaba hacia la puerta como si entrara en la pista de baile. No había nada que pudiera superar el momento en el que le abría despacio al profesor de "Literatura del siglo de Oro" y él la besaba.

domingo, 23 de febrero de 2014

SOL DE FEBRERO

Hay cosas que nunca cambian. Tampoco quiero que cambien. Tengo una amiga que dice que los postres se hacen por la tarde, y yo mantengo que las magdalenas son de invierno. Y quiero que siga siendo así.
Tampoco cambia que me gusten los días de sol, son los que iluminan mis momentos buenos, aunque sospecho que me resultan buenos porque hay sol. No quiero decir que si no hay sol no tenga momentos agradables, pero no los disfruto igual.
Tengo la certeza de que en otra vida fui un ficus, un rosal o cualquier tipo de planta que necesite sol para vivir, que yo de plantas no sé mucho, la verdad. Así que rellenen el hueco convenientemente: árbol, arbusto o planta que necesite poca agua y mucho sol...igual soy un cactus o una chumbera. La chumbera siempre me pareció divertida, me gustaba buscarle formas, como cuando hay nubes de algodón esponjoso que sirven para imaginar figuras en el cielo. Hoy por hoy, creo que una chumbera se vendería bien en Arco. Cojan ideas.
Los días en los que ni por todo el oro del mundo encontramos una nube en el cielo, esos cuando vienen después de días grises y abombados -tengo la teoría ilógica de que el cielo se abomba con el peso oscuro de las nubes- , los días como ayer, como hoy, son mis favoritos.
Estos días en los que empiezan a sonar animales y hasta revolotean las primeras mariposas, me llenan. Días en los que las amapolas despliegan su elegante traje rojo de domingo y se mecen con la mínima brisa; para mí son como niñas jugando a la rayuela. Días previos a la explosión de olor a azahar. Sol de primavera adelantada, que si además coinciden con el fin de semana, me recuerda a los domingos de mi niñez y me viene el olor a salitre, de cuando paseaba por el puerto después de ir a Misa, y antes de que me llevaran a "tomarme una cervecita". Ahora no tengo el puerto cerca -ni es lo que era-, y me falta poder decir "se ve Ceuta" o exclamar desde la ventana  "¡Qué bien se ve Gibraltar! hoy vemos la ropa tendida de las ventanas", pero sigo siendo la misma que busca la compañía del sol (y de tomarse una cervecita).
No soy original, ni la única. Como si fuéramos babosos y hermafroditas caracoles somos muchos los que salimos a calentarnos la sangre, aunque somos más rápidos que ésos que luego cocinan al poleo, -los bares llenos de gente comiendo caracoles es otro signo de buen tiempo-. Lo nuestro es una huida al sol en tropel.
Disfruto cuando, aunque tenga que estar en casa, oigo la risas de los niños camino del parque cercano, el ruido de los patines y hasta el golpe seco de alguien pequeño pero valiente, que intentando montar en bicicleta ha tenido un accidente. Hoy hay un improvisado partido de fútbol al final de la calle, mi calle termina en olivos. Seguirá el murmullo hasta que llegue la hora de comer, la quietud de la siesta (sí señores de fuera, la siesta, privilegio de dioses)
Me gusta saber que hoy será un día con más sonrisas que otros. Si hay sol ,hay más sonrisas.

sábado, 22 de febrero de 2014

NO ME PASA NADA

- ¿Por qué no me miras? ¿Te ocurre algo?
- Es que tengo las manos frías
- ¿Cómo?
- Perdona, es que iba a cogerte la mano y mirarte a los ojos. He pensado que las tenía demasiado frías y además de no dártela, pues no te he mirado
- ¿Qué te ocurre?
- Nada, ¿por qué lo dices?
Ya habían llegado al punto de siempre, en el que "nada" significaba que ocurría algo que no le iba a decir y ella volvía a decir "te noto raro".
Entraban en el bucle de siempre, raro de qué, rara tú, que todo lo analizas y entonces o acababa en incómodo silencio o en discusión.
Se quedaron ambos en silencio sin mirar siquiera sus móviles. Abstraídos cada uno en sus propios pensamientos que desembocaban en el mismo. Ese tan temido.
- ¿Qué vas a querer cenar?
- No sé, cualquier cosa.
- De eso no tengo, por favor no me compliques mucho, dime que te apetece y yo lo hago.
- Deja, si quieres lo hago yo. ¿Tú quieres cenar?
- No, no me apetece nada.
- Pues ya me hago yo cualquier cosa
- Que no es molestia, dime qué quieres y yo lo preparo en un momento.
- ¡Qué mujer! Pues ya no quiero cenar
- Pues no cenes, más ligerito vas.
Y otra vez el silencio.
La televisión era el nexo de unión entre los dos, pero como no comentaban el programa, ni siquiera peleaban por el mando a distancia.
De repente ella rompió a llorar en silencio, un llanto discreto y poco llamativo pero él se dio cuenta...
- ¿Ahora que te pasa? ¡Vaya racha llevas hija mía!
- Nada....- y en seguida se arrepintió porque empezaba otra vez la conversación-
- Vamos a ver Laura, así no podemos seguir, esto hay que hablarlo, verlo, decidir o lo que sea, pero no es manera.
Ella lloraba más aún, con la mirada perdida y la congoja en la respiración.
- ¿Pero que te he hecho ahora? dímelo que yo lo sepa, yo no quiero que llores pero es que no sé que te pasa, ¿te encuentras mal?
Ella negó con la cabeza mientras se limpiaba los ojos y la nariz moqueante con un pañuelo de papel que apareció en un bolsillo.
- Laura, cariño -resoplaba buscando paciencia- Tú me dices lo que pasa y lo hablamos, pero no puedes ponerte a llorar así como así.
Tragó saliva ella y lo miró con los ojos tristes
- ¿Qué nos está pasando? ¿Quiénes somos? No nos reconozco.
- No digas eso, anda..., ¿estás cansada? ¿tienes fiebre? No llores, sabes que se me rompe el alma.
Él le besó, despacio, por toda la cara, la acurrucó y le dijo todas las palabras dulces que se sabía, usando todos los nombres cariñosos que desde que se conocieron se dijeron. Palabras íntimas.
- Vamos a la cama, por favor, venga...
Él la cogió en brazos y ella se dejó hacer. Abrumada por el dolor de que el amor se hubiera ido, de que ya estuviera todo roto. Miedo porque no hubiera solución a su relación, justo ahora, cuando más necesitaba que todo fuera bien. No era el momento de decirlo, debía callar aun pero y si él ya no la quería, ¿era justo que cargara con su enfermedad sólo por lástima?, y si era ella la que no sentía ya nada por él, ¿debía continuar a su lado sólo por el miedo a sufrir sola?
Acurrucada en el pijama que él mismo se había encargado de ponerle, tras desnudarla como a una niña pequeña que se quedó dormida en el coche, bebió un vaso de leche caliente que él le ofrecía.
- Vamos Laura, mañana será otro día, no llores, nos queda mucha vida por delante juntos y tu sonrisa siempre ha sido lo que me ha hecho seguir adelante. Sé que siempre te digo "y yo a ti" a tus "te quiero" pero mírame...Dios mío, hasta llorando estás preciosa. Te quiero, te quiero y te querré siempre.
Se acostó a su lado, aún vestido y sobre la cama, la acurrucó y le acarició el pelo, le besó en la sien suave, muchas veces, besos pequeños, y le iba susurrando planes locos de cuando se conocieron y pensaron que el mundo era ese sitio que se plegaba a los sueños.
Laura sintió todo ese amor que se había aletargado por la rutina, las prisas y la escasez. Se dejó querer y en un llanto suave se quedó dormida.
- Te quiero, musitó, sí, mañana será otro día
Y antes de dormir pensó en cómo le diría a ese hombre maravilloso la que se les venía encima.



viernes, 21 de febrero de 2014

CAFÉ CON REGALO II (a petición popular)

