viernes, 16 de mayo de 2014

www.15gotas.com

Hoy es un día emotivo para mí. Disculpadme si las ideas me salen un poco desordenadas. Hoy tecleo a golpe de corazón.
Ayer fue la alegría, la preocupación previa, el trabajo, los nervios, un ataque de estrés que me provocó una jaqueca. Hoy toca la parte sentida y supongo que derramaré alguna lágrima. El exceso de sensibilidad siempre es húmedo. Puede que sólo sean quince gotas, pero caerán. Estoy segura. Permítanme la sensiblería.
A lo largo de mi vida me he mudado muchas veces, motivos familiares y de logística han hecho, que cada cierto tiempo, mi vida se pudiera contar por número de cajas de cartón. Incluso hubo una estanca época en mi juventud adulta en la que lo llegué a echar de menos, se me hacía extraño estar más de tres años en el mismo sitio.
Hoy este blog se muda definitivamente. Es un cambio a mejor -porque los cambios siempre lo son- y espero que vengáis todos conmigo. Nos vamos a un sitio más profesional, más serio, pero a la vez mucho más íntimo, personal y propio. Una casa nueva más elegante.
Entre las virtudes que el buen Dios me dio no estaba la de la paciencia y aún menos la de la destreza informática, menos mal que a cambio de dotó de voluntad y tenacidad; también me dio un don sobrenatural para hacer las mejores lasañas del universo, pero no es el caso que nos ocupa. La cuestión es que después de muchas horas conseguí hacer la mudanza completa. En la nueva casa, como si fueran los libros de las estanterías que llenan las paredes de mi hogar real, están todos los textos que hay en este Blog, también los comentarios que hicisteis y que tanto os agradezco. Pese a que no he podido comprobarlo, supongo que algo se perderá, pero eso siempre pasa en los traslados, esperemos que no sea grave la pérdida.
Me acabo de mudar, la casa está con todas las cajas por medio, limpia y nueva, recién pintada, pero aún no me he hecho a la casa ni al barrio, que es mucho más selecto. Espero que la comunidad WordPress me trate bien. Tened paciencia vosotros, por favor.
Por el camino hemos dejado el Nervocalm porque ya sé que todos sabéis de que son las gotas, he adoptado el nombre de 15 gotas porque es con  el que al final se les han ido conociendo. Es más corto y más fácil de teclear, también es el hashtag con el que tuiteo el enlace un par de veces al día.
Trescientas treinta entradas más tarde cierro esta casa, por ahora quedará aquí en stand by, no sé si desparecerá del todo algún día. Ahora no soy capaz de hacerlo. Ya me cuesta cerrar la puerta, siempre me ha costado abandonar una casa aunque el siguiente paso siempre fuera a mejor. Los recuerdos se vienen conmigo, la ilusión con la que lo abrí sigue intacta, la constancia con la que un día decidí que escribiría a diario perdura, los comentario de ánimo y la fidelidad con la que habéis entrado, espero que no me falten ahora...los necesito más que nunca.
Ayudadme a cerrar que a mí las lágrimas no me dejan atinar con la llave en la cerradura... Nos espera algo mejor, 15 Gotas

jueves, 15 de mayo de 2014

TIEMPO PERDIDO

Le quedó cierto regusto a haber perdido el tiempo. Quizás fuera eso lo que más le molestaba. Podía pensar en otras cosas que iban implícitas en ese devenir de días, pero al final, lo que de verdad le irritaba, es que había sido para nada y que su poco tiempo libre disponible, lo había derrochado de una manera estúpida.
Era cierto que había existido una carga emotiva, esto también le podía incomodar. Por poco que sea y hasta de manera tangencial, molesta entregarse a una persona. Aunque la entrega fuera mínima. No podía hablar de amor, tampoco de amistad. Es difícil etiquetar las relaciones, del tipo que fuesen. Ni siquiera iba a intentarlo. A lo mejor - o a lo peor- sólo fue afecto o una manera de empezar a conocerse. Lo intentaron y no hubo esa conexión interestelar, no nació la chispa que parecía a todas luces que iba a prender. No supieron. Quizás él no quiso. A lo mejor ella tampoco estaba en su mejor momento.
Incluso sin verse, existe la posibilidad de saber si dos personas son polos opuestos o tienen la posibilidad de llegar a ser buenos amigos, a formar una duradera pareja, conocidos eventuales, excelentes amantes. Virtualidades que nos ofrecen una manera nueva de relacionarnos, reflexionó. Pero en algún momento hay que llegar a tenerse frente a frente, razonó, aunque si lo descubres antes te ahorras mucho...Ella ni siquiera había llegado esta vez al paso de tomar un café juntos. Tampoco lo lamentaba.
De todas formas, también sucede cuando no hay virtualidades y los primeros pasos se dan en el mundo real. El acercamiento, la conversación, el conocer unos de otros, es un desgaste emocional. Somos seres sociales, es cierto, pero a veces se necesita un océano de paz, un cordón sanitario de nuevas emociones y personas, un poco de soledad. Y eso es lo que necesitaba ella ahora.
No quería saber nada de conocer gente nueva, a duras penas tenía ganas de hablar con la que ya conocía, incluso se veía incapaz de confesarse con las buenas amigas de toda la vida. No le apetecía hablar, ni por escrito, ni siquiera tenía la necesidad de vaciarse y soltar el lastre que dejaba cada intento fallido.
Hasta con esa pequeña herida aún escociendo quería -necesitaba olvidar. Intentar que el frío que se le colaba en el corazón a cada mala experiencia, no se convirtiera en hielo y la hiciera una mujer fría. Pensar. Desconectar de todo. Y sobre todo, aceptar el tiempo invertido, como usado y no perdido.

miércoles, 14 de mayo de 2014

NATALIA

Iba pedaleando con fuerza. Todas las energías que tenían las intentaba mandar a su tobillo, a sus rodillas o donde fuera que fuese la primera pieza del engranaje que ponía en marcha el movimiento que le hacía avanzar. Tenía tanta prisa que no le importaba llevar la frente brumosa de sudor y esperaba que el desodorante que le había robado a su padre funcionara y el olor no le dejara en evidencia al llegar.
Él vivía en el pueblo, todo el año entre esas cuatro o cinco calles estrechas de casa blancas. Ella venía a pasar los veranos y tenía una casita de madera cerca de la playa, casi encima de la arena estaba su porche. Allí la vio por primera vez y se quedó embobado, parado en mitad de la nada mientras su hermano le gritaba que llegaban tarde, que su madre les iba a regañar y movía sus manos, agitándola en el aire como para hacerle volver en sí. En medio de esos aspavientos casi vuelca el cubo donde llevaba los pulpos que había cogido entre las piedras.
Ella estaba viendo el atardecer acodada en la barandilla. Seguro que había visto más de una película en la que sucedía eso y lo estaba imitando. También pudiera ser que en realidad estuviera reflexiva, sumida en la contemplación de los colores del ocaso que perfilaban el horizonte marítimo. Fuera por la razón que fuera, le quedaba perfecto, y la puesta de sol le hacía juego con sus minishort vaqueros y su camiseta rosa.
En el momento en el que ella salió de su ensoñación, quizás por sentirse observada, y le miró fijamente, él se quedó frío y aún más quieto, ni siquiera respiró. No tuvo capacidad de reacción, podía haber disimulado, no fue capaz. Escuchó entonces a su hermano y salió corriendo. La peor opción.
Esa noche repasó la escena una y otra vez, tuvo ganas de abofetearse por su reacción. Había quedado como un tonto, como el pueblerino que era. Ella, tan elegante y de cuidad, habría pensado que era un palurdo que se asustaba de las mujeres. Las mujeres, ¡ja!, en realidad tenía quince años. Ella tendría más o menos los mismos, pero seguro que estaba mucho más "vivida" que decía su madre. No había mucho más que pensar, se decía, había hecho el ridículo más espantoso.
Al día siguiente se sorprendió de verla sentada sobre las piedras. Tomaba el sol con un vestidito blanco de tirantes anudados. Ellos tenían que ir justo a ese sitio. Su hermano, más pequeño, no se daba cuenta de la situación tan tensa. ¡Niños!. Al verla sólo farfulló algo de qué pesada y de si no había espantado a todos los pulpos. Lo hacía mientras andaba diligente, clavando los talones en la arena. Llegó a la orilla y él seguía retrasado, sin saber que iba a hacer. Su hermano volvió a vociferarle mientras se quitaba la camiseta y fue cuando ella, que miraba hacia el mar, se giró como una diosa, como una sirena con piernas y se dio cuenta de que ellos estaban allí. Sonrió. Era sin duda la sonrisa más bonita del mundo.
Había que tomar una decisión, así que le devolvió la sonrisa con cara de sufrido hermano mayor y se acercó a presentarse. La voz le salió llena de gallos y ella no hizo ninguna broma o mal gesto como solían hacer las niñas del pueblo. Era una señorita, saltaba a la vista. Ella le dijo que se llamaba Natalia. ¡Natalia! No puede haber un nombre más bonito en el universo. Natalia.
Se quitó la camiseta como si fuera un Tarzán y se lanzó al agua con estilo. Era su medio natural, ahí si que tenía las de ganar. Intentó presumir mucho pero los pulpos no estaban poniendo de su parte. También le daba miedo que en una de sus inmersiones, al volver a la superficie a coger aire, ella no estuviera. Pero estaba. Estuvo hasta el final. Eso le dio fuerzas, no iba a negarlo, y se envalentonó tanto que le regaló todos los pulpos que habían cogido, cubo incluido.
Le acompañaron a su casa, con su hermano protestando por lo bajini, y cuando se volvieron a casa montados en sus bicis, él iba flotando. Ni las airados argumentos de su  insistente hermano, ni el miedo a que su madre le pidiera cuentas del cubo, ni siquiera lo tarde que estaban llegando a cenar, le importaba. Sólo tenía un pensamiento, un nombre, una cara, una música en su cabeza: Natalia.
De eso hacía exactamente un mes, tres días y un puñado de horas. Hoy habían quedado para ir al cine de verano. Lo ponían cerca de la playa. No era mucho más que un descampado, una lona y sillas incómodas, pero a ellos les parecía mágico. Se suponía que iban más amigos, una pandilla, pero él era el encargado de recogerla. Eso era todo un lujo y una declaración de intenciones. A lo mejor tenía valor de decirle que le gustaba. Lo llevaba intentando muchos días, pero no conseguía el momento, la ocasión, el arrojo. No quería llegar tarde, por eso pedaleaba con fuerza.
Cuando llamó a la puerta de su casa y le abrió su padre se sintió muy azorado, pero supo resolverlo con relativo silencio, pero cuando la vio bajar con ese vestido de cuadritos amarillos y blancos, tan morena y tan guapa, se le abrieron los ojos de par en par. Le tuvo que cambiar la cara demasiado, no pudo disimular el asombro y el padre de Natalia carraspeó con tal intensidad que él se puso firme, se cuadró como si estuviera en el Ejército. Mientras ella reía y cogía una rebequita, que luego refrescaba.
Con la bicicleta a un lado, caminaban juntos en dirección al cine. Ella charlaba de la película, que ya había visto en la ciudad, pero él no podía articular palabra. Iba extasiado en ella, alucinado con su voz y temblando por todo lo que iba pensando. Igual en la oscuridad podría decirle algo. Tendría que hacer por sentarse a su lado.
Antes de llegar ella le pidió que paran, tenía arena en el zapato. Se apoyó en él. Sintió su mano en su brazo y quiso morir. Entonces tomó aire. Le miró a los ojos y le dijo:
- Me gustas mucho Natalia. ¿Quieres salir conmigo?
- ¡Ya era hora!, contestó ella...
Rieron azorados y se miraron a los ojos. Echaron otra vez a andar. Y llegaron al cine cogidos de la mano. 