Después de la niebla de ayer parecía casi imposible que el cielo estuviera atigrado en azules y blancos. La claridad lo inundaba todo y caminar por las calles tenía otro ritmo a la luz del sol, todavía no estaba alto, quedaba como prendido en el horizonte. Era temprano.
Había dormido mal, toda la noche seguida, pero inquieta. Había dado muchas vueltas y se había destapado y tapado mil veces. Hasta pesadillas había tenido. No iba a reconocer que eran nervios. Pero se le parecía.
Lo cierto es que había releído la nota varias veces. Se sorprendía de que alguien le mandara esa declaración de amor, por lo menos de admiración. Estuvo haciendo memoria de los distintos días a ver si recordaba una cara, una sonrisa, una mirada, pero como siempre iba pensando en sus cosas, leyendo la prensa y pensando hacia dentro, no recordaba nada. Su desayuno, a veces, casi siempre, era una reflexión íntima de lo que podía venir, de lo que esperaba o de lo que fue. Se sorprendía leyendo párrafos en la prensa, columnas enteras, sin enterarse de nada porque su pensamiento no estaba en la tinta y el papel.
Esta mañana se había peinado con más esmero y había tardado muchísimo  más tiempo en elegir la ropa. No quería que se notara que llevaba algo diferente, y menos sabiendo que él la observaba y conocía su guardarropa, pero se había decidido por lo que mejor le sentaba, aún a riesgo de que no cuadrara con la escala de colores que él le había insinuado en su nota.
Maquillarse lo había hecho como siempre, como todas las mañanas, en la misma rutina, de manera suave y que casi no se apreciara, sólo un cambio, se había comprado una de esas ampollitas mágicas que ponen la piel tersa y suave. Una de esas que no sabía si serían útiles pero que si todo el mundo las compraba, sería por algo.
La mañana en el trabajo hasta la hora del café fue eterna. Se regañaba a sí misma por estar en ese estado. Ayer, en la cafetería, fue mucho más serena, más adulta, más ella. No sabía a que venían estas tonterías. Es cierto que hacía mucho que no consideraba la idea de una café o una copa con un hombre. Se retiró voluntariamente de ese mundo hacía varios años, cuando decidió cambiar de vida. Dejó atrás todo, incluido el amor. la ilusión romántica, el sexo. Le habían propuesto citas y hasta un compañero fue insistente en extremo, casi de acoso sentimental, ¡le compró un anillo!, siempre declinó las invitaciones con excusas poco creíbles pero intentando no ofender. El anillo lo devolvió, por supuesto.
Había llegado la hora y los nervios le estaban jugando una mala pasada. Se intentó tranquilizar en el ascensor y al pasar por la cristalera intentó no mirar, como siempre, como todos los días. Suponía que Tomás ya estaría enterado de todo y esperaba que le pusiera el café como siempre. Algo de su rutina le haría entrar en razón y dejar de lado ese estado de ansiedad.
Al entrar miró la mesa y no había nadie. Sintió alivio y desilusión no reconocida pero se sentó con normalidad y ya venía su punto de referencia, su puerta a la tranquilidad, irónicamente, su mantra sería un café.
Tomás no dijo una palabra más que los buenos días y sonrió. Ella, en un ataque de dignidad, no hizo comentarios. Cuando iba a desplegar el periódico notó una persona parada al lado. Pantalón de traje gris, cinturón de piel desgastado, zapatos negros, muy usados pero no viejos.
- ¿Puedo sentarme?
Cuando ella le vio la cara se quedó pálida, miró a la puerta con ganas de huir pero había demasiada gente en el trajín de la mañana. No podría hacer nada. Sería inútil. Necesitaba aplomo. No  lo tenía.
Sin esperar respuesta él se sentó frente a ella. Era un hombre bien parecido, canoso pese a no ser muy mayor, de mandíbula fuerte y nariz grande. Los ojos quizás estaban demasiado juntos, pero en conjunto era un hombre guapo.
- ¿Sorprendida? Ha pasado mucho tiempo. ¿Cuánto ha sido? Calculo que once años...si...once años y pico. Estás muy cambiada.
Ella se removía nerviosa, agarró su bolso para salir rápido de allí a la menor oportunidad. Estaba temblando.
- No, no te vas a ir a ningún sitio. Ya no. Te he encontrado, me ha costado mucho dar contigo. Te he buscado desde entonces, todos los días de mi vida, sin importar fines de semana, sin vacaciones, no he hecho otra cosa que pensar en ti ¿y ahora quieres irte? No. Ahora nos iremos juntos. Lo sabes. No intentes huir porque sería inútil y tampoco queremos un escándalo.
Ella relajó los hombros, resopló y asumió que no tenía nada que hacer. Se dio por vencida. Lo miró a los ojos avisándole de su renuncia a la lucha. Haría lo que el quisiera. No podía decírselo porque se le habían secado las palabras.
- Vamos, ya hablaremos en Comisaría. Estás detenida y pasarás a disposición judicial. ¿Te recuerdo el por qué?  Por el asesinato de los cinco miembros de la familia Gómez Ballesteros.

jueves, 20 de febrero de 2014

CAFÉ CON REGALO

Entraba a la cafetería como todas las mañanas, daba igual en que época del año estuviéramos. De lunes a viernes no fallaba. Incluso algunos fines de semana o festivos también iba. Hoy entró y se sacudió un poco como un perro tras pasar por un aspersor. No llovía, pero la niebla era tan densa que había que batirse con ella en duelo de arma corta. Traía el pelo mojado, y entre los mechones se habían condensado pequeñas gotas de agua.
Desde que la veían pasar por la cristalera le iban preparando el café, grande, muy grande, ardiendo y con poca leche. Luego lo dejaba enfriar y el último sorbo lo daba ya helado. Un día, el veterano camarero que le había servido el café a varias generaciones, le preguntó. Ella sonrió y le dijo que no tenía ni idea, que ni se había fijado, pero que si él lo decía sería así. Se sonrieron. No es que tuvieran grandes conversaciones, el desayuno se presta menos a la comunicación que las copas en la barra de un local ah hoc, pero a veces algún comentario sobre el tiempo, la salud o la familia si que se les escapaba. El camarero, más por viejo que por diablo, había aprendido que no se hablaba ni de fútbol, ni de política, ni de religión.
Ese día ella venía contenta, no le había sucedido nada en especial, y la climatología no estaba poniendo de su parte, pero al menos no le había sucedido nada desagradable. Eso ya era un motivo para sonreír. Se sentó en la mesa de casi todos los días y a la vez se seguía aireando el pelo. El gesto quedaba coqueto pero era puro pragmatismo y frío.
Vio venir el café como una esperanza, sobre todo para calentarse las manos que las traía heladas. En la bandeja junto al café, en un pequeño plato, venía un dulce de chocolate. No le prestó mucha atención porque ella no había pedido nada. En ocasiones lo hacía, pero ni a su figura ni a su monedero le venían bien esos excesos, así que lo hacía de tarde en tarde y preferiblemente, a primeros de mes.
En cuanto el café estuvo puesto sobre la mesa, lo abrazó con las manos entrelazando sus dedos delagados mientras musitaba un "Gracias Tomás, no sabe cuánto lo necesitaba hoy". Cuando le puso al lado el pastelito lo miró. "Hoy no Tomás, yo no he pedido nada" El camarero sonrió abiertamente. Bajó la voz y se hizo cómplice:
- Verá señorita, esta mañana ha venido un señor, me ha comentado que a veces le ve aquí, y le ha dejado el desayuno pagado.
- ¿Cómo?
- Un caballero, a veces coincide con usted. Hoy ha venido antes y me ha dejado este encargo ...y una nota
- Pero Tomás, ¡esto son cosas de película de sábado por la tarde!
- Esta es la nota, le decía mientras le alargaba una perfecta cuartilla doblada.
- Tengo que seguir trabajando señorita. Que aproveche.
Y se fue hacia la barra sonriendo triunfante.
En la mesa, una perpleja mujer seguía mirando un trozo de papel doblado. Sin abrir, sin leer. Se podía notar en su rostro las preguntas que le cruzaban la mente, el esfuerzo por recordar quién podía ser.
Bebió un sorbo de café para que el calor le hiciera reaccionar del frío y la estupefacción y mientras el pastel quedaba en segundo plano, empezó a leer esa sorprendente nota:
"Querida desconocida:
Perdone mi atrevimiento pero ya la conozco de haberla observado. Discúlpeme por esto también, pero es fascinante. Me gusta su rutina de mujer bella e impaciente. Por el color de su ropa adivino como está de humor ese día. Y soy de los hombres que se dan cuenta de cuando va a la peluquería. Pero siempre está preciosa. Acepte que le invite a desayunar hoy y como no voy a verla, le pido que mañana me permita sentarme en su mesa y ocupar el espacio del periódico del día. Como no quiero violentarla, avise a Tomás. Si no quiere, no se preocupe, no sabrá quien soy, y no la molestaré más. Incluso si me lo pide, cambiaré de lugar para desayunar."
Luego había una firma en la que no se adivinaba ningún nombre. La volvió a leer y pensó definitivamente que alguien se estaba riendo de ella. Miró alrededor y se encontró con la mirada y la sonrisa cómplice de Tomás y le entró la risa.
Empezó a comerse su obsequio pensando en que hacer al día siguiente. Podía no ir, pero sería modificar su rutina además de una cobardía. Podía no aceptar que se sentara en su mesa, pero le resultaba violento saber que estaba ahí y que ella lo estaba ignorando. Era un café, no un anillo. Podía cambiar de bar para siempre, pero maldita las ganas.
Tenía que reconocer que también le surgía la duda, la intriga. Si fuera distinto le preguntaría a Tomás cómo era, quién era, pero claro, no había esa confianza y era un hombre, ni se habría fijado. Y por otro lado la dignidad, no quedaba nada bien que fuera preguntando como una quinceañera. Necesitaba aplomo de mujer de mundo.
Endulzada por el chocolate, abrigada por el café, se sonrió íntimamente. ¿Por qué no? Le había invitado a desayunar, le había regalado palabras. ¿Hay algo más eterno que una palabra plasmada? Miró a Tomás y le dijo que sí con la cabeza. Él lo entendió rápido y sonrió abiertamente.
Mañana sería el día.
 (A todas vosotras, que no os gustan los finales abiertos. A las que buscáis un final feliz. A las que sabéis que la puerta siempre está entreabierta)


miércoles, 19 de febrero de 2014

RECIPROCIDAD

Sé que hay muchas maneras de entender un Blog.
Hay quien lo considera como un periódico particular, un coto privado de sus artículos, y le da categoría a cada entrada como si fuera una columna en Le Monde, The Daily Telegraph o similar. Nada que objetar. 
Otros lo consideran un diario íntimo con altavoz, una manera de contar su vida, sus gustos y su día a día con muchos más caracteres que un tuit, que dos, que diez. Esto me produce más pudor, ya se que no tiene lógica, que en otros formatos contamos -todos- muchas cosas de nosotros mismos pero dejarlo ahí estático me parece una evolución a la que yo no estaría preparada.
También los hay específicos de recetas, fotos, moda, los hay realmente buenos y sigo varios, pero yo me refiero hoy a los que cuentan historias.
Luego estamos los que escribimos y ya que lo hemos disfrutado, lo ponemos en público. Con mayor o menor disciplina. Con más o menos ganas...En mi caso no le doy categoría de columna periodística, tampoco soy capaz de encorsetarme en algún género literario, todo lo más soy juntaletras que escribe por el gusto de contar cosas, cuanto más cotidianas mejor.
Durante un tiempo estuve tentada de unir todas estas historias en un formato físico, algo que ninguna editorial admitiría, entre otras cosas porque hay muchos blog así, tendría que ser algo en plan Juan Palomo. Al final descarté la idea, al menos momentáneamente. Pero tenía título: "Cotidiano Diario" Incluso busqué una palabra de esas que me gusta inventar, pero era largo y confuso.
Este blog es algo personal, subjetivo y transferible a todo el que lo lea. Para mí es algo como cuando se llega a casa después de una noche de glamour y lujo, feliz y con la sonrisa anclada, y te sientas en el sofá, te descalzas de los tacones y dejas los pies en el suelo frío. Ese momento en el que aun resuenan las últimas notas de la música en los oídos, los últimos besos en los labios, o las últimas caricias en la piel y a la vez que los recuerdas que tienes que desmaquillarte y necesitas imperiosamente un yogurt. O quizás como esas tardes de lágrimas y café caliente. Incluso tiene algo de charla de amigas y actualidad. No sé cómo lo veréis vosotros.
Yo antes no sé como era publicar, supongo que sin internet y sabiendo que sólo el papel y el aire podían soportar las palabras, era más rígido o al menos más lento. Yo ahora disfruto de la reciprocidad inmediata. Creo que es lo que más adoro después de escribir. Porque a mi lo que me gusta es escribir, lo de publicar es accesorio, y si sigo haciéndolo es porque me encantan los comentarios que generan, sean buenos o malos. Tiendo a creer más una crítica que una alabanza.
Ayer el final abierto de la historia de ese primer encuentro dio para muchísimas conversaciones. No puedo seguir por escrito ese encuentro porque hubo tanta gente que se vio reconocida que escribir cualquier otro final que no sea el que ya han soñado o vivido, siempre será peor calidad. Así que a pesar de las risas y la agradable insistencia, los dejaremos mirándose. Reconozco que me tienta que se besen largo y profundo, que se dejen el alma en perder el aliento, pero no puedo remediar imaginar escenarios paralelos, desde un "soy tu padre" hasta el "Cobrador del Frac" .
Pero como el sol empieza a acercarse a mis rodillas, no hay una nube en el cielo, y el sueño me está acariciando las pestañas, me quedo con los besos y un final feliz.
GRACIAS a todos.

martes, 18 de febrero de 2014

CITA SIN RED


Un suspiro, cinco escalones, y sin red. El miedo hace que se me seque la boca, el corazón lo noto a mil por hora, quizás sea mejor que me arrepienta, que llame y me disculpe, que me vaya corriendo sin dignidad alguna, que no me acerque. No tiene lógica ser tan cobarde, ya que he venido tengo que tirar para adelante, me está esperando. Sería una descortesía avisar con cinco minutos. Eso es de mala educación, yo no soy mal educada. Pero quizás por una vez tampoco pasaría nada. No, no se hace.
¿Por qué hace tanto calor en invierno? Pese a que en lo que va de mañana varias veces me han piropeado, me siento pequeña, poca cosa, toca crecerse y no me veo con fuerzas. No puedo creer que me sienta tan insegura. Antes de llegar, puede que tuviera lógica, pero ahora que estoy aquí, es el momento de echar valor. Nunca he tenido estos miedos, no me reconozco.
Peleando con mis inseguridades voy avanzando y estoy dentro. Estoy cerca, ya me ha visto. No puedo huir. Quizás si pueda, pienso rápido en planes de fuga extraños, miro el reloj y el móvil como si una llamada urgente me fuera a salvar de este mal trago. No va a llamar nadie. Pero podría simularlo. Sería una tontería impropia de mi edad.
Un segundo” me dice, es más guapo de lo que yo me esperaba, lo había visto en fotos, más de una y más de tres pero en persona es más guapo. Qué ganas de correr en dirección contraria, y sin embargo tampoco soy capaz, mis pies también se sienten cobardes. Me quedo mirando sin ver, temblando por dentro, y supongo que se notará por fuera.
Mientras espero me hago la loca, miro las cosas que hay a mi alrededor con tanto interés que resulta exagerado. No importa. Nada importa. Lo mejor es que no se me vea. Pero quiero mirar de reojo. Me enfrasco en mi mundo y no noto que se ha puesto a mi lado hasta que está muy cerca.
Lo tengo al lado, es más alto que yo…un beso y una sonrisa, “mírame a los ojos” , una mirada fugaz y una mujer a su espalda. Esto no estaba en el guión. Ella me mira con ojos fríos, no me espera, sonríe con la misma falsedad que yo,  sólo que me veo incapaz de devolverle la sonrisa completa...”encantada”. Ella va y viene, no me considera una igual, me mira con cierto desprecio, lo lamentará. Ahora sí, ahora le sonrío y hasta juego a hacerla cómplice…es la hipocresía que se llama educación: ”Este hombre…”
Más presentaciones, más gente, ¡Dios mío! A ver si esto me va a quedar grande. Sabía que habría más gente, pero no tanta. Ya es difícil, no suele sucederme, pero estoy callada, no soy capaz de articular palabra. Observo, oigo, miro y de vez en cuando noto que me clava la mirada y yo me siento morir. ¡Que no se note, que no se note!
¿Era así lo que iba a pasar? Yo pensé que no, o a lo mejor me estaba engañando a mi misma, yo estaba segura de que el corazón me iba a dar el vuelco me dio, pero no pensé que fuera así. Quizás, en el fondo, sabía que venía directamente a que los sueños se hicieran realidad.
¿Y ahora qué? Ahora no hay gente, sonríe y me conquista…¿tan fácil? No puede ser, esto no me está pasando a mí, por algún lado esto va a salir mal. Me es muy sencillo hablarle, contarle, decirle quién soy y qué quiero. Las cosas buenas no pasan así. Y menos a mí.
Me da la mano, notará el pulso de la mía, es una mano cálida, grande, fuerte, morena, yo no tengo la mano pequeña y sin embargo se me pierde. ¿Qué me está diciendo? Su voz arrulla, sus gestos son precisos y su sonrisa es preciosa.
Para y me mira de frente, un escalofrío me recorre, creo que es el momento...no voy a tener miedo. Voy a ganar.