martes, 13 de mayo de 2014

DUEÑOS DE LA MORAL

Hay personas que se creen dueños de la moral. La Moral, con mayúsculas. Algo así como los derechos, deberes y sentimientos que deben primar en los humanos. No tiene que ver con conceptos religiosos ni tampoco políticos, puede ser un añadido pero no la razón básica.
Existen personas que creen que o estás con ellas o contra ellas y en este último caso, tus ideas, gustos, forma de ser y manera de vivir está condenada al infierno, al que ellos crean, el de los no-elegidos. Ellos pertenecen a los "Elegidos", que a su vez se eligen ellos mismos por ellos mismos, perdón por el trabalenguas, con un cierto componente endogámico que linda con la estupidez humana.
Estos seres que se creen imbuidos de un don, que parece que han sido tocados por una fuerza supra natural a la que por cierto tutean, no sólo establecen las directrices de la moda, es que también consideran lo que está bien o no pensar. Y pese a caer en la frivolidad, me parecen igual de graves.
Comprendo, no soy alguien tan estricta, que hay momento para la broma y el comentario jocoso. En este país vivimos de la ironía y esto nos hace ser al menos distintos, y para mí, es un rasgo de inteligencia. El problema está cuando las risas pasan a ser verdades veladas y poco tiempo después, agresividad contenida. Y a veces deja de contenerse. Ya me resulta un ataque que otra persona quiera o pretenda imponer su voluntad sobre la mía o la de otros, mucho más si es utilizando la coacción, el miedo o la fuerza.
A su vez, estas personas se tildan de tolerantes, nadie como ellos blandiendo la bandera del respeto a los demás, incluso usan esa frase de "yo tengo un amigo..." a rellenar con lo que sea: gay, que usa faldas cortas, que no tiene estudios, que canta cuando se ducha...lo que ellos consideren censurable, pero que ante la pregunta directa se escabullen como arena entre los dedos.
Existe un grupúsculo aún peor, son los que presumen de ser intransigentes, que supongo que es como presumir de callos en los pies, flatulencia o halitosis. Por mucho que quiero encontrar un lado positivo a la superioridad moral no encuentro nada que me haga verlo como una virtud.
Sé que vivimos en sociedad, entiendo que tiene que haber unas normas para establecer una convivencia normal, pero no puedo asumir que nadie se erija en dueño y señor de otra persona, que decida a quien debe amar, cómo se debe vestir, qué debe votar o el largo de las faldas. Cuidado con las bromas que son traicioneras y acaban yéndose de las manos...

lunes, 12 de mayo de 2014

#BRINGBACKOURGIRLS

He pecado de ingenua. Lo reconozco. Lo digo con cierta vergüenza, no por errar que es humano como todo el mundo sabe, sino porque pensé y confié en la bondad de las personas y parece ser que eso es de estúpidos.
Cuando llegó la noticia de que doscientas niñas habían sido secuestradas pocos medios se hicieron eco, muy pocos. De repente, no sé bien si fue la fuerza de la red, las onegés, los que sí que estuvieron siendo altavoz de estas personas, no sé la razón, pero al cabo de los días la tragedia se hizo voz, se volvió real y entró en juego la Comunidad Internacional.
Entiendo la Comunidad Internacional como un nombre propio que agrupa a personas y entidades con poder y posibilidades. Cuando "tomaron cartas en el asunto", cuando quisieron hacerles caso -por iniciativa propia o por presión popular, da igual- pensé que sería cuestión de días...me equivocaba. He esperado para escribir de estas niñas porque yo quería contar un final feliz. O al menos un final menos trágico o incierto. Los días transcurren, nuestra vida pasa y no hay soluciones.
Hoy, a dos días de que se cumpla un mes de las desapariciones, dice la ONU que actuará de inmediato. No sé si es que su concepto de inmediatez y el mío es distinto. Durante treinta días no quiero ni pensar a lo que habrán sido sometidas esas pobres niñas, si es que no han sido vendidas ya y están aún más difícil de localizar. Las pocas supervivientes que escaparon, cuentan verdaderas aberraciones, quince violaciones al día por niña, treinta días, cuatrocientas cincuenta violaciones. Supongo que no serán tantas porque se aburrirán  ellos o las niñas estarán tan aterradas que no podrán resistir más violencia. Pero sobra todo. Si a nuestras niñas occidentales nos asquea que les hagan fotos, les rocen, les miren de manera extraña, ¿son menos niñas esas que están sufriendo estas barbaridades?
Secuestradas. Violadas. Vendidas. Obligadas a casarse y a "aceptar" los usos, ritos y costumbres islámicas. No sólo son doscientas niñas, es que luego secuestraron a ocho niñas más que estaban tranquilas por su barrio. Doscientas ocho niñas. Doscientas ocho madres. Doscientas ocho familias. Puede que sean más.
"Los hombres reales no compran niñas" "Queremos que nos devuelvan a nuestras niñas" son consignas en la red, fotos y etiquetas que demuestran que hay gente asqueada con este tema. Sé que es cierto que muchos piensan que es la manera de lavarse la conciencia y sé que no sirve para nada con respecto a la liberación de las niñas, pero el segundo hagstag, #BringBackOurGirls, lo crearon las madres y además de haber servido para que esa lenta, obsoleta y caduca Comunidad Internacional tenga que dar explicaciones, es una manera de que esas familias se sientan acompañadas. No están solas.
Recuerdo, hace años, que hubo una catástrofe natural en España, no sé si en Aragón o Extremadura, pero en medio de la desolación fue el Príncipe de Asturias. Yo pensé que era una idiotez, ganas de obligarles a estar pendiente de su seguridad, dejar los trabajos de reconstrucción para atenderle, y todo para que su Alteza se hiciera la foto. Luego, los damnificados decían que se sentían muy reconfortados por su apoyo y porque gracias a él los medios estaban pendiente de su tragedia. Ese día cambió mi idea de estas cosas, no lo olvidé nunca. Por eso yo también utilicé, utilizo hoy, el hagstag.
Boko Haram es una guerrilla, un grupo terrorista fanático religioso, que intenta imponer el Islam (entendido desde la locura más irracional) en una zona de Nigeria que siempre fue laica, con gran número de cristianos. Saben cómo y dónde hacer daño, y deben saber también que nadie mira a Nigeria, y que pueden hacer su voluntad -cruel y despiadada- sin grandes consecuencias. Es intolerable. Por ser niña y querer estudiar, por ser una futura mujer preparada y desde esa libertad elegir una u otra religión (o ninguna) no se puede estar condenada a ser secuestrada, violada y vendida.
Yo todas las mañanas dejo a mis hijas en sus centros de estudio como hacían esas madres, que no son menos madres que yo. En condiciones normales y rutinarias volverán (si Dios quiere) a casa a comer. Hay doscientas ocho niñas que no volvieron. Pensarlo solo un instante da vértigo. Ponerse unos segundos en la piel de alguna de esas madres que saben lo que están haciendo con sus hijas, que no saben si volverán a verlas, que no pueden sentir más dolor, es angustioso.
Por favor que no se nos olviden, ellas no tienen voz, necesitan la nuestra.


domingo, 11 de mayo de 2014

EL INSTANTE (Y V)

Las llaves seguían inertes sobre la mesa, su función no era la de ser pero en este instante tenían un pulso que le hacía parecer que era un ente animado, vivo, capaz de fagocitar otros seres.
Ella intentaba que el momento no fuera tenso y sonreía distendiendo la escena, aunque ella era la única que estaba sufriendo un ataque de pánico. Tenía que reaccionar de alguna manera y no lo estaba logrando. Debía hacer algo, tomar alguna decisión. Los minutos parecían horas de reloj y sin embargo, cualquier observador lejano, neutral y con buena vista, podría decir que en realidad apenas habían pasado treinta o cuarenta respiraciones, que en el caso de ella no eran más de quince. Estaba helada.
Salió de la congelación para sonreír y preguntar: "¿Estás seguro? ¿Qué conlleva esto?" No eran grandes preguntas y no estaba siendo alocada y sentimental, pero ganaba tiempo. Necesitaba pensar y con esta respuesta esperaba un impasse, pero en mitad de su nebulosa mental no acertaba a captar ningún pensamiento coherente. Incluso achinó los ojos, como una miope sin gafas, para conseguir ver bien dentro de ella, pero no servía de nada y mientras tanto, él contestaba: "Nena, claro que estoy seguro, sabes que no hago locuras -normalmente-, y no conlleva más que la confianza que tengo en ti, en nosotros. Es un paso más sin movernos del sitio"
"Todo cambia y nada permanece" que dijo aquel filósofo que jamás se vio en la disyuntiva que se estaba viendo ella. Quisiera ver a Heráclito pasando por el momento de elegir: huir o seguir adelante. Confiar en su reposada reflexión (aunque cobarde) o cambiar de planes vitales en lo que dura el compás del pulso. La filosofía sin sentimientos es fácil, de andar por casa.
Ella suspiró, no sabría decir si de desesperación o de amor, o si en realidad, el amor no es más que la desesperada necesidad de unirte a alguien afín para sentirte querida, cuidada, satisfecha. En sus planes no estaba la maternidad y tampoco se veía como una sacrificada ama de casa, sin embargo era agradable sentirse querida, mimada.
Mientras alargaba la mano para coger las llaves, decisión tomada, recordó el pensamiento y la decisión con la que había abierto esa puerta. Se visualizó escribiendo aquel email descartado. Intentó adivinar qué hubiera pasado si lo hubiera mandado...
Le besó, en ese beso estaba un cambio de vida, de manera de ser, y no le pesaba. Se sentía extraña pero feliz. Empezó a meter las llaves en el llavero de lujo con cierto temblor en las manos. Lo mejor que sabía hacer era no cumplir lo que se proponía.
El instante había cambiado. Ahora tenía uno nuevo, a su lado, arriesgándose a perder, pero deseando ganar.

sábado, 10 de mayo de 2014

EL INSTANTE (IV)