lunes, 17 de febrero de 2014

ARDEN PALABRAS

Ayer ardió una librería.
Pasaron muchas cosas, casi todas trágicas y algunas anecdóticas. Pero murieron también palabras.
Con el afán de que los servicios informativos duren un determinado tiempo, acabamos viendo cualquier cosa menos noticias, y la verdad es que el nuevo "parte"-magazine no es santo de mi devoción. Es cierto que el horror de Siria y de Venezuela es para abrir telediarios, aunque ni Antena3, ni la primera cadena, consideraron que fuera importante. La primera abrió con el bote de humo en el campo del Villareal (según me contaron) y la de todos con la inversión en infraestructuras por el mundo y Ana Pastor. Incomprensible. Pero puestos a evadirnos de la realidad, yo hubiera abierto con el humo literario.
Parece ser que no fue tan grave porque no estaba todo el material allí y aun no se saben las causas, pero hubo una gran pérdida de ejemplares. De la misma manera que me duele que se queme una pequeña capilla o un bosque, cuando son los libros los que arden me parece que perdemos mucho y lo que es peor, parece que no somos conscientes.
Creo recordar un artículo de Pérez Reverte sobre la biblioteca de Sarajevo, ¿o era dentro de "Territorio Comanche"? Ardía sin remedio, y pese a la espectacularidad del fuego, tan hermoso siempre, se estaba destrozando un material de valor incalculable. No pueden medirse las emociones que un libro procura. Sé que entonces, yo era una adolescente, fui consciente de la fragilidad de un libro, de todo lo que nos dan y sin embargo lo fácil que es dañarlos. Me duelen todos, los nuevos porque me resultan como pequeñas crías de literatura a las que hay que darle la oportunidad de crecer y hacerse importante. Los viejos porque han vivido mucho y han dado lo mejor de si durante mucho tiempo. ¡Y los incunables! ¡Las antiquísimas ediciones! Eso es irrecuperable, perdemos parte de la historia, de lo que somos y de lo que fuimos, y sin ese trozo de nosotros seremos otros, pero sin ese pedacito de arte.
Sé que ahora son las casas muy pequeñas -vaya si lo sé- y que el libro digital está pegando fuerte por ser una alternativa más barata, más cómoda y que ocupa menos espacio, pero yo sigo siendo una romántica y prefiero el tacto del papel, su olor y hasta el polvo que cogen. Me gusta pasear por mi casa y saber que mi único tesoro material está impreso en papel cosido o pegado.
Adoro saber que al alcance de mi mano, está "El Camino" de Delibes, mi libro favorito, manoseado y disfrutado, lleno de lágrimas y de risas, y además para mi satisfacción personal, ese mismo libro ya tiene parte de las emociones de mi hija mayor. El día que se lo di para que lo leyera fue importante para ambas, ella sabía lo que era ese libro para mí y yo sabía que ya era el momento de que lo entendiera y disfrutara, sólo fue comparable al día que me lo devolvió, y con los ojos llorosos todavía me dijo que le había encantado.
Por eso, por todo lo que cabe dentro de un libro, cuando ayer vi en las noticias un volumen abierto, con las hojas carbonizadas, dispuestas a convertirse en ceniza al más mínimo soplo de viento, se me llenaron los ojos de carbonilla...

domingo, 16 de febrero de 2014

SIN REMEDIO

Como cada mañana lamentó que el despertador fuese un ser sin alma. Cruel y tenaz, a las seis y media de la mañana avisaba de que era la hora de poner el pie en el suelo.
Hacía frío por las mañanas, y la humedad condensada resbalaba por el cristal de la ventana que acababa de abrir. Maldito invierno. Y además llovía. Lo único agradable de la lluvia era el sonido de los coches por la carretera, que sonaba diferente, era una gravilla chapoteada, un asfalto de agua, y no salir de casa. Lo primero lo podía oír, lo segundo era inevitable, tenía que irse a la calle.
Alguien la convenció de que lo mejor para la piel por las mañanas era el agua helada y pegaba tiritones en invierno cuando se la lavaba. Con disciplina inglesa acometía rutinas de alimento o belleza.
Lo miró, un día más, y pensó que no iba a hacerlo. Hacía frío y no le apetecía desnudarse. Pero algo más fuerte que ella misma le impedía pasar de ese ritual. Se desnudó, aligerando cualquier tipo de peso accesorio y se subió a la bascula. Los apenas tres segundos que tardaba en dar su veredicto eran eternos. Cuando lo veía se congraciaba consigo misma y se vestía dando tiritones y procesando la información.
En esta temporada podía estar orgullosa, de agosto a ahora, cuántos meses eran....a penas seis, había adelgazado diez kilos, y los últimos seis en poco más de un mes. Era una meta conseguida que había que mantener.
Desayunó como todos los días haciendo labores de la casa y fue a la ducha con la respiración entrecortada por el frío. Ojalá el café caliente empezara a hacer efectos o moriría con síntomas de hipotermia.
El agua caliente en la piel helada es más caliente y son pequeños alfileres, pero cuando por fin se acostumbra la piel, el calor no duele y es gratificante. Le gustaba ver como se empañaba el cristal y el vaho hacía que el baño fuera Londres. Se distraía y así no volvía a mirar a la báscula, hoy no más. Ya no. Hubo una época en la que se podía pesar hasta cinco veces al día.
Fue a ponerse unos pantalones y tuvo que dejarlos porque le estaban tan grandes que parecía que los había heredado del muñeco de Michelin, cogió otros y tampoco pudo ponérselos, sobre todo si no quería perderlos en mitad de la calle. Acabó rebuscando en su armario, con más frío de la cuenta, pantalones antiguos de cuando estuvo más delgada. Su talla era tan oscilante que optó por no tirar más ropa. Ni las tallas superiores, ni las más pequeñas. Iba por rachas.
Al final vestida y preparada para los últimos arreglos, se miró al espejo. ¿Estaba más delgada?
Incluso ayer, una pariente mayor que hacía mucho tiempo que no veía le dijo una frase gloriosa: "¿Cómo estás tan delgada con lo gorda que eras?" En teoría es un piropo. Creía.
Objetivamente -peso, en kilos. Altura, en centímetros. Talla, índice de masa corporal, volumen...- estaba mucho más delgada. Puede que más que nunca.
¿Por qué no se le iba el sentimiento de estar gorda? ¿Por qué no conseguía aceptar que estaba más delgada si todos los indicadores se lo decían? ¿Por qué primaba su sentimiento anterior? ¿Cómo era posible que no viera en el espejo lo que le decían los demás?
En fin, todos los días lo mismo, y su incapacidad por solucionar lo que su inteligencia (no era una mujer tonta) le decía. No tenía remedio.

viernes, 14 de febrero de 2014

LAS VEGAS, 1950


Las Vegas, 1950, un casino, cualquiera.
- Todo al 17
- Sí...cariño.
Pocos placeres producen tanta adrenalina como arrastrar las fichas por el paño verde. Esperar a que la ruleta deje de girar y contener la respiración esperando el canto del croupier. Tensión concentrada en una bolita que rueda aleatoria.
Me pareció oír "17, negro, impar y falta" pero podía haber sido cualquier otra cosa porque en ese momento me traían la bebida. Champange francés, helado.
- Recoge las ganancias, nena.
Sonriendo recogí un puñado de preciosas fichas de colores. Una chica que se precie nunca debe hablar de dinero pero hice un cálculo rápido y tenía en la mano una pequeña fortuna. En ningún momento se me ocurrió dejar de jugar.
Me llevó de la cintura a una mesa de dados.
- Estamos en racha princesa, ahora soplarás los dados para mí y seremos ricos.
Era incapaz de reconocer que nunca había entendido qué sucedía a partir de que se tiraban los dados, pero estaba claro que a él le gustaba el juego y soplarle entre los dedos no era tan difícil. Sabía que me miraban cuando lo hacía y siempre me mojaba levemente los labios antes de soplar; lo justo para que no se le fuera el rouge y quedara la sensualidad.
Creo que le iba bien, yo estaba apostada y levemente apoyada en la madera. Supongo que no todo me producía la misma excitación. Prefería las vueltas de la ruleta. También el gustaba jugar al  Black Jack, sentarme en la mesa e intentar poner al croupier nervioso, por el placer de verlo sucumbir, no era una cuestión de dinero. Pero son incorruptibles y eso me gusta aún más. Una vez sí pude pero me lo cambiaron por una mujer, y entonces se acabó la diversión. Ahora que venía acompañada al casino me veía privada de ciertos pequeños placeres, lo miré y vi a un hombre muy atractivo que sabía hacerme sentir muy bien. Compensaba.
Suponía que después de los dados vendrá el Texas Hold'em, yo prefiero el póker tradicional, y ahora que veo que sigue ganando, igual puedo conseguir que vayamos a tomar una copa tranquilos. Tendré que convencerle de que no rompemos la racha. Casi siempre lo consigo.
Recogía más fichas cuando volví a prestarle atención. Me puse de pie y supe que había elegido el mejor vestido para esta noche. Cuando intentó arrastrarme hacía las mesas de cartas le susurré al oído, suave, gatuna y convincente.
Nos sentamos en el bar, y mientras llegaba su bourbon y mi champange fui consciente de que tendría que poner mucho de mi parte para que me prestara atención, sabía que su mente seguía ahí, en las cartas. Me apoyé sobre la mesa y con sutilidad le marqué el camino de mi encanto personal, ese que tan bien conocía y disfrutaba noche tras noche. Usé las más sucias armas de mujer y conseguí que volviera a mi piel.
- Encanto, volvamos a Milwaukee o Savannanh o de dónde demonios seas, descubramos una ciudad nueva. Vivamos una vida serena y vulgar. Seamos buenos ciudadanos y mejores vecinos, participemos en la vida de la comunidad. Quiero ser una esposa ejemplar de las que hacen tartas y cenas de Acción de Gracias.
Me miró recostándose hacia atrás, una mirada como entre el humo, vi el deseo en su mirada. Con los ojos inyectados en lujuria me respondió:
- Nena, estamos en Las Vegas, la ciudad del pecado. ¡Qué más podemos querer! Es nuestro lugar, nuestro momento. Hoy hemos estado en racha, vendrán más días como este. Y tú y yo disfrutaremos. ¿Qué quieres casarte, encanto? Ahora mismo pago una licencia, elige capilla. Pero nos quedamos, ya sabes muñeca: "Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas"
Le sonreí mientras jugaba con dos fichas entretenida en el ruido al pasarla por mi mano y entre chocar entre ellas. Le miré a los ojos, casarnos no era mala idea...un primer paso. Levanté la copa, me la llevé a los labios y casi di un sorbo imaginario.
- Querré un anillo cielo.
Él asintió mirándome, pero continúe hablando...más cerca, más íntimo.
- Y no temas amor, lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas, y Las Vegas está donde yo diga que esté.
Fue entonces cuando él sonrió y comprendió rápido todo lo que yo le estaba diciendo.....