Cuando llegó a la cafetería ya estaba él esperando. Ajeno a sus ideas, sin saber lo que ella quería decirle, recién llegado de un vuelo de horas eternas. Era la imagen viva del jet lag, casi viva. Se le veía cansado y aceptando que la cafeína era el único recurso a mano a falta de almohada. Así visto, a través de la cristalera, provocaba cierta ternura. La ropa arrugada y la incipiente barba sombreándole el rostro, le daba un aspecto taciturno, de hombre derrotado.
Esa ternura empezaba a hacer estragos en su corazón, el mismo que quería abandonar todo y no sin cierta cobardía, huir de un compromiso. Era consciente de que su afán por abandonar la relación era miedo al futuro, pánico a sufrir, no querer arriesgar por miedo a que saliera mal. Nadie te garantiza que una relación vaya a salir mal o bien, tienen sus momentos, a veces terminan, otras no, y en ocasiones es un desastre de proporciones épicas. Tampoco se sabe nunca nada con total certeza, eso era cierto, sin embargo para otras cosas con menos ingredientes sentimentales era mucho más atrevida.
Él la vio y le saludó desde la mesa y ella devolvió afectuosa el saludo y entró en la cafetería. El beso de saludo era de los que no se olvidan. Hay besos de compromiso, de rutina, de pasión encendida, pero este beso era de te he echado de menos. El intercambio de corazones por la boca. Porque ella se dejó llevar y devolvió el beso con la misma intensidad. Se dio cuenta de que sí que lo había echado de menos y que sus besos eran un buen sitio para estar.
Se sintió flaquear. Por escrito era todo más fácil. Despedirse de alguien que te está mirando a los ojos era complicado y mucho más si esos ojos que te miran tienen el cerco violáceo del agotamiento y algo parecido al amor.
Intentaba mantener la conversación mientras se analizaba. Hasta hace una hora estaba todo tremendamente claro. Llevaba días de reflexión. La decisión estaba tomada, era la frase que más se había repetido. No entendía que le estaba sucediendo ahora.
Él le seguía hablando de su trabajo, de las anécdotas del vuelo y de lo pesados que son los controles en los aeropuertos estadounidenses. Ella no se estaba enterando de nada pero asentía y sonreía. Demasiados pensamientos cruzados, algarabía de sentimientos, los ojos puestos en él y el pulso acelerado de desconcierto.
Cuando le trajeron el café el aprovechó para buscar algo en el bolsillo de su chaqueta. "Te traje un regalo". Le alargó una cajita envuelta en rojo. Era larga, estrecha, muy parecida a las de los bolígrafos o estilográficas. "Gracias, yo no tengo nada para ti". Él soltó una carcajada, estaba guapo cuando reía. En realidad todos somos más guapos si reímos. "No es Navidad, el que me he ido de viaje he sido yo". Con una sola frase había destrozado todo el esfuerzo por disimular su doble actuación, la de estar de cuerpo presente con la mente en todas aquellas cosas que pensó en frío y las que ahora sentía. Con lo bien que le estaba saliendo. Para salir del apuro empezó a desenvolver el regalo.
Abrió la caja conteniendo al respiración y había un llavero. Una bonita representación de la parte alta del edificio Chrysler, plata y cristales de Swarovski. Algo demasiado bonito para utilizar, pero lo haría. Era precioso. Le besó con verdadera agradecimiento. Era agradable recibir regalos porque significa que alguien ha pensado en ti.
Él seguía hablando, "este regalo se complementa con esto". Le deslizó un par de llaves por encima de la mesa. El corazón le iba a reventar. No sabía que hacer ni que decir. "Son las de mi casa, no quiero que te sientas presionada, ni obligada, pero quiero que las tengas, necesito que las tengas"...

viernes, 9 de mayo de 2014

EL INSTANTE (III)

Sonaba el teléfono que dormía minutos antes a su lado, en el sillón. Berreaba como un niño insolente encaprichado en una tienda de golosinas. Gritaba sin parar y no cejaba en el intento de hacerse notar y de que lo descolgaran. Bueno, descolgar era antes, cuando la baquelita formaba parte de nuestras vidas en forma de receptor y el chirriar de la rueda acompañaba al giro de muñeca extendida hasta el dedo índice. Ahora debía desplazar su dedo, acariciando la pantalla y ni siquiera ese indirecto gesto de ternura estaba dispuesta a realizar.
Al fin se calló. Se dio cuenta de que sudaba y que se había puesto nerviosa. El corazón le latía fuerte y el sonido de llamada lo tenía clavado en la sien. Tendría que cambiarlo, no podría soportarlo nunca más. Mandaría luego un mensaje y le diría que lo tenía en modo silencio y no lo había visto o que en ese momento estaba ocupada y no le podía contestar. La mentira como recurso escénico. Pánico escénico.
Benditos teléfonos con identificador de llamada. Antes existían dos opciones, ignorar la llamada y quedarte con la intriga de quién había llamado, o arriesgarte a cogerle a un vendedor, a quien odias o a quien estabas esperando desde hacía siglos. La ruleta rusa de la comunicación. Ahora sabes a quien estas dejando de lado.
El teléfono volvió a sonar y volvía a ser él. Estaba intentando posponer lo irremediable, se estaba complicando todo demasiado. No tenía ningún correo electrónico que mandar. Se había puesto demasiado nerviosa para escribir. Y el teléfono seguía vociferante e insistente. Ni siquiera había sido capaz de silenciarlo. Se estaba quedando sin reflejos, estaba dejando de ser ella misma.
Enfurecida por su falta de reacción deslizó el dedo. Contestó con un cierto regusto de agresividad que siempre podía confundirse con la prisa por coger el móvil cuando éste se pone a bucear al fondo del bolso y se esconde por los rincones. "¡Dime!" Era casi una manera de interpelar. Sonó raro. Tampoco se parecía demasiado a su voz.
Él quería tomar  un café y ella no tenía excusas a mano. Tendría que decirle mirándole a los ojos que no quería volver a verle, que no buscaba más en esa relación, que no le gustaba a dónde les dirigían los pasos. Odiaba la confrontación y seguro que pediría explicaciones que no podría darle porque simplemente ella no estaba dispuesta a seguir.
Aceptó el café, poco más de media hora de margen. Le daba tiempo a peinarse, a fumarse un paquete de tabaco y a intentar conseguir que los nervios le dejaran de afectar. No tenía lógica, iba a hacer justo lo que ella quería, de otra manera, pero iba hacia donde ella quería ir. No sabía como lo iba a afrontar. Tendría que improvisar. La decisión estaba tomada, sólo había cambiado la manera en la que comenzar a andar.

jueves, 8 de mayo de 2014

EL INSTANTE (II)

Cuando terminó de escribir la despedida empezó a arrepentirse. No es que dudara de su sentimiento, no se había planteado cambiar de opinión, pero no tenía claro si era el canal adecuado el que había elegido. Lo que ganaba la comodidad lo perdía la epístola.
La escritura era un acto de la subjetividad que se basa en la particularidad del lector. Alguien puede escribir una bella frase que sin el contexto adecuado o sin la predisposición a la bondad ajena, puede leerse casi como un insulto. Los matices del habla se pierden y hay que emplear muchas palabras para concretar un sentimiento.
Al releer el correo electrónico la sensación que le quedó fue la de que era demasiado impersonal y al no tener su entonación, su mirada y la caricia de su voz en su piel, igual lo podía mal interpretar. Era difícil transmitir lo que necesitaba decirle sin quedar brusca. Se le enredaban las ideas y las letras en el teclado al intentar confesarse. Nunca había hecho algo igual por escrito.
Volvió a releerse, por quinta o sexta vez, y le pareció farragoso, enredado, y en cierto momento hasta se odió a sí misma. Plasmada en la pantalla había una mujer cobarde, prepotente y desquiciada. Ella no era así y no sentía nada parecido a lo que su mensaje transmitía.
Lo más seguro es que tuviera que volver a empezar. Debería elegir mejor las palabras, plasmar con más exactitud los sentimientos, valorar no sólo lo que quería decir, si no cómo lo quería decir y de que forma para que quedara medianamente clara su intención sin que resultara ruda y descortés. Empezaba a angustiarse.
En realidad no era una relación tan larga como para tener reproches que lanzarse a la cara, no había lugar para las vulgaridades que florecen desde el rencor, a duras penas hubo disputas y las que hubo, terminaron en bellos y excitantes momentos de pasión. La decisión era clara, seguir hacia algo rutinario, lleno de confort y eternizado en el tiempo, con el riesgo de que empezaran a surgir recuerdos de malos momentos, o huir y guardar en la memoria todo lo bueno que surgió y que tuvieron. Optó por lo segundo y no tenía manera de llevarlo a cabo sin un mal trance.
Quizás él también deseaba que esto acabara. Esta idea la reconfortó. Puede que fuera un escape incluso. No lo parecía, más bien todo lo contrario, pero seguro que él tampoco había notado que ella quería acabar con esa dulce relación. No eran tan descabellado pensar que él también prefería parar ahora que todo era perfecto antes de que degenerara en un funeral sentimental.
Descartó el borrador y comenzó de nuevo. Esperanzada y con las ideas mucho más claras para entregarse a la tarea ingrata de vaciarse en el teclado. Esta vez lo conseguiría. Se recostó ordenando las frases en el aire cuando la distrajo el teléfono.
Era él.

miércoles, 7 de mayo de 2014

EL INSTANTE

Igual si se hubiera dejado llevar, no estaría en el lugar en el que se encontraba. Su racionalidad le hizo subirse un peldaño más arriba en el orgullo. Fue como tabla de salvación, como defensa propia, no como necesidad de ampliar su soberbia. La decisión estuvo meditada, sopesó todas las dudas presentes y futuras, pero una vez tomada, el pensamiento se convirtió en meta y ya nada le podía hacer cambiar.
Solía ser voluble, chispeante y divertida. Adoraba los planes dentro de un orden, odiaba que se los cambiaran, pero de la misma forma evitaba que éstos fueran rígidos como un corsé, ella necesitaba que su agenda (emocional, laboral, o festiva) fuera un vaporoso vestido de lino. Quizás mejor un sinuoso y adaptable vestido de licra. La cuestión es que las tareas y las decisiones le dejaran ser ella misma.
Había pasado ya varios días, horas de soledad reflexiva en las que se dedicó a valorar la decisión que había tomado justo en el momento en el que girándose sobre sus talones supo decir adiós, cuando en realidad quería correr en su dirección y colgarse para siempre de sus besos. No quiso precipitarse, tampoco obcecarse en el sentimiento que había tenido en ese instante.
Valoró y sopesó las distintas alternativas. Podía dejarlo todo igual, acomodar el pensamiento entre los cojines de los sofás de la rutina y hacer como si no hubiera sentido nada. Tenía la opción de discutir esa necesidad de decir hasta siempre mientras el corazón pedía anclarse a su lado, esto lo podía hacer con amigas o con él mismo, y las dos opciones saldrían mal. Las amigas acabarían odiándolo y ella no quería eso, era un buen hombre, y si discutían juntos el recuerdo, que ahora era luminoso, intenso, sobrecogedor y con ciertas capas de cariño, se volvería gris y tormentoso. No quería cruzar la línea del odio. Como todas esas opciones no le hicieron serenarse, empezó a moldear la que sería la decisión tomada, la meta a la que solo le faltaban varios pasos para llegar.
Su falta de memoria le recordaría siempre.
Se sentó frente al ordenador y comenzó a escribir sin rencor, llena de cariño.
"No vas a tener más remedio que soñarme...

martes, 6 de mayo de 2014

DON HILARIÓN Y EL CONTESTADOR

Los tiempos adelantan que es una barbaridad, decía Don Hilarión en la Verbena de la Paloma. Don Hilarión, ese personaje tan castizo que era un listo, se sorprendía de los avances. No quiero ni pensar qué asombro tendría a día de hoy. Me lo imagino, iPhone en mano, a tan "apuesto" galán dedicándose a buscar entre los perfiles de las redes sociales "cuál de las dos les gusta más". No sé que pensarían la morena y la rubia, por mucho que fueran hijas del pueblo Madrid, de los mensajes privados que Don Hilarión escribiría. Me queda la duda de si ellas tendrían twitter, supongo que sí, y decidido esto, si serían educadas y glamurosas  sin faltas de ortografía, o si pertenecerían al chonismo absoluto, el de las de selfies con morritos. Reconozco que aunque vestidas de chulapas no acierto a definirlas, las colocaría en el segundo grupo. Igual lo mío es pura maldad.
Seguro que don Hilarión tendría en su perfil una foto de Fassbender.
Aunque no lo parezca, yo sólo quería sorprenderme de lo rápido que evolucionan las cosas, y Don Hilarión se ha interpuesto en mi camino -algo querrá, igual ha visto mi cuenta de Twitter-.
Hoy en día, retomo la idea primigenia, la de que estamos avanzados, es fácil acceder a nuestra cuenta del banco de manera on line, unas claves (larguísimas), un entorno seguro y puedes realizar cualquier tipo de operación o de consulta. No sé si recordaréis, hace unos quince años, (que no es tanto tiempo), cuando la consulta se hacía de manera telefónica. La marcación te identificaba y una voz metálica y desagradable te daba acceso a unas operaciones muy limitadas, nada que ver con lo de hoy en día. En ocasiones la marcación no iba y entonces se suponía que te reconocía por la voz.  Había que cantar números principalmente. Nada complicado.
La centralita de La Caixa y yo sabemos la de rato que hemos estado juntas. Esa máquina fue mi mejor amiga. Hubo un tiempo en el que hablábamos tanto, (ella me decía "no le he comprendido, repita por favor"), que estuve a punto de hacerla madrina de mi hija mayor.
Parece ser que pese a que mi acento no es excesivamente andaluz y que me esforzaba en pronunciar todas las eses, ces y zetas, aunque no me comía ni aspiraba ninguna letra, sabiendo que mi dicción no tenía que envidiar a los vallisoletanos, no conseguía que me entendiera. Acabé pensando que era una conspiración digna de Cuarto Milenio, un complot por el que querían que los que marcábamos con prefijo de fuera de Cataluña, nos sintiéramos mal y la llamada al 902 se eternizara para aumentar su beneficio...Pensé que era una estrategia para sentirse superiores frente a los que pasábamos minutos creyendo que no sabíamos ni hablar.
Menos mal que les dio por avanzar y por fin me vi libre de la conversación con aquella que yo pensaba que era mi amiga, pero que en realidad me estaba utilizando, usándome para conseguir sus intereses. Ahora sólo tecleo y a veces repito los números en voz alta para darme el gusto. Lo que no tengo tan claro es si Don Hilarión tiene Twitter, por si acaso, voy a mirar...
 

lunes, 5 de mayo de 2014

INSOMNIO Y COLORES

La noche del pánico fue la que vino después de la noche de los suspiros. Si había que ponerle nombre al insomnio es mejor que sean literarios y hasta grandilocuentes. Es la opción de vestir de importancia el común trastorno del sueño. También es cierto que al denominarlas así, se clarificaba de perfectamente lo que sucedió en esas horas de oscuridad.
Cuando llegan esos días en los que los ojos se niegan a cerrarse, y que cuando se cierran, están más abiertos que nunca, las noches son ésas donde la cama se vuelve enemiga, la almohada un saco de arena de los que sirven para entrenarse en el gimnasio y las horas eternas.
La primera noche fue la de los suspiros, la presión en el pecho buscaba un escape, temblaba el aire en los pulmones como tiritando, y se iban hilvanando sin parar y casi sin descanso. Se podría decir que salía más aire del que entraba, a penas podía inspirar. Las lágrimas no salían a borbotones y sólo la pequeña humedad que el lacrimal iba destilando como si fueran gotas de oro, empapaban levemente las pestañas.
La segunda noche fue la del pánico. Se acababa el tiempo. Había tomado la decisión de esperar, y eso conllevaba estas dos noches de ansiedad, pero tras asumir que pronto habría que coger el toro por los cuernos y que desde ese mismo instante, tendría que aceptar lo que viniera, ya no quedaba la opción del suspiro, ya sólo había que intentar contener los nervios. Tarea inútil. Imposible. Sin dormir, sin haber descansado, con la cabeza sin parar de girar como una noria, agotada mentalmente y el cuerpo incapaz de rendirse, con la tensión manteniéndole en pie.
Pero llegó el sol acariciando la piel desde muy temprano y se echó a reír. Ni un segundo más de angustia. No esperaría más. Se acabó el drama. No se iba a permitir caer, ni siquiera tropezar. Era un paso atrás, tampoco iba a engañarse, pero cualquiera sabría a donde le llevaba ese camino, a lo mejor era lo que necesitaba. Ya había tenido duelo suficiente. El mundo seguía girando y no era cuestión de que pasara la vida en un lamento.
Era el día de pintar de colores el gris...

domingo, 4 de mayo de 2014

EXCUSAS

He empezado este post varias veces hoy.
He borrado y descartado unos siete comienzos y habré post puesto unas doce ideas. He mirado la libreta y no he sido capaz de seguir las notas que cojo durante todo el día, en cualquier momento, por extraña que sea la idea y absurdo que sea el instante -me he llegado a salir de la ducha chorreando agua-.
He intentado contar un cuento, algo alegórico, feliz y positivo, lleno de moralejas escondidas, de fe en el ser humano, de alegría de vivir. Intenté ponerme a hablar del día de la madre, de si se echan de menos cuando no están, si a veces somos capaces de entender a las nuestras y si eso cambia cuando eres tú la madre, si es un día más o si en el fondo hay que darle todo el bombo que una madre se merece, aunque se le quiera todo el año.
Me puse a escribir de las noches en las que sueño no viene, como me ha pasado a mi esta oscuridad pasada, y de los días en los que las risas son el anticipo de las lágrimas. He querido contar hasta que punto a veces las redes sociales son mágicas, y por qué hay personas que nunca fallan. Empecé a escribir del orden cosmológico de las personas: el escalafón social, y de los pantalones de flores.
Pero lamento decir que no he sido capaz. No consigo hilar ideas que estén al nivel que deberían, ni me veo capaz de plasmar toda la emoción que tengo hoy aprisionando la caja torácica. La lista de todos los sentimientos que se me agolpan es tan larga que creo que es lo que me tiene bloqueada de cuerpo, alma y mente.
Seguro que me estoy dando demasiado tiempo para oírme y me estoy excusando públicamente de por qué hoy no soy capaz de escribir. Ambas cosas no dicen nada bueno de mí, pero como excusa -otra vez- a lo primero, diré que soy muy poco de compadecerme y escucharme, le pongo fecha de caducidad a los dramas que me arrinconan y no me dejo llevar por la angustia más de unas horas (es que todavía no han pasado). Respecto a lo segundo, no tengo excusa para mi falta de concreción mental, me enfada y me desconcierta que las pequeñas grandes cosas puedan conmigo hasta el punto de no poder cumplir con una obligación que no es tal. Romperé una lanza en favor de mí misma, si es que se puede hacer eso, diciendo que aquí estoy dando la cara por ser tan poco capaz de sobreponerme al cóctel de emociones. No me doy mucho tiempo más, pero pido perdón por no estar aquí contando una historia, un cuento, una vivencia, una tradición.
Mañana ya no habrá más excusas, prometo que no tendré más presión, perdonadme la debilidad.
Sé que sois buenas personas, gracias de antemano.

sábado, 3 de mayo de 2014

UNA NIÑA NORMAL

Infinidad de veces me dicen que no supe ser una niña. En muchas ocasiones, cuando se habla de juegos, de maneras de enfrentar las tardes de merienda, de vivir las mañanas de los domingos y hasta de cómo debe comerse un helado, siempre hay alguien que me dice que no supe ser una niña.
Lo he oído tanto que no tengo ninguna duda de que no fui una niña normal. Bueno que no fui normal, ya que lo de niña al uso está descartado. Ya lo he asumido. En su momento no le di importancia, claro, sabes que perteneces al grupo de los niños, pero no te planteas si además hay que seguir un código de conducta. También depende de si tienes tres, ocho, once años...la infancia es larga y nos empeñamos en resumirla como si fuera un abrir y cerrar de ojos cuando en realidad, a esas edades, los días son años.
No aprendí a montar en bicicleta pese a tener una azul preciosa y brillante escondida detrás de una cortina, no entendía para qué servía jugar con muñecas (sólo les lavaba en el lavabo y después las dejaba reliadas en un toalla abandonadas en el bidé) y no tenía ningún tipo de adoración por las tardes en el parque.
Me gustaba pasear con mi madre, y cuando era muy pequeña hacerme fotos en los fotomatones de cortinillas grises, pardas, sucias. Disfrutaba de ver como el banquito subía y bajaba según girara hacia derecha o izquierda. Me subía, sonreía y corría a ver como salía la tira con mi cara de manera inmediata. Selfie mecánico y rústico aquél que me alucinaba.
Es cierto que hacía facturas y montaba empresas. Podía pasarme horas y horas leyendo, incansable, todo lo que caía en mis manos y pasaba la censura; hubo épocas en mi corta vida en la que la poesía era importante, como lo fueron las leyendas y más tarde el teatro costumbrista español. Es verdad que imaginaba historias hasta vivirlas en el presente inconcreto. No reniego de que no me gustaba el campo, sigue sin gustarme. No es mentira que me daba miedo entrar a oscuras en el cuarto de baño y que estudiaba sin necesidad de que me dijeran que debía hacerlo. Reconozco que dejaba los diarios a medias pero terminaba mis cuentos autobiográficos basados en ensoñaciones, pero yo no sabía que eso no era normal.
Lo que sí reconozco que era muy raro, y no me da vergüenza decirlo, eran las horas que pasaba envolviendo cosas. Cogía un folio y tres cosas, podían ser cualquiera: una libreta, un sacapuntas y una goma, por ejemplo. Usaba todas las combinaciones posibles y las posiciones. A veces usaba fixo, a veces no. Hacía bolsitas de papel o lo envolvía como si fuera el charcutero (lo que me costó aprender ese doblez), otras veces imaginaba que era un regalo...No tenía sentido, ni valía para nada, como un juego cualquiera de esos a los que jugaban los niños normales, bueno, no, que ya lo he aceptado: No fui una niña normal.