jueves, 13 de febrero de 2014

BESOS PERDIDOS

¿Dónde van los besos que se mandan? ¿Llegan a destino? ¿Sufren retrasos?
¿Cuántas veces enviamos besos al despedir una cita o una conversación y no vienen de vuelta?
¿Sólo yo siento que he otorgado parte de mi cariño y no ha sido correspondido?
Comprendo que no puede ser un bucle infinito en el que los besos del emisor se corresponden al del receptor y éste considera que tiene que volver a entregar esos besos. Eso es el "cuelga tú" telefónico que tantas buenas secuencias de cine ha dado, y quien lo ha vivido lo recuerda con una sonrisa. Suele traer a la memoria buenos momentos.
No, no creo que los besos lanzados sean como los suspiros, aire que van al aire. No puedo creer que formen parte de la nada que nos rodea. No imagino esos besos navegando entre la polución.
Quizás sea sólo yo la que se percate de estas cosas, empiezo a pensar que soy menos despistada de lo que creía, también puede ser que por bucear en los detalles, cada vez los perciba más, pero no puedo negar un cierto desasosiego cuando esto ocurre. A mí me da la sensación de que me han cerrado la puerta en las narices, que me han colgado el teléfono de malas maneras. Serán tonterías mías.
A veces, lo que antes se llamaba urbanidad y hoy mínimas normas de educación cívica, son un estorbo. No es que a mi me cueste lo más mínimo, que no me cuesta, incluso creo que me sería más difícil ser ajena a ciertas directrices aprendidas desde niña; pero reconozco que me molesta no recibir el mismo trato.
Y es curioso, personas que normalmente no tienen en cuenta esos detalles, al verse perjudicados por la falta de ellos se molestan. Se da mucho en personas que siempre llegan tarde y el día que sufren ellos un retraso de los demás se molestan muchísimo. O los abonados al "luego te llamo" y nunca llaman que de repente pasan horas esperando una llamada que no llega.
Sé que la vida va ahora más rápido y comprendo que la tecnología lleva aparejadas servidumbres que no tienen por qué ser mejores para el día a día. En esencia, un servicio de mensajería instantánea es un avance asombroso sólo con mirar cuarenta años atrás. Uso estos servicios, los disfruto y me resultan tan útiles que creo que ahora no podría estar sin ellos, pero no existe una norma mínima de educación para ellos, no hay un protocolo ni rígido ni laxo, y eso puede llevar a desconcierto.
No hace ni dos años, en verano, mi abuela, que es toda una señora, me pidió que fuera a comprarle a la papelería "recado de escribir" porque hay cosas que sólo se pueden decir de puño y letra. Eso lo hemos perdido. Me lo resumió en una frase, lo dejó claro y lo entendí todo.
Por eso, cuando por las prisas o  las circunstancias, vía internet, mensajería, incluso llamadas interrumpidas por otra que entra -espera que me llaman-, se quedan mis besos en el aire, no puedo evitar pensar que éstos quedan vagabundos por el mundo, como un perro abandonado sin hogar que los cobije. Me gustaría entonces recuperarlos, hacer que volvieran a casa, pero me temo que ya es tarde y me vuelve a nacer la pregunta: ¿Dónde van esos besos?

miércoles, 12 de febrero de 2014

EL SUSURRO DE FRANK

No es una hora taurina. Son las siete menos veinte de la tarde. Queda un último sorbo de café frío en mi taza de Mickey - a penas un chorreoncito de leche desnatada y ningún tipo de edulcorante -. Imagino un cenicero rebosante de colillas de un tabaco que fumamos a medias. Libretas abiertas a mi alrededor y notas por tomar. La cabeza, la imaginación, me van más rápido que las manos.
La habitación donde estoy, mi salón, se va volviendo gris, se cierne un atardecer monocolor. Quizás sería adecuado encender alguna luz, pero dejo que la prematura nocturnidad me abrace. Es un abrigo estéril. La poca claridad que entra es a través de los dos ventanales que tantas veces me llenan de sol. Los cristales están llenos de lunares de gotas de lluvia; lunares que a veces lagrimean. Las persianas se bambolean al ritmo de un viento marítimo en el secano de olivos. Quizás está agresivo porque no sabe dónde está. Me recuerda a esas moscas tozudas que intentan una y otra vez atravesar un cristal.
Estoy sentada en el sofá. Mi espalda en el brazo del sillón y la cabeza apoyada en el respaldo. Soy una ele torcida como la caligrafía de las niñas que estudiaban en las monjas. Seguramente me duela después la espalda, pero estoy muy cómoda. Las piernas cruzadas "a lo moro" que se decía cuando yo era pequeña, quizás sea hoy una expresión políticamente incorrecta. De rodilla a rodilla los cantos del ordenador y su pantalla de luciérnaga. Me cubro con una mantita beige, más que calor da compañía.
Como una diadema de las que llevaban las realezas europeas me sujeto la leonina melena con los auriculares. Son rosas, muy poco discretos, pero consiguen que la música me envuelva y no haya nada más a mi alrededor.
En esta tarde lluviosa y nostálgica es Frank Sinatra quien me susurra palabras de amor al oído, siempre una magnífica orquesta acompañando a la mejor voz. Me imagino esos maravillosos ojos azules con su sonrisa de medio lado cantando para mí. Me veo glamurosa con un elegante traje de noche que me acaricia la piel y que me caiga hasta el suelo. Más vestida que nunca y a la vez sensualmente desnuda para el ojo que sepa mirar. Me supongo envuelta en raso verde, un verde claro, pero no infantil. Con un escote atrevido pero no vulgar. Calzada con unas maravillosas sandalias doradas hechas para bailar.
Me veo en el centro del local, de pie, sabiéndome observada por los demás y dueña del mensaje musical de Frank. Y cuando, por fin, vaya a sentarme en la mesa reservada para mí, ver su mano extendida para bailar con él.
O quizás sea mejor imaginar un viejo todadiscos danzando con un vinilo de Frank,mientras tú y yo bebemos lentos, con la  pausa que precisan la urgencia de los besos. Saboreas el bourbon en mi boca mientras yo muero en el suspiro de la tuya. Y sabremos que el tiempo pasa sin urgencia, buscando la comodidad y provocando el deseo. Esperarás que el disco se acabe para que yo me levante y disfrutarás viéndome andar con el sensual caminar del equilibrio de mis botas de tacón alto. Notaré tus ojos clavados en mi espalda. Y cuando Sinatra vuelva a cantar para nosotros, se nos atropellaran las caricias, los besos y el alcohol ardiendo por nuestras gargantas.
Pero la realidad es que ya se ha hecho de noche, la persiana sigue siendo compás del Rat Pack, Frank sigue regalándome la banda sonora de mi tecleo, invitándome a volar ahora, y la lluvia sigue obstinada resbalando por los cristales. Y yo mientras sigo preguntándome dónde estás ahora...