viernes, 2 de mayo de 2014

LIBERTAD


Se bloqueó ante la nueva vida, no sabía que hacer con la libertad que estrenaba. Nadie sabía que era un momento diferente y sólo observando con detenimiento se podía llegar a pequeños detalles de postura y comportamiento que no eran los usuales. No había un observador tan detallista, al menos no existía nadie que se fijara tanto en ella, como para saber que estaba estrenando algo más que una mañana.
En el fondo, que es como llamamos a la cara interna de nuestra manera de ser, temblaba. El tiritar subjetivo y profundo no deja rastro a simple vista, pero quien lo siente se tambalea pensando que lo puedan identificar. Un círculo vicioso de autoestima reducida: "no quiero que noten mi inseguridad y esto me hace sentirme insegura y debo disimularlo, y la falta de certeza que me produce saber si he conseguido engañar a los demás hace que la inseguridad se ancle, esa justo que no quiero que noten los demás".
"Vida nueva", se decía. Libertad, se repetía. Había roto las cadenas que le ataban a los pensamientos negativos, a la falta de alegría, al sufrimiento innecesario. No había necesitado ninguna voz que se lo dijera, ni tenía en quien apoyarse si se veía tentada por la comodidad de las cadenas. Los eslabones pueden ser soga de una horca, pero al ajusticiado le puede resultar familiar su tacto, quizás sea su costumbre, ya no se siente extraño soñando con su aspereza.
No quería mirar atrás ni para sentirse orgullosa de la decisión que había tomado. Le daba miedo, en el fondo, reconocerse en el ser gris que nunca quiso ser. Temía que el espejo del ayer le reflejara a una mujer apagada, hundida en la melancolía que la acabó poseyendo. Conocía las causas que le habían llevado a lo que ella misma denominaba "un alma en pena", y ahora, cuando las identificó y las hizo a un lado, no quería que el recuerdo le volviera a hacer sombra en el luminoso sendero que había estrenado.
Respiró hondo y sonrió con descaro al mundo que tenía enfrente. "¡Madre mía, qué de cosas me he perdido!" pensó, tengo que ponerme al día. Igual ya iba entendiendo mejor lo que significaba la íntima y buscada libertad.


jueves, 1 de mayo de 2014

DESORDEN

Hay días en los que toca ordenar el armario, nadie sabe qué mano despreciable lo alborota, y pese a que normalmente las cosas se guardan con cuidado y se cogen con el mismo mimo -quizás alguna mañana de prisas, con menos, pero a penas se nota-, un día miras el ropero y es un campo de batalla que Waterloo se queda en una tarde jugando con los click de Famobil. No sabes como ha ocurrido, pero no puedes evitar volver a colocar todo en su sitio, cuando eres consciente del desastre, ya no se puede disimular. Empiezas la tarea con paciencia y destreza; la labor no es nueva y se puede convertir en algo de trabajo de autómata con cierto don. Esto deja la mente libre. Incluso hay gente que disfruta con ello. Gente rara.
Lo mismo ocurre el día que a traición entra una corriente de aire en el alma que despeja la niebla, arremolina en una esquina la hojarasca y hace ver el desorden que hay. Es el momento que no acepta espera, como frente al desorden del armario, hay que remangarse y ordenar sentimientos. La tarea es ardua, dura y difícil. El sentimiento no es siempre romántico aunque hagamos esa asociación de ideas, hay frustraciones, anhelos truncados, esperanzas rotas, alegrías desbordadas, miedos, incertidumbres...El problema es que mientras se va colocando cada uno en su sitio se suele sufrir, los sentimientos son material delicadísimo, inflamable, a veces tóxico y en ocasiones el simple roce hace que la tormenta se desate. 
Cuando la angustia es demasiado grande, no se puede ni llorar. De la misma manera que se tienen palabras en la punta de la lengua, se notan las lágrimas ahí, en el lagrimal, incapaces de salir porque el conducto está atorado por la ansiedad de un dolor. Es un torrente que quiere y no puede salir. La tormenta que se ha desatado, es seca.
Un daño físico, mental, sentimental, racional, etéreo. La frustración ante el llanto en primera persona. Es difícil reaccionar cuando alguien se pone a llorar, el consuelo es instintivo pero no siempre se tiene claro como ayudar, qué decir, a veces simplemente se abraza al doliente, aunque a veces no se está en distancias tan cortas. Pero qué hacer cuando es un auto consuelo lo que se necesita, cómo ser lágrima y paño de ídem. Imposible. Es entonces cuando queda la lágrima en suspenso. La losa en pecho.
Ante esto, como si de un cólico se tratara, sólo se puede salir expulsando lo que hace daño, es decir, derramando las lágrimas con el riesgo de que no haya nadie para consolarte o para entenderte, y te ahogues en la marea incontenida, o quizás la solución se encuentre en dejar pasar el tiempo y que a base de esperar y aguantar el tirón, la angustia desaparezca, es un proceso largo y hay que ser valiente para aguantar tanto tiempo de tensión emocional.
Como creo que no hay manera de que las cosas no se desordenen porque tienen vida propia, vivo con miedo cada vez que abro mi armario (o mis cajones) e intento tener bien sellada el alma para que no se haga patente el caos que suele reinar. No es que sea ordenada, es que para enfrentarme a ciertas cosas, soy cobarde.



miércoles, 30 de abril de 2014

PASIÓN

El fútbol es pasión, y como tal debe ser entendido. Es cierto que también es un negocio, no puedo quitarle la razón a quien me diga que es cuestión de dinero. Pero todo eso no está fundamentado en unos señores en pantalón corto, sean o no atletas, no se basa en sociedades anónimas deportivas o en acciones de bolsa. El fútbol se basa en un escudo, en una bandera, "Va el Madrid con su bandera" dice el himno del Madrid, como bien recuerda hoy Orfeo Suárez. Una bandera sin patria, porque el fútbol es global. Detrás del escudo de un club hay personas apasionadas y de esa pasión a unos colores nace un negocio. Bueno, no es el primer negocio que se basa en una pasión...
Las pasiones se pueden vivir de muchas maneras. Hay quien prefiere la soledad del paladeador de emociones sin interrupciones ajenas. Es muy normal disfrutar de la pasión en familia, con los amigos de toda la vida. Pasión en casa o en los bares. Pero la vida avanza, el mundo gira, los tiempos se hacen runners y se crea una nueva manera de sentir una pasión, cualquier exaltación, todo tipo de sentimiento apasionado se vive ahora on line.
Reconozco que vía Twitter, permítanme usar el tuiteo, es un placer vivir el fútbol. Al menos mi equipo, el que me entusiasma, el Real Madrid, que tiene tuiteros excelentes, apasionados más allá de cualquier límite presuntamente cuerdo son una compañía bárbara en estas lides. Es vivir una locura colectiva a 140 caracteres por segundo, gritar por escrito un gol, abrazarte sin rozarte, cantar sin voz, aplaudir sin manos. Lo vives con personas que conoces (o no), en la vida virtual o en la criminal, pero esa pasión compartida es inolvidable.
Ayer el Real Madrid pasaba, para gloria del madridismo, a la final de la Copa de Europa. Poco menos de un mes para saber si por fin la ansiada Décima (con mayúsculas porque tiene muchos nombres propios detrás) llega a engordar el currículum del club. Yo no dudo que así será. Llegar es un logro, ganarla, la gloria. Estoy ilusionada, con la ilusión que hablaba ayer. Con la misma que llegué al empezar el partido, sin plantearme en ningún momento que fuéramos a perder. Porque es una pasión y uno no se enfrenta a una relación pensando en el gatillazo.
Al terminar el partido anterior, el de ida, hace una semana, tuve una conversación con dos mocitas madridistas que acabó reflejada -mi primer cameo- en un blog que recomiendo vivamente. Fueron risas basadas en una tensión competitiva que fomentamos y buscamos para vivir con energía el pre partido. Aquí podéis ver hasta que punto la pasión afecta, une, divierte. En esto se basa una pasión, en personas que viven las cosas con intensidad, sin miedo, a puerta gayola. Es madridismo sin red.
Y hoy por la mañana queda la sonrisa. Un neófito, pero brillante, bloguero ayer definía con arte y precisión la resaca, lo que vivimos ahora tras la pasión de ayer, es una resaca sin efectos secundarios. Desde primera hora de la mañana nos buscamos todos, los mismos que celebrábamos hace pocas horas el pase a la final, lo hacemos eufóricos y sin acidez de estómago (bueno, esto todos lo no han conseguido) nos vamos leyendo, comentando, creyéndonos el sueño húmedo...de cerveza y sudor que compartimos anoche. Es una resaca mucho más parecida a la mañana siguiente, la que va después de una noche de amor y sexo con ese chico o chica que tanto admirabas en la distancia. Es de café caliente, risa franca y besos.
Permítanme para terminar, dedicar esta primera (y supongo que última) crónica deportiva, a esos madridistas que anoche fueron compañía de mi pasión en familia. Y a todos los que sin serlo pasaron a darme la enhorabuena. ¡Hala Madrid!


 

martes, 29 de abril de 2014

LA ILUSIÓN

Quiero ir a un sitio.
Lo tengo claro. Es firme el deseo y traslúcida la convicción. Lo llevo pensando varios días, disfruto dándole vueltas a la idea, invento, imagino hasta sentir mi piel erizada. Estoy segura de que lo voy a conseguir, porque soy tozuda y tengo algo de caprichosa higness.
Las cosas para que sucedan, sean las que sean, y lo hagan con plenitud y absoluto disfrute deben conocerse desde antes de que se den. Sí, la espontaneidad está muy bien, pero está sobrevalorada. Hay un inequívoco placer en preparar las cosas, los preliminares de un viaje, de una cita, de unas compras...
Encuentro placer incluso en el momento en el que venciendo a la pereza, la que en ocasiones anida en mí,  comienzo a prepararme un café. El café para mí es manjar de dioses, no sé que sería mi vida sin él. Me enfrento a la cafetera como un alquimista, como un destilador de alcohol ilegal. Repito mecánicamente los pasos pero siendo consciente de mis movimientos. Voy paladeando el sabor mientras huelo los granos molidos al caer,  siento en mi boca un sabor que aún no está, anticipándome. Vuelco el agua, esperando impaciente que se convierta en placer de ébano. Y al poco tiempo, su aroma extendido por toda la casa me va preparando para el fin último. Elijo la taza con cuidado, cada estado de ánimo se merece un recipiente distinto, y por fin sirvo el café. Lo cierto es que pienso todo eso la mayoría de las veces y el resultado, una vez estoy sentada con mi taza en la mano, es el doble de placer. Cada sorbo ha sido previamente disfrutado en la espera. Es un café con preaviso.
Existe la ilusión. Entre todas las cosas que se fomentan, poco se habla de la ilusión. El estado de enajenación mental que ensancha el alma y la llena de suspiros de placer. Las ganas de bailar en soledad incluso derramando alguna lágrima. El cosquilleo clavado en la boca del estómago. La sonrisa indiscreta, que se deja ver hasta en los momentos menos adecuados. Los ojos brillando y la luz en el rostro. Las irresistibles ganas. Querer que avance el tiempo y a la vez disfrutar de todo lo que conllevan esas vísperas. La ilusión como bandera. La ilusión como forma de vivir.
No tiene que ser por algo nuevo, puede ser por un reencuentro, por un  pequeño capricho o por algo inmenso. La cuestión está en disfrutarlo y llenarse de ilusión consciente y cuando llegue el momento, no haya nada que interrumpa el instante de bebérselo a tragos grandes porque esa es la única manera de que, pasado el tiempo, el recuerdo sea casi una evocación literal, una realidad etérea, un volver a sentir...ilusión.