(A Flora, que me empuja)

martes, 11 de febrero de 2014

EL DESPERTADOR

Sonó el despertador y lo apagó de malas maneras. Lo hubiera tirado contra la pared si no temiera un desconchón o una antiestética raya negra en mitad de la misma. Cómo se podía odiar tanto a un ser inerte.
Al final siempre era igual, incorporarse despacio y buscar la goma del pelo que ya se había vuelto a perder. Recogerse el pelo de cualquier manera y buscar mientras las zapatillas. La de veces que se decía que en las películas siempre estaban perfectamente alineadas al lado de la cama, incontables las ocasiones que se proponía hacerlo. Nunca lo había conseguido. Ni un solo día. Era propósito de primera hora que no llegaba a la noche.
Pasar por el baño. Olvidar poner el agua caliente para lavarse las manos y desechar la idea de hacerlo ya para bajar la hinchazón de los ojos. Hacer a tientas un café. Mordisquear con ganas una tostada.
Es más literario suponer que se come sin ganas, pero ella comía con ganas y más el desayuno. Ni las lágrimas le quitaban el hambre. Bueno, no era cierto, antes las lágrimas no le quitaban el hambre, ahora -sería cosa de la edad- podía pasar sin comer con más facilidad.
Hoy tenía hambre, se analizó, podía comerse todo el pan que quedaba. Despacio, sin prisas, disfrutando y reflexionando. Tostadas con aceite, con mermelada, con jamón de york, más café...pero no podía. La esclavitud de la dieta y de la talla de la ropa era una espada de Damocles pocas veces pregonada.
Ducha, arreglarse y correr. No era vida. En algún momento alguien debería parar el mundo tal y como estaba establecido. Esta vida no era lo que esperaba. Era malvivir. Tampoco podía quejarse demasiado. Luego le reprochaban que era una quejica.
En ese momento le vino a la mente la conversación de la noche anterior. (Bendito internet, cuánto le acompañaba.) Casi pudo sonreír cuando recordó como le afeaban las conductas femeninas. Así, en general, sin paños calientes, le criticaban que las mujeres lanzaban mensajes de amor esperando un hombre perfecto. ¡Sin ser ellas perfectas!
Le dolió, bueno, no fue dolor, fue orgullo herido por el comentario porque ella no era así. Siempre tuvo los pies en la tierra, a veces hundidos en el fango. Tenía claro que estaba llena de defectos y sabía que el amor no era algo etéreo y de cuento de hadas.
Los príncipes azules la mayoría de las veces llevaban un mono de trabajo y en ocasiones, un traje de chaqueta. No habían nacido para complacer a la mujer como a una infantil princesa caprichosa sino para crear juntos una dualidad de apoyo mutuo. Limar defectos, aunar virtudes. Ser feliz sin la estridencia del cinemascope. Y además las mundanales características del sexo, el día a día, la ropa por planchar.
Es cierto que algunas no lo habían entendido y seguían buscando. Lo triste es que a veces hacían mucho daño a su paso. Llegaría el día en el que la sensatez entrara en sus vidas y fueran conscientes de que perdieron trenes que merecía la pena tomar. Puede que luego fuera un viaje divertido o nefasto pero siempre quedaría la experiencia.
Y luego estaban las inmovilistas, las que se habían creído que sólo con subirse a un pedestal a que las observaran era suficiente. También es cierto que había visto a más de uno sucumbir a historias parecidas, incluso ellos mismos las ponían en un pedestal sólo para disfrutar de su joyita. Luego se quejaban de que les faltaba acción...Pero claro, a ver quién era la lista que les hacía ver que la culpa era de ellos.
No era justo que las metieran a todas en el mismo saco, pero en el fondo lo comprendía. Tampoco iba a luchar por hacerles cambiar de idea, ni a los unos, ni a las otras. Eso también lo había aprendido: era inútil. 
En el fondo, era imposible establecer reglas generales, filosofó, generalizar era un defecto y más en estos temas. Pero era inevitable. Al final, siempre nos movíamos en el debe y el haber. En cómo debería ser y cómo lo hacemos. Qué esperamos y qué ofrecemos.
Dejó de sonreír recordando la conversación anterior, dejó de tener pensamientos profundos, apartó de su mente las posibles respuestas que daría a quien le hablara de esas generalidades sobre las mujeres. Se quedó mirando fijamente a su enemigo público número uno. El despertador con sus luces fluorescentes le recordó que de manera irremediable, llegaba tarde a trabajar...

lunes, 10 de febrero de 2014

CABALLEROS

Hoy me quiero solidarizar con el hombre moderno. Es cierto que lo he hecho en  más de una ocasión, pero estoy convencida de que en estos tiempos inciertos-ya, la frase no es mía, ni tan siquiera es original- es el sexo débil. Ruego encarecidamente que no entremos en tipificaciones específicas, es decir, sé que hay luchadores de sumo, violentos ultras, aguerridos esteparios, pero yo me refiero al hombre normal. Bueno, voy a puntualizar, al hombre normal y educado.
No hace tanto todos los hombres pese a su condición humilde tenían una cierta educación y saber estar. Puede que no tuvieran estudios, que trabajaran de sol a sol, que apenas tuvieran tiempo de enamorarse de su maestra, pero sabían estar donde correspondía en determinados momentos. Habrá quien me diga que era miedo o represión, yo no lo creo, pienso que era más bien cuestión de respeto.
No sé si lo he comentado alguna que otra vez, pero de los hombres más educados y cultos que recuerdo en mi vida, por encima de algún Obispo, estaba el charcutero al que íbamos en el Mercado (Plaza de Abastos me suena mucho más bonito, y así se llama). Llevaba toda su vida detrás del mostrador y se jactaba de cortar, de espaldas y a cuchillo, el salchichón en lonchas finitas. Yo nunca lo vi porque ya llegué en la época de las cortadoras de fiambre automáticas pero de lo que nunca presumió era de la educación y el saber estar que tenía. Y sin embargo era excelente. Más mayor, él y yo, cuando ya podía darle el dinero sin ponerme de puntillas, me enteré que era un sabio que además dominaba el Quijote y sus recovecos. A penas estuvo en la escuela: leer, escribir y las cuatro reglas.
El hombre educado de hoy -repito que no tiene que ver con posición económica o social, estudios superiores o zona geográfica- tiene una difícil tarea para constar como un señor y a la vez no herir nuestra independiente sensibilidad femenina.
Por ejemplo, a las mujeres nos gusta el gesto de que nos ayuden a ponernos o a quitarnos el abrigo, sabemos hacerlo solas, es cierto, pero es un gesto de elegancia que agradecemos. También la de que nos presten la chaqueta si hace mucho frío. No pasa nada por abrir la puerta del coche solas, pero si está lloviendo y te sujetan el paraguas mientras la abres para que no te mojes, pues ese caballero gana enteros.
Sin embargo ha habido costumbres que se han tenido que ir desterrando, más que nada por miedo a morir desangrados por mirada letal. Hoy ningún hombre te elige lo que vas a tomar de cena. Puede que el chef sugiera, que te comenten el plato estrella, pero jamás se decide que vas a tomar o cual vino se va a pedir sin una conversación previa, aunque sólo sea "Elige tú que conoces mejor el local".
Como estos ejemplos, muchos, y yo les tengo cierta consideración a los que se esfuerzan por ser unos caballeros y a los que lo traían aprendido de hace años y se intentan poner al día, limando lo obsoleto. No lo reconocerán, pero estoy convencida de que les gusta pensar que son, a diario, caballeros elegantes de chaqué y británicos modales. Porque además saben que un señor que se precie es un derroche de masculinidad.
A mí, en el fondo, y en las formas, me producen cierta ternura...