lunes, 28 de abril de 2014

EL LIBRO GORDO

El otro día tenía una conversación sesuda, bueno, más que sesuda una conversación con una persona inteligente, que eso es mucho más de lo que se puede llegar a esperar en según que momentos. Empiezo a valorarlo cada vez más.
Reconozco haber sufrido verdaderos ataques de pánico cuando veía que era imposible que ciertas personas no sólo fueran poco dotadas de actividad lógica neuronal, que eso puede ser en parte herencia genética, si no que además presumían de ello. Vanagloriarse de ser inculto es un mal endémico en nuestra sociedad. Como ejemplo una anécdota en la que no estoy orgullosa de mi comportamiento y pese a que han pasado ya quince años, aún tengo el regusto de haber sido poco elegante y comprensiva.
Por las rarezas que tiene la vida, las casualidades, quién sabe qué, yo estaba en una cocina que no era la mía sacando viandas de bolsas verdes, todas ellas compradas en un mercado angustioso y sudado. Soñaba con irme a la ducha y volver a tener una sensación de higiene que había dejado de sentir desde que entré en esa plaza de abastos. Antes de hacerlo, para que no quedara vestigio alguno de tan angustiosa batalla en mi cuerpo serrano, me puse a colocar la compra, iba buscándole acomodo a frutas, carnes y verduras - el pescado al fregadero, que había que limpiarlo- y mientras acometía con celeridad mis tareas, con la mente puesta en agua hirviendo como medio de desinfección, charlaba con un mujer. Quizás mujer le quedaba grande, era una muchacha. Yo tenía por aquel entonces veintidós años y ella creo que dieciocho. Yo acababa de terminar la carrera y ella iba teñida de un rubio oxigenado que daba mucho miedo. Me preguntaba cómo era eso de estudiar, para qué servía, por qué lo había hecho, y yo echaba balones fuera incapaz de contestar sobre el sentido de mi vida y los pasos dados. Fue entonces cuando me dijo una de las frases más rotundas que he oído en mi vida: "Yo es que no leo libros porque no entiendo las palabras". Sería la edad, el calor, el sentir pegajoso aún en mi ser, o mi falta de tacto, pero le contesté: "Existe un libro que es más gordo que los demás que se llama diccionario y ahí vienen el significado de las palabras". Ella siguió sonriendo, no había entendido nada.
Pues el otro día, mientras tenía esa conversación, recordé ese instante de mi vida y cuando, años más tarde, todo era aún peor, y lo que me llegaba del exterior eran programas de adolescentes iracundos, de talk shows mediocres, de disección de la prensa rosa, de realitys que se auto fagocitaban en programas de "debate" soeces, a gritos, mal guionizados, impostados y vulgares, una hecatombe. Pero entonces me topé con vía de escape on line. Fue entonces cuando descubrí que puede que sean pocos, pero son valientes, aguerridos y cultos. Que todavía hay grupos de personas de las que aprender y disfrutar de su conversación, y que aún queda un sector que entiende las palabras y que si no entiende alguna, no sufre nada por mirar en el libro gordo.

sábado, 26 de abril de 2014

"SUMMERTIME" (+18)

Sonaba "Summertime" en la voz de Aretha y Louis. Lo hacía tras invocar el constante girar de un ondulado disco sometido al yugo de la aguja. Laceración superficial, arañazo en forma de caricia cuasi auto inducida que le hacía hablar. Sonido envolvente de tocadiscos antiguo que en algún momento fue la última moda, hoy sobre una inestable mesa desvencijada, era el mejor complemento para la habitación pequeña, blanca, descalichada. Paralela a un lejano techo, una cama de sábanas húmedas y deshechas. Cabecero de hierro oxidado ya. Persianas subidas. Ventanas abiertas. Calor de tarde de julio. Siesta de sueños concretos, de realidad etérea. 
Sonaba "Summertime" al compás de sus caderas. Ella, felina, lenta, carnal, entraba en un estado de trance musical en el que la sensualidad era un efecto secundario. Cualidad innata. No contaba -ahora- su acompañante, no importaba nadie más, era algo entre la música y su alma, entre la trompeta y su cuerpo. Ojos cerrados, boca entre abierta y la piel predispuesta a sentir el cosquilleo de la emoción que acaba con la epidermis erizándose. Movimientos suaves, sin ningún tipo de violencia o fuerza. Su melena recorriendo la espalda, ni siquiera ésta estaba inerte, aunque no se movía, también sus cabellos tenían vida y desprendían el arrebatador y hormonal placer sexual. Su desnudez hacía brillar el sudor en su piel y los latidos de su corazón se veían palpitar en su cuello, justo donde hacía unos minutos la cubrían de besos y mordiscos de vampirismo erótico.
Las cadenciosas aspas de un ventilador de techo palmeaban el aire buscando ser ayuda en la lid, tarea ímproba e inútil, el verano estaba demostrando esa tarde, todo su poder. El calor espeso complicaba el jadeo y se asemejaba más a las últimas boqueadas de un pez fondeado en tierra firme, aun así los amantes no cesaron, hasta ahora, que sonaba "Summertime.
Él, al sonar la canción, asumió ser un espectador, y el sólo hecho de ser parte de la escena, viéndola desde fuera arrebolada y voluptuosa, era suficiente erotismo. La contemplaba extasiado, excitado y la sentía más mujer. Desde su posición, el vouyerismo participativo le producía un inmenso placer, más que los embistes resultadistas que pudiera imaginar. Si pensaba en que estaba siendo utilizado por esa elegante leona, pudiera ser que la sensación no dejara de mejorar.
La canción iba llegando a su fin, al sonar los últimos compases ella fue abriendo los ojos, volviendo a tener consciencia de la realidad que le rodeaba, clavó su mirada en él y cerró la enreabierta boca en una sonrisa displicente. Agradecida y al mismo tiempo advirtiéndole que le había dejado pertenecer a ese íntimo momento, y que debía aceptarlo como un regalo. No viviría nada igual hasta que volviera a sonar "Summertime"


ERUDICIÓN EN EL LIMBO

Parto de la base de que asumir la imperfección inherente al ser humano no es una pátina de falsa humildad.  Tampoco soy la mujer con la autoestima más férrea del planeta, ni del país, ni siquiera de mi edificio. Asumo con total tranquilidad, mi incapacidad en varios temas, bien porque soy una ignorante en la acotada materia o porque mi memoria, frágil y descortés, se dedica a emborronar mi conocimiento. Cierto es que mi tozudez es mi peor enemiga y que las prisas, a veces, me han jugado más malas pasadas que mi incultura. Admito que la incultura es una gradación intelectual y que va desde el analfabetismo hasta el desasosiego de quien quiere comprender todas los enigmas que se va encontrando a lo largo de la vida. "Sólo sé que no sé nada", no es nada original lo que digo.
La memoria, esa gran desconocida para mí, es la base de la erudición. Es una teoría personal, lo sé, pero tengo argumentos y experiencia para rebatirla, florete en mano - En Garde!-. Por mucho que haya leído, conocido y absorbido de fuentes diversas, por mucho tiempo que desde la infancia haya dedicado a aprender, sin la suficiente retentiva, los conceptos quedan en un limbo intelectual imposible de rescatar. Si de cada lectura, con el paso del tiempo, sólo he absorbido el diez por ciento de lo estudiado, lo que queda como poso de sapiencia, es un porcentaje irrisorio. Si no fuera por el placer que me produce mientras se da el proceso de aprendizaje, lo mejor sería bajar los brazos y darme por vencida.
Me estoy leyendo un libro ahora que me han recomendado. Doscientas páginas que  me van demostrando línea a línea mi incultura y que me abren los ojos sobre lo imperfecta que puedo llegar a ser. Y menos mal que no es un libro de auto ayuda, estaría acabada. Sin embargo, en contra de sentirme desahuciada del mundo del conocimiento, me siento espoleada cual yegua en la soledad de la orilla, al borde del mar, en un ocaso de invierno. (Licencia literaria)
Me dijeron que era un libro imprescindible, y lo suscribo. Me dijeron que lo desmenuzara e interiorizara, que lo hiciera mío sin aportar casi nada de mí. Es decir, que dejara de lado mi tozudez, mis excusas, mis vitales páginas escritas y cual pen drive en blanco, me dedicara a aprender. En contra de mi sentir usual, no me revolví como una anguila, acepté el consejo (orden) y en ello estoy.
Estoy leyendo con una fe animal en quien me lo recomendó, obedeciendo como si me estuvieran lanzando la pelota o me mandaran a sentarme  tras un "¡sit!" enérgico. También lo hago con disciplina cuasi militar, la aprendida en el colegio (Deo gratia), la que me hacía tener apuntes perfectos, y durante una época, llenos de colores. La constancia también presente, la que fuerza la voluntad dispersa y procrastinadora, la misma que puedo llegar a utilizar para someterme a un régimen alimenticio o a una rutina gimnástica.
Lo que me está costando más es subrayar y hacer pequeñas anotaciones. Me suponía -supone- un acto contra mi voluntad. Me he visto en una lucha titánica entre mis valores frente a los libros y obedecer a quien me ha recomendado que lo hiciera. Mi sentimiento de estar violando la invulnerabilidad del escritor (escritores) del texto, de mancillar las elegantes páginas impresas, y aceptar el consejo recibido de alguien en quien tengo confianza suficiente como para darle la razón. Finalmente, para tranquilizar a mi conciencia y no considerarme una delincuente, he aceptado que este libro es un libro de texto y así puedo subrayar sin sentirme culpable. En lápiz, por supuesto.
Las anotaciones son otro tema, casi no me acuerdo de como se escribía, de como eran esas pequeñas flechitas que dirigían a hormiguitas que incansables y trabajadoras, ayudan a comprender o ampliar el texto. Reconozco, sin exageración alguna, que me temblaron las manos al anotar por primera vez, se removían recuerdos, tardes de estudio, se fueron años de mi vida, me sentí niña.
El libro no lo he terminado, voy lenta y paro a paladear lo aprendido, en un intento (¿estéril?) de que se fije más de un diez por ciento en mi desgraciada memoria. Poco más de la cuarta parte ha sido suficiente para esta reflexión. Quizás cuando lo termine vuelva a contaros dónde me han llevado los autores... si soy capaz.

viernes, 25 de abril de 2014

EL CALOR Y LAS MEDIAS

Cuando era pequeña, a los cuatro o cinco años, había muchas cosas que no entendía, y otras que me parecían incomprensibles. Sin más. Pasaba cierto tiempo esforzándome en saber las razones, investigaba y en ocasiones preguntaba, pero si después de tan ímprobo esfuerzo, no tenía una satisfactoria respuesta, abandonaba la duda y la archivaba en el capítulo de lo incomprensible, ese que está justo al lado del ya lo entenderé. Es cierto que sucumbía a ignorancia, no lo vestiría de desidia, a duras penas mediría un metro -supongo- y esa es una palabra muy grande, era la aceptación de las limitaciones por edad. Estaba el mundo de los mayores, y estaba mi mundo.
Era una niña curiosa, con necesidad de saber, pero a la vez con una timidez parcial que podía confundirse con orgullo. No es que me negara a consultar a los demás las cosas que no comprendía, es que me daba vergüenza que supieran que a mi edad aún no sabía de lo que me estaban hablando. Esto me sucedía incluso con la familia. Es el precio a pagar por estar entre abultados coeficientes intelectuales.
Había muchas cosas difíciles para mí, incluso había cosas que siguen siendo un misterio para mí, a los treinta y ocho años, pero sobre todo, había algo mágico en las medias. Formaba parte de mi capítulo especial de rarezas. Quizás era de lo más normal para otras niñas, pero a mí me resultaban fascinantes. No estaba la diferenciación entre medias y panty. Entre ligas, ligueros y "enterizas", que se decía en mi pueblo. A mí lo que me sorprendía más que nada era que no se rompieran.
Las medias, usaré el genérico aunque eran panty las que usaba mi madre, eran tan finas, tan sutiles, tan suavitas que me parecía imposible que no estuvieran llena de agujeros, de carreras. Como no pensarlo si a mí se me hacían hasta en los leotardos. Y cuando se lavaban, no se rompían tampoco y quedaban tendidas en el cordel, entonces era como media persona al viento. Se veían esos pies planeando entre el levante y era como un espectro de sensualidad y glamour.
A mí me gustaba cuando mi madre decía que se ponía las medias porque ya hacía frío. Yo le miraba las piernas, miraba mis pantalones de pana o mis leotardos, y no podía comprender que esa prenda que era como una tela de araña, le quitara el frío. Era imposible que aquello abrigara. Tampoco comprendía cuando llegaba el día en el que se las quitaba porque ya picaban y daban mucho calor. Si no debían ni sentirse en la piel, pensaba.
Hace unos años, no demasiados, me descubrí diciendo que ya hacía calor para llevar medias. Me quedé sentada en el filo de mi cama, mirando mis pies posados en el suelo. Aceptando mi edad, con las medias que acababa de quitarme en las manos, recordando todas mis dudas infantiles. Entonces sonreí, por fin lo había entendido.
  

jueves, 24 de abril de 2014

EL DÍA QUE NO FUI FELIZ

Hoy, que es ayer, o algún día bailando en el taco del calendario, tocaba ser feliz. Era uno de esos días, un día en los que vence el sol, de una manera metafórica y real. Viento de cara para ser o tener, una jornada pletórica. Es el día que comienza con la mañana que viene después uno intenso, si por intensidad se sobrentienden altibajos emocionales.
Aclaro. Tener altibajos emocionales no implica ser una persona desequilibrada, en principio. No es imperioso buscar entre lágrimas unos besos en el fondo de un vaso de bourbon o entre las burbujas -o los cien condimentos- de un gintonic de moda. Tampoco es necesario que se den escenas vergonzosas como de premio de la lotería nacional a dos días de la Navidad: jolgorio y cava en vaso de plástico. Por supuesto no es obligatorio que se den las dos emociones a la vez. Es simple. La montaña rusa la van marcando los sucesos. Hay días planos en los que se navega por una balsa de aceite, incluso puede que en algún momento surja el suspiro por algo más intenso. En otros, se suceden los acontecimientos sin descanso, buenas y malas noticias, grandes alegrías tras encajar un golpe bajo con una sonrisa, y viceversa. Tensión emocional y emotiva.
El día después de un día agitado, se merece un balsámico pasar de horas entre sonrisas. Era preciso -y precioso, no por el juego de palabras, sino por el resumen que existe en ese leve gesto en los labios- y sobre todo, muy necesario que el amanecer trajera serenidad al pulso y a la presión arterial. Y lo trajo. Además lo unió a buenas noticias, pues de forma indirecta bailaba la felicidad a mi alrededor porque la gente que me rodeaba estaba llena de risas y de alegrías esperadas.
Todo era una danza proclive a la felicidad, sin embargo se me llenaban los ojos de lágrimas, de desesperación y de miedo. O quizás eran otras emociones que no sabía descifrar. A ratos reconozco que sentí algo parecido a la dicha pero cuando se intenta disfrutar con un poso de presión torácica, es misión imposible.
Siguiendo un símil imposible, tenía un día de Bitter: enérgico, rosa, vistoso y con cierto toque de sofisticación vintage y sin embargo, en el mismo recipiente cabía la amargura y el ácido. Amargura sin autocomplacencia por el sentimiento, angustia arraigada en la sequedad de Mojave. La cuestión es que no sabía por qué estaba bebiendo un Bitter si yo siempre fui de cocacola, ni por qué paseaba por desiertos si el día era bucólico, cuasi pastoril, o lo que es lo mismo, no encontraba una razón de peso para sentirme así.
Han pasado más días de calendario o quizás no, que el tiempo en mi alma es relativo, y sigo sin comprender el motivo por el que aquel día no fui feliz. 

miércoles, 23 de abril de 2014

INQUIETANTE

Podía haber pasado o quizás no. Sucedió, pero hubiera sido más bonito imaginarlo. El sueño prevaleciendo sobre la realidad mágica, sobre lo extraño e inesperado. Preferir dudar de si era cierto, jugando con las opciones, o anhelarlo con necesidad de que sucediera. Pero la certeza de lo real fue el mazazo a la ilusión no buscada.
Cuenta la leyenda que en las grandes ciudades las personas no se miran y nunca se hablan salvo que sea para pedir paso en el metro o insultar en los atascos. Dicen, porque siempre son otros los que dicen, que a veces viven grandes reptiles y que la niña de la curva tuvo que irse al bosque porque tenía seria competencia en el sector de los ectoplasmas.
Pero yo salía de un aburrido y céntrico edificio de oficinas porque la nicotina tenía que empezar a hacer efecto en mi desconsolada tarde y mientras lamentaba haber cogido la chaqueta porque en ese instante el sol me hacía brillar mi nuevo color de pelo y el calor apretaba, prendí mi cigarro. La crueldad a la que nos someten a los fumadores no me importaba en este instante, necesitaba respirar aire con humo y notar el viento contaminado de ciudad, para sentirme libre. Paradojas de la civilización.
La presión estaba acabando con mis nervios. Me negaba a torcer el gesto, a que me notaran derrotada, pero en este instante de soledad acompañada por el mundo urbanita, el que no habla ni hace caso, las piernas me empezaban a temblar.
Respiré hondo mientras le daba una eterna calada al cigarro e hice lo que hacemos todos, jugar con el móvil. Esa manera de sentir un abrazo, una conversación o una risa sin moverte del sitio. Ese instante en el que distraes la mente con sesudas sentencias o alegres trivialidades, no importa en realidad, pero al menos queda la etérea compañía y el dique no se derrumba ante la avalancha de lágrimas.
Miraba hacia abajo para que el sol me dejara ver la pantalla. Y entonces vi unos zapatos de hombre, grandes, limpios y negros. Seguí la vista hacia arriba porque me estaba hablando. Un hombre de mi edad, con una impoluta camisa blanca, de firma, perfectamente planchada, con un par de dobleces en las mangas. Reloj bonito. Una tez dorada por el sol. El pelo ligeramente largo. Sonreía. Va a preguntarme por alguna oficina, pensé.
- Perdona
Sonreí.
- Te perdono.
Sonrió
- Me siento mucho mejor
Más sonrisas
- Quería decirte que tienes una piernas preciosas, pero he cambiado de opinión.
Me estaba desconcertando mucho.
- Ahora que has levantado la cara, y perdona la osadía, he de decirte que tus piernas son preciosas, pero ni punto de comparación con lo guapa que eres.
Sonrisa y desconcierto
- Muchas gracias.
- ¿Estás esperando a alguien? ¿Puedo invitarte a un café? ¿Te acerco a algún sitio?
- Vuelvo al trabajo, gracias. Eres muy amable.
- El próximo día que te vea, y haré por verte, espero tener más suerte...
Sonreí y me di la vuelta camino de la puerta del edificio. La autoestima reforzada, pero no lo suficiente para no demostrar un cierto temblor por saberme observada.
No dejaba de ser inquietante, pero el humor me había cambiado. Radicalmente. Quería dejarlo en un sueño para darle más finales, tendría que esperar. 

martes, 22 de abril de 2014

NIEBLA

Hubo un día en el que la niebla se paseó por la copa de los árboles y la sonrisa de las niñas se llenó de gotitas de condensación acuífera.
Ese día en el que las madres aprovechaban para derramar alguna lágrima, que era lo que tenían guardado en el alma. Porque las madres no lloran, sólo tienen la humedad de la niebla en la cara.
También era el momento en el que los dragones se paseaban ufanos, dejando atrás su cueva. Los niños, entonces, se acercaban a ver brillar sus escamas, sabiendo como sabían que con tanta agua suspendida en el ambiente nada debían temer.
Los charcos y la ciénaga jugaban al escondite y reían en silencio (ambos son muy tímidos) cuando algún despistado transeúnte acababa con los pies mojados o sumergidos en barro. Eran, en el fondo, unos traviesos.
Los mayores auguraban una tarde de paseo al sol. No siempre sucedía, pero les quedaba el consuelo de soñar con calentar sus huesos bajo el astro rey.
Pero ahora la niebla quería convertirse en lluvia incesante y el dragón resopló humo en vaho, y las niñas dejaron de sonreír y corrieron junto a los niños con los pelos mojados pegados a nos mofletes, y los ancianos suspiraron por haber perdido el sol, y los charcos y la ciénaga se hicieron más grandes, más adultos y las madres a las que la pena les cortaba el aliento, salieron a la calle a llorar sin disimulo con la ácida sensación del dolor oculto.

lunes, 21 de abril de 2014

HOME SWEET HOME

Volver a casa es abrir las ventanas y evitar encender las luces. Es sentir la mullida sensación de que todo está como debe, y ni las maletas por medio pueden romper el orden íntimo que dan las cosas cotidianas. No es que yo sea de esas personas que dicen que como en casa en ningún sitio, no, porque disfruto mucho de salir de la rutina, cambiar el aire que se respira es siempre para mejor. Pero volver hace que el cosmos se alineé y pese a las lavadoras por poner, en el fondo sonrío.
Llegar a la rutina puede dar un escalofrío de placer o de pavor, según el tiempo de descanso, yo reconozco que he sentido pavor al sonar el despertador, incrédula y taquicárdica a duras penas me he ubicado y he conseguido unir un pensamiento, las neuronas perezosas han logrado de mí la acción de poner los pies en el suelo. Estaba frío. Los párpados se me han desplegado con tal fuerza que creo que se han dado la vuelta un par de veces.
No hay duda de que he contado los diez días que quedan para el siguiente festivo y le he explicado a las niñas que en dos meses justos tendremos por fin las vacaciones de verano, y la playa que estos días se tiñó de gris cuando podíamos ir, y de sol cuando los compromisos nos lo impedían, serán un lujo diario. Y ante la espera pronto llegarán los días de la piscina. Llegarán si las nubes se van. Cerré la puerta de mi casa en un día de primavera que coqueteaba con el verano y al volver es otoño profundo. Un otoño de rayos, truenos y centellas, como en los tebeos.
Pero aunque la lluvia haga por ponerme de malas con el universo, queda la sensación de felicidad en el paladar, de haber pasado unos días intensos y especiales. Días de familia, celebración y amigos. De reír mucho y olvidar la dieta -hasta esta mañana-. Momentos irrepetibles. Así empezar de nuevo es más fácil, se tienen más ganas y un cansancio físico que estimula el mental.
Así que ya estoy de vuelta, con las maletas deshechas y las ganas de seguir. Si algún día faltan las gotas, no me lo tengáis en cuenta. Que aunque no las escriba, las estoy pensando.