domingo, 9 de febrero de 2014

MERIENDAS

Querida amiga:
¿Te acuerdas cuando éramos pequeñas? ¿Tienes el sabor aún del último bocado de la merienda? Casi puedo vernos con la boca llena, haciéndonos aspavientos exagerados, citándonos para continuar el juego.
¿Recuerdas aquel día en el que me castigaron y tú estuviste enfrente de mí todo el tiempo? Yo estaba en una silla del pasillo, sentada y en silencio, asumiendo que había contestado algo inadecuado y fue cuando llegaste tú. Mamá te dijo que yo no podía ir a juagar y tú te autoexpulsaste del juego para quedarte a mi lado. Bueno, frente a mí. Jamás tuve una conversación más elocuente sin decir una sola palabra. Nos reíamos con los ojos y vocalizábamos palabras sin sonido. Ahora, con la edad, supongo que mamá lo veía y callaba risueña. Pero qué listas nos creíamos entonces...
¿Y cuándo fuimos solas a comprar ropa? No sé como no nos echaban de las tiendas. No siempre eran grandes tiendas de moda donde coges lo que quieres y vas al probador...volvíamos locas a las dependientas, pobres, sin llevarnos nada. Aún tengo remordimientos, pero en nuestro descargo diré que, por lo menos yo, no tenía mala intención.
Qué importante nos sentimos cuando por fin, pasada la madrugada, fuimos a las fiestas sin vigilancia. Te recuerdo con los ojos muy abiertos, entre el miedo y la expectación. ¿Recuerdas aquel chico que nos preguntó el nombre? Soy incapaz de recordar como se llamaba, apenas su rostro, pero con la emoción a ti se te secó tu propio nombre y yo, siempre tan elocuente, dije el de las dos. Fui consciente de que habíamos dejado de ser niñas, por fin.
¿Qué pasó luego? ¿Cómo avanzó todo tan deprisa? ¿Cuándo el tiempo dejó de contarse por horas de colegio y lápices sin punta? ¿En qué momento los juguetes se cambiaron por los diarios íntimos y los peluches se convirtieron en compañeros a los que abrazar cuando nos sentíamos las "más desgraciadas del mundo"? ¿Dónde están esas noches de estudio y risas? ¿Por qué se fueron las tardes de bizcochos y chocolate?
Nos hemos hecho mayores amiga. Somos nuestras madres y a duras penas nos reconocemos en el espejo. Hacemos dieta, usamos cremas, vamos al gimnasio y no hay  duda, estamos estupendas, pero se nos fue la magia del olor a plastilina, de los primeros besos, de creer que ir de la mano por la calle era una osadía, de hacer apuntes con rotuladores de colores...
Quizás, en el fondo de nuestra mirada o en el dibujo de nuestra sonrisa nos quede parte de la infancia. Confío en eso. A fin de cuentas, amiga, somos lo que fuimos.
Me despido ya querida, ya hablaremos como tantas otras veces, pero hoy he tenido un ataque de nostalgia. Lo más seguro es que necesite merendar.

sábado, 8 de febrero de 2014

DEFRAUDAR

Aunque parece que ya estamos más avanzados, la verdad es que todavía no se habla con normalidad de los sentimientos. Quizás sea que el sentir, como acto íntimo y subjetivo, lleva aparejado cierto grado de incomunicación. Puede que la naturaleza de lo que sentimos sea la del silencio.
Es cierto que hemos superado algunas barreras. A Dios gracias, las mujeres que sufren maltrato van a denunciar, los niños no temen a sus padres y hay amigas (o amigos) que no prejuzgan y saben consolar, sobre todo en tema de amores. Pero hay temas que no se abordan y si se hace es de puntillas. Todos los sentimientos que llevan anudada la vergüenza.
Yo no sé si a los demás también les pasa. Supongo que también podríamos establecer diferenciación entre la teoría y la práctica. Soy una firme defensora de que en teoría todos conocemos cómo quisiéramos ser y cuáles son los valores que nos gustarían que nos adornaran. Otra cosa es que consigamos tenerlos.
Yo, en la teoría y en la práctica, odio defraudar.
Creo que es de las cosas que más me atormentan. Me quita el sueño, me desliza las lágrimas. Saber que alguien espera algo de mí o merece un comportamiento determinado por mi parte, y no ser capaz de hacerlo me desgarra el alma. No me importa que mi inactividad (o error) haya sido queriendo o sin darme cuenta. Me da igual que me haya esforzado, incluso por encima de mis limitaciones personales, si al final no he acertado, me hundo.
Soy consciente de que hay personas que no miran lo que piensan los demás, sé que hay cierta autocomplacencia sobre los actos propios. "Yo he hecho lo que he podido". "Esto es lo que hay, al que no le guste que no mire". "¿Cómo voy a saber lo que quieres si no lo dices?" "Lo hecho, hecho está". Yo reconozco haber caído alguna vez en esto, sobre todo si no afectaban a nadie o yo no les daba importancia. A posteriori, en ocasiones, me di cuenta de que sí que afectaban o que eran importantes, y entonces surge el remordimiento.
Sí, es remordimiento, pesar, angustia, vergüenza...Es una amalgama de sentimientos de culpabilidad y sonrojo interior que me paraliza. Pese a mi mala memoria (selectiva, dicen algunos) esos momentos no los olvido nunca. No es por orgullo malherido, no es por odio a quien me afea o me recrimina con cariño una mala conducta, no es porque me haya molestado una mirada de desencanto...es la horrible losa de haber fallado a quien no lo merecía.
Supongo que a alguno de los que me leéis aquí os habré fallado alguna vez. No tengo excusa. Sólo os pido perdón y gracias por seguir ahí, pese a todo.

viernes, 7 de febrero de 2014

EL MISMO TEMA

Se levantaba temprano para tener la sensación de tener una ajetreada vida laboral, una intensa vida social, una acogedora vida familiar...y a duras penas tenía una vida.
Vivía en una casa tan pequeña que a veces pensaba que para poner otra estantería necesitaría quitar el lavabo y lavarse los dientes en el fregadero. Ella que siempre había sido tan escrupulosa.
Había pensado muchas veces que tuvo que haber un punto de inflexión. Un instante en el que la vida dejó de ser un cuento de hadas y se convirtió en pura (¿puta?) realidad. El problema es que la memoria es más sabia que nosotros mismos y hace olvidar lo que nos daña. A veces. Quisiera tener el mecanismo de desconexión del recuerdo. ¿Por qué era incapaz de recordar lo que comió el jueves pasado y sin embargo se estremecía por aquél último beso? Era mucho más útil recordar su almuerzo por el bien de su dieta y olvidar el calor de otros labios para tranquilizar su alma.
Y ahora que había desayunado, recogido y barrido sus treinta y ocho metros cuadrados, ¿qué hacer?. Miró a su única compañía, su galápago. Tenía una tortuga de agua, la compró un momento estúpido en el que le pareció divertido cuidar de alguien que tenía la posibilidad de esconder la cabeza y desaparecer. Un alter ego hecho ser vivo. Lo que no sabía -ni le explicaron- es que hibernaba. Su compañía la abandonaba casi cinco meses. El día que lo buscó en Internet preocupada por si estaba muerta (estuvo a punto de tirarla a la basura) y descubrió que se desconectaba por el frío tuvo un ataque de risa. ¡Era todo tan apropiado! Por un lado envidiaba a su tortuga "James" más que nunca: evitar el frío y dormir, ¿había algo mejor? y por otro lado pensó que era el colmo de las desdichas: buscar un compañero y que éste tenga excusa biológica para ignorarla, había hombres que sin duda la trataron igual pero sin biología de por medio...
Otra vez el mismo tema. Iba a tener que aprender a vivir sin que los finales de sus pensamientos acabaran siempre en el sexo contrario (¿o contrariado?). Había otras cosas, tenía aficiones, algunas amigas...no había necesidad de tener pareja, no era imprescindible. ¿Es que acaso no sabía estar sola? Era una mujer autosuficiente, inteligente y físicamente estaba bastante bien. ¡Qué tontería esa fijación!
Pero lo cierto, aún a riesgo de escuchar a la voz íntima que silenciaba, es que una vez que has sentido el amor y has sido amada...es como una droga. Lo disfrutas, te eleva, cambia los colores del mundo y quieres que no acabe. Cuando por la circunstancia que sea no hay más, hay que pasar la época del "mono": pensar en sucumbir, llorar, temblar, no dormir, sufrir. Y después queda el tentador recuerdo dulcificado por el paso de tiempo que difumina los malos recuerdos, las resacas de las discusiones, de la desilusión. Y pese a todo y sobre todo quieres que te vuelvan a querer. Pero eso no debe decirse. Es mucho mejor decir que estás mejor sola, que no das explicaciones. Y sin embargo estás deseando que en un abrazo puedas comentar tú día.
Mientras se recogía el pelo sin mirarse al espejo pensó que el día empezaba mal, demasiadas inquietudes profundas para ser tan temprano. Se enredó una larga bufanda al cuello, subió la cremallera de sus botas y de su chaquetón. Miró la bolsa con la cámara de fotos. Había dejado de llover. Era un buen día para hacer fotos. Necesitaba salir y buscar la belleza sana de la naturaleza o la decrépita marabunta de asfalto. Mejor ver las cosas a través del objetivo. Incluso puede que así pudiera observar bien a alguien, hacerlo suyo antes de conocerlo y que fuera el hombre de su vida...
¡¡Otra vez el mismo tema!! ¡Luci por Dios -se dijo- al final va a parecer que tienes un problema!!

jueves, 6 de febrero de 2014

AUTOLIMITACIÓN

Hoy me he preguntado hasta que punto tengo derecho a escribir de mis recuerdos cuando éstos implican a más personas. Me surge una duda moral y de cariño a ciertas personas cuando me pongo delante de esta pantalla y quiero plasmar lo que siento o lo que me ha arañado la memoria al despertar.
¿Dónde está el límite para considerar un momento del pasado sólo tuyo? Una imagen, un sonido, un olor...en principio son nuestros, de eso tan personalísimo que es la memoria, pero ¿qué ocurre cuando dentro de esa parte de nosotros interactúan otras personas que además son fácilmente reconocibles en nuestra vida?
En mi caso reconozco que me gusta que me atice la nostalgia del pasado porque muchos de mis momentos los difuminó la química y un mal tratamiento médico me privó de parte de mí. Sé que soy, como todos, un presente hecho de retazos de ayer pero en mi caso a veces no conozco todos los ingredientes. Por eso, cuando llega algún viejo momento a hacerse novedad en mi presente es como cuando pruebas un plato nuevo e intentas adivinar las especies con las que lo han aderezado y de repente reconoces que está ahí un punto de canela.
No me gusta mirar al pasado más de lo necesario y disfrutando del hoy siempre voy mirando hacia delante pero en días en los que se hace presente el ayer como un espíritu con conexión ouija, con serenidad casi de nonagenaria, me apetece recrearme en mi descubrimiento emocional. Da igual que el recuerdo sea bueno o malo, que me haga llorar o reír hasta las lágrimas, no me importa saber que el desasosiego, la euforia o la angustia que tengo vaya a durar todo el día porque he recuperado una parte de mí.
Entonces es cuando quiero escribirlo, porque es de las pocas cosas que puedo hacer para darle forma y tengo que reconocer que también es porque tengo miedo de volverlo a olvidar. Pero entonces me nace la duda de si al plasmar el momento puedo dañar a alguien o simplemente puedo molestarles por contar lo que también es parte de mí. Es algo que no me gustaría hacer, nunca.
Hasta hoy no he encontrado la respuesta, a veces escribo un cuento con algo muy personal para poder desahogarme y otras lo escribo en el vacío, sí...con sus puntos y sus comas, evitando los adverbios terminados en mente y las locuciones "prohibidas"; sin necesidad de cerrar los ojos escribo líneas y líneas  en el aire y curiosamente cuando lo hago mi  manera de escribir es con estilográfica y en cuaderno...
Aún no se que hacer hoy puede que lo guarde para un mañana pero necesito que la sensación se vuelva palabra.


miércoles, 5 de febrero de 2014

LLUVIA NUEVA

En esta noche que he dormido poco, muy poco, además arreciaba el viento y la lluvia era agua con genio. Aunque se intente evitar, cuando no se puede dormir y la oscuridad te atrapa en la cama se empieza a pensar y es un discurrir distinto a la reflexión diurna. Es una manera intensa y más realista, no tiene por qué ser un pensamiento pesimista aunque a veces es fácil caer en la negatividad.
La persiana tableteaba y en sus incesantes movimientos llegaba a golpear el cristal haciéndole la competencia a las enormes gotas de agua que se lanzaban kamikazes. Parecía que tenía quince años y alguien me tiraba piedrecitas a la ventana para que me asomara, suponiendo por supuesto que yo fuera estadounidense y viviera en una película. Me acordé de la cantidad de películas que he llegado a ver con esa escena y lo que es peor, la de películas que ya ha visto mi hija así. ¿En que momento creció tanto y no me di cuenta? ¿Dónde está mi bebé? Ya se, ya se, es naturaleza, lo normal, pero cada paso que da ella hacia delante es uno que se aleja y es mi niña.
Y entonces recordé que de niña yo no veía tantas películas y que en los días como hoy, de temporal en el Estrecho (no se llamaban entonces ciclogénesis ni explotadas ni por explotar) dejaban de salir los barcos y eché de menos el mar, no suele pasarme, pero me alegro mucho cuando lo tengo cerca. Aunque no lo vea, me gusta saber que está a diez minutos de mis pies. Ahora son muchísimos más pasos. He vivido temporales dentro del barco de Ceuta en el mar, de esos que la maquinaria queda al aire y suena en vacío, en los que los platos de la cafetería caen al suelo y el color de las personas pasa al verde. Incluso una vez, en el último barco antes de "cerrar el puerto" -que es una expresión maravillosa- nos esperaba la Cruz Roja. Embarazada un temporal de ese calado es una experiencia indescriptible sin caer en lo escatológico.
Yo, que fui una niña feliz, cuando soplaba el viento y arreciaba la lluvia me sentía muy desgraciada, me afectaba la climatología tanto como ahora. Y mi casa que era un sueño de techos altísimos (con cuatro salones, cuarto de juegos, cocina inmensa, office, despensa, cuarto de la plancha y además los baños y dormitorios) se prestaba aún más porque crujían las maderas de los enormes balcones y las losetas del suelo parecía que tenían fantasmas ululantes apoyadas en ellas y por el enorme patio interior el aire gritaba nombres entre silbidos atronadores y yo entonces inventaba historias muy tristes y muy lacrimógenas que no escribía en ninguna parte pero me metía tanto en el papel que a veces acababa llorando.
Son otras gotas, es lluvia nueva, viento sin mar, pero sigo siendo a veces la misma niña que se sentaba a imaginar en el temporal aunque ahora sea muchas más veces a recordar.

lunes, 3 de febrero de 2014

RÍO QUEMA

Me acuerdo del día que me lo contó como si fuera hoy, el caso es que no se que ha hecho que lo recordara, pero la estoy viendo...casi una niña aún y me hablaba como una mujer experimentada.
"Hay gente que se enamora en verano y la playa de ellos fue mi Quema, el río Quema, ya sabes...a los quince años...y si supieras lo que he llorado por esos quince años, por esa niña que jugaba a ser mujer en la Hermandad del Rocío de su pueblo, frente a las importantes en la plaza, al final...ese caminito que había que recorrer para ir a la puerta de la casa y un moreno de los de película... un Jorge Mistral.
Yo ya lo había visto, ¿sabes? lo ví un día con alguien que no supe si era su novia o su hermana, estaba afeitándose, como se afeitan los hombres en el Rocío..."niña aguántame el espejo", con la camisa remetida y sacadas las mangas, los tirantes atrás, el pantalón algo abierto que como son tan altos de cintura. Él me vio por primera vez cuando iba a dar una vueltecita más a la Ermita: "niña tomate algo"... "a la vuelta"... "¿eres forastera?"..."Vengo con la Hermandad, le respondí muy orgullosa, a ver si se creía que me había colado"..."del pueblo no eres..." Le sonreí y seguí andando con mis amigas.
Pero en ese momento, lo sentí, supe que la niña se había quedado atrás y ya era una mujer, una de las que se comen el mundo a bocaos y por nada sería capaz de echarse atrás.
Te parecerá una locura, lo fue. Nunca supo mi edad. Yo creo que pensó que yo era más mayor, tampoco lo saqué de su error.
Me dio mi primer vino rociero, ese mosto aljarafeño que me picó la garganta, incluso mi primer whiskey, con seven up (topacio le decían allí). Me dijeron que tenía novia, no lo sé ni me importó, no pienses mal de mí, es que yo no era responsable de eso, es que todo era una nube...me llevó por todo el Rocío de la mano, él no lo sabía pero era la primera vez que me llevaban así y se me ponía la piel de gallina cada vez que me la soltaba y me la volvía a coger. Era tamborilero de una Hermandad de las grandes, una televisión alemana no grabó bailando una sevillana...sexy decía el cámara o algo así porque yo estaba en una nube. Las sevillanas bailadas por alquien que no es tu amiga o tu tío cambian mucho, y me dí cuenta arrastrando esas arenas en la segunda, y llevando las manos al cielo en cada final que él me cogía de la cintura.
Fuimos al Quema, ¿has ido alguna vez durante la romería? nosotros fuimos a ver los restos de lo pasado y me besó y me acarició la cara y no era ni la primera caricia ni el primer beso, pero me supieron a gloria, a hacerme mayor, a sentirme deseada por un hombre, a mucho por descubrir. Al día siguiente vino por mí y volvimos al Quema. Ya a escondidas ¿sabes? yo ya sabía que lo que estaba haciendo no estaba bien, pero no me importaba. Mi padre me hubiera matado, pero allí estaba yo jugando a ser mayor.
El lunes, fuimos a verla salir, me besó y yo me fui y él se fue.
Volví todo el camino con el recuerdo quemándome en los labios, con un frío raro por dentro, con un calor repentino cuando lo pensaba. Y fíjate, sólo tenía quince años y que manera de sentir.
No lo busqué, ni me buscó, será ya todo un señor y no se acordará de mí, pero para mí él me hizo mujer."
Y aunque parezca mentira cuando terminó de contármelo todo dejé de considerarla poco más que una niña, y la ví como la mujer emocionada que aún se le empañaban los ojos cuando recordaba el Quema.