miércoles, 16 de abril de 2014

PARÓN

Llegan cuatro días festivos y me he pensado mucho que hacer. Tomar unas vacaciones o seguir escribiendo a diario, como he estado haciendo este último tiempo. Escribir dos días y descansar otros dos. Por una lado no quería perder la continuidad del blog porque sé que cada vez que hago un parón luego cuesta volver a recordar que estoy aquí. Hay infinidad de blogs, muchos post, cientos artículos de periódicos y poco tiempo. Entiendo que es un acto de buena voluntad pasar a diario por aquí.
Pero como ya he contado en otras ocasiones, lo cierto es que escribo porque lo necesito. Contar o imaginar sucesos, dar mi opinión o inventar un cuento, forma parte de los mínimos que necesito para estar bien y ser moderadamente feliz. Así que aunque lo que más me gusta es la retroalimentación que hacéis de lo que escribo, ya sea por los comentarios aquí o por el twitter, comprendo que en el fondo yo seguiría escribiendo igual. La diferencia está en que no sería igual de divertido o de estimulante. Muchas veces sois vosotros mismos los que me proporcionáis los temas o la continuidad de una saga. Y me encanta.
He decidido parar asumiendo las consecuencias. Aún así estos cuatro días lo voy a pasar descansando, y vosotros de mí. Voy a llenarme de ideas, de mimos familiares, de "aventuras" y de sensaciones, para tener muchas mas cosas que contar. Abriré los ojos grandes al mundo y espero que el mundo entre en mí hasta por la epidermis. La famosa libreta me acompañará.
Espero que disfrutéis mucho de estos días, no sé si contáis como yo los días que quedan para el verano, pero esto es un adelanto bastante suculento. Que cada uno donde esté, en la medida de sus posibilidades, lo pase bien o descanse, incluso las dos cosas a la vez.
El lunes de pascua volveré aquí, como siempre.
Felices vacaciones.

martes, 15 de abril de 2014

FÚTBOL ES FÚTBOL

Que soy del Real Madrid es conocido, que vivo los partidos con pasión también, que me gusta el fútbol no lo niego.
Reconozco que me tienta más que nada, sobre todo a partir de ahora, no puedo negarlo. Llegan los dos meses de finales. Llegan los días de nervios y me entran unas ganas locas de coger esta virtual hoja en blanco y dedicarme a arengar a mi equipo de fútbol. Sin embargo, pocas cosas me asustarían más que escribir del deporte rey, del amado balompié.
Esta es otra de mis contradicciones, de mi ecléctica personalidad. Mi lucha entre el querer y el deber, el anhelar y el miedo.
No hablo de la igualar a los periódicos deportivos desde aquí, eso no me daría miedo. La prensa estrictamente deportiva, esa que llena sus páginas de faltas de ortografía y de rigor. Esa que inventa hipérboles imposibles, adjetivos agigantados, y que se desmarca con portadas de dudoso gusto o veracidad. No, no me refiero a esos que escriben artículos como redacciones de EGB para explicar lo inexplicable o para darle perfil de razón absoluta a sus ensoñaciones. No cuento con la que llena hojas de fichajes falsos y rumores infundados que nacen de ellos mismos.
Me centro en los que escriben de fútbol fuera de esos periódicos específicos. Más que nada me quedo con los tres jinetes del apocalipsis (Huhges, Gistau y Jabois)  porque si hubiera un cuarto jinete, seguramente se quedó tomándose una cerveza más.
Darle categoría de "Los tres cerditos" a estos señores, me parece una ofensa y un exceso compararlos con la Santísima Trinidad.
Porque los tres mosqueteros serían poco relevantes, para lo buenos que son, y con D´Artagnan, que es el innegable protagonista, vuelven a ser cuatro. Aun así puede que Gistau fuera Porthos, sin duda Athos sería Huhges pero no veo a Jabois como Aramis, o quizás sí, que para eso es gallego y todo depende. El caso es que, si lo pienso, podría darle a Arbeloa con sus tuits el papel de D´Artagnan, y entonces, como cualquier tuitero podría decir: "lo veo y me cuadra". Dejemos libre a Milady de Winter (aunque me tienta otorgarme el sobrenombre, siempre quise ser como ella, tatuaje incluido) y dejemos a Villar, o al Barça, incluso a Platini, el papel del Cardenal Richelieu. 
¡Cómo osar comparar mis escritos con los de ellos!
La segunda razón es la más temida, todos tenemos un entrenador dentro y una alineación perfecta. Todos sabemos cómo enfrentaríamos los partidos y por supuesto tenemos nuestros favoritos, aunque la pasión vaya con el equipo entero. Escribir del Real Madrid sería echarme encima a madridistas y a todos los contrarios. Pedir la épica, enarbolar el espíritu del siempre eterno Juanito, invocar a la bolea de Zidane, al genio de Hierro, al taconazo de Redondo, al gol de la Séptima, sí, eso es lo fácil, lo que  me pide el cuerpo, pero voy a ser cobarde, y no voy a hablar de fútbol.

lunes, 14 de abril de 2014

LA VOZ DE CORLEONE

Hay momentos en los que cuesta escribir. Se atraganta el teclado y las letras van bajando una a una por la tráquea, dejan un mínimo hueco para respirar y mantenerse con vida, angustiosa pero vida.
Esos ratos en los que te encuentras suspirando, rogando a las musas y a los dioses que te pasen cosas, aunque sea un estética bofetada como la que Gilda recibió de Farrell. Lo que sea. Luego lo piensas, y eres consciente de la barbaridad a la que se dedica tu subconsciente y casi te ves como la jovencita de un libro de Enid Blyton, agitando la cabeza para que se vayan los malos pensamientos. Porque las jovencitas de esos libros siempre lo hacían así y les servía. Un ahorro para el gasto en psiquiatra.
Es entonces cuando giras hacia la imaginación, con la esperanza que pintan los fados, prácticamente ninguna. Porque según la temporada, la imaginación tiene pinta de pasa más que de lustrosa uva en el frutero de Portugal; y las pasas, como cuenta la leyenda, sólo sirven para aumentar una talla de sujetador y apartarlas del plum cake.
"Nadie te obliga", suelen decirme, y me lo repito en el hueco neuronal que sufro en ese momento. "Me obligo yo", contesta el eco. Esta voz que se empeña en hablarme, que susurra como Marlon Brandon en El Padrino, lo que sería en otro momento un placer, pero con la manía que le estoy cogiendo, empieza a sonarme como Gracita Morales con delantal y cofia (Señoritooo).
Y piensas en temas a escribir, miras la consabida libreta: amor, sistema educativo, atardeceres a caballo, sexo, amistad, la crisis que nos encorseta aferrados al poste de la cama -nosotros somos Vivien Leigh por supuesto, Montoro es Mama-, y parece que ves la luz al final del túnel y echas a andar presurosa y ni siquiera buscas una música con la que escribir, aterrada por perder ese mínimo fleco.
Y suena el teléfono y la educación te impide no cogerlo, y la maternidad te obliga a descolgar, y es el tele operador de Jazztel y estás a tres segundos de acordarte de todos sus ancestros fallecidos pero sólo cuelgas y lanzas lejos el teléfono inalámbrico (primera base). Protestas en voz alta, defecando en el marketing.
Has perdido la inspiración, mínima, quizás insuficiente. Bajas los brazos sobre el teclado, vencida por la telefonía, cuando en realidad, si oyera a Don Vito Corleone, sólo estás usando el hispánico recurso de echarle la culpa a otro. Y eso aún no es figura literaria.
Y ya da tiempo a buscar música, empiezas de cero, incierto, empiezas de menos diez. Te tienta que sea la banda sonora de El Padrino la que te amenice pero mueves el ratón y pulsas Batman. Los superhéroes nunca fallan.

viernes, 11 de abril de 2014

HOMBRE IDEAL

- ¿Qué le pides a un hombre para que sea digno de ti?, me preguntó entre la curiosidad y el pie de conversación.
Creo que quería hacerme hablar para poder desconectar o quizás fuera una intriga sincera, sin embargo fui rápida, lo tenía claro, era fácil mi respuesta. Podría matizar lo de la dignidad, pero sabía que era innecesario, que era coloquial. Lo entendí sin apegarme a la literalidad.
- Que hasta sus silencios sean inteligentes.
Puede que no se esperara la respuesta o quizás capté su atención con ella, pero no le estaba mintiendo, era algo que tenía muy claro.
- Por favor explícamelo, me rogó.
Sonreí porque no sabía hasta que punto debía hablar, me movía en un terreno pantanoso. Si me ponía a explicar, a enumerar, lo más seguro es que en su mente empezara a tachar las que consideraba que él tenía. Aún así me arriesgué.
- Es fácil, a mí me producen cierta desidia esas parejas de tan bajo nivel cultural (que no económico) que cuando conversan suena el eco. Yo necesito que ese hombre sepa hablar, escuchar y hasta que me enseñe lo que él sabe y yo no. Luego están las pequeñas cosas, que su voz sea bonita, por ejemplo. Que sepa mirar y ver, que son dos cosas diferentes.
- No me has dicho nada del físico...
- El físico va por dentro. Es verdad que hay personas que no atraen y es imposible encontrarles algo que sea atractivo para nosotros. También está la opción contraria, personas que son poco agraciadas físicamente pero que su personalidad es tan interesante, tan apasionante, tan bella, que no queda más remedio que caer rendido a sus pies.
- Curioso
- No lo digo de broma. Es cierto que un hombre muy guapo hace que se le mire, incluso es posible desearlo, pero para que sea alguien con un mínimo de constancia en mi vida, tiene que ser primero bello por dentro.
- Eso es un gran tópico, me consta que lo sabes.
- Sí, pero es cierto. Por eso necesito que sean inteligentes, esas personas son además irónicas y con un sentido del humor poco chabacano y hasta si tuviera algo de vulgaridad lo disimulan con cierto estilo.
- Tú príncipe azul tiene demasiados requisitos, comentó entre jocoso y retador.
No supe identificar si quería jugar o me estaba insultando veladamente, así que callé y le miré. El silencio, lejos de ser incómodo era elocuente. Finalmente lo rompió él con una sonrisa
- No has dicho una palabra pero tus ojos me lo han dicho todo.
Sonreí con algo de picardía y mis incisivos mordieron mi labio inferior en un gesto repetitivo de nervios y sensualidad.
- Aprende que siempre, en cualquier circunstancia, para callarme más que la boca... tendrás que taparme los ojos